Frente a los libros de arte lujosos, de tapa dura y papel de alto gramaje, o los catálogos de diseño ostentoso de exposiciones y muestras, la colección de ediciones Caracol propone que hay otra historia contada con otros métodos, otras impresiones, otros gestos, otras respuestas y preguntas al arte. Para empezar su propio recorrido, Nicolás Cuello y Santiago Villanueva, creadores de Caracol, editaron simultáneamente dos libros de bolsillo: Criaturas de mí misma, dedicado a los dibujos de la titiritera, ilustradora, poeta y pintora Mane Bernardo (1913 - 1991); y Mugre severa, que compila textos de la última década de Nancy Rojas, ensayista, curadora, docente e investigadora de la ciudad de Rosario. Desde sus tapas blandas en blanco y negro con el arte de Paula Castro, ambos libros funcionan como un diálogo en sordina, como dos senderos que se bifurcan paralelos dejando signos distintos en su paseo introspectivo por una historia del arte argentino. Hay algo del pequeño formato de las publicaciones que da una idea de microbio que se filtra en la monstruosa maquinaria del arte, pero no para destruirla ni para corregir una forma equivocada sino para acariciar un rincón olvidado de su deformidad. Este rasgo, esa resistencia y disidencia desde lo micro, queda bien expuesto en los textos que compañan ambos libros. Fernanda Pinta escribe en el prólogo del libro Mugre severa de Nancy Rojas, que “las teorías y sus figuras no son un santo y seña que nos garanticen por sí mismas nada; siempre y en cada oportunidad (histórica, coyuntural) hay que activarlas, hacerlas operar molecular y micropolíticamente.” Mientras que en el libro de Mane Bernardo, el prologuista Julián Sorter concluye que “para Mane, empequeñecer no siempre fue una decisión pero sí una buena estrategia para proteger la tornasolada amalgama de sus identidades cambiantes, construyendo una utopía de una obra total en miniatura.”

UN METODO QUEER PARA DESORIENTAR

En los dibujos de Mane Bernardo hay desnudos de erotismo relajado, hay imágenes gauchescas con homofilia explícita, pero lo más común es una serie de rostros de melenas con pelos que trazan otros rostros, otros cuerpos, como una medusa recurrente que genera otros organismos, entre la abstracción y la figuración, desde un surrealismo lésbico de muñecas rotas. En los textos de Nancy Rojas hay una lectura a contrapelo del arte argentino del siglo XX que termina generando una visión particular del arte contemporáneo local de las últimas décadas donde lo queer aparece como juego que puede soñar o señalar la encarnación de “la condición proteica y andrógina de almas groseras, infectadas, rebeldes, venenosas”. En ambos libros la disidencia es una forma de investigación gráfica o verbal, de otras formas de lo vital en el campo del arte. En el futuro cercano, nos adelantan los editores de Caracol, sumarán a esa camino de exploración otros tres libros: una selección de dibujos realizados por Osvaldo Baigorria a partir de sus paso por comunidades contraculturales en Estados Unidos y Canadá, una compilación de tres ensayos de Ana Longoni publicados recientemente en el marco de sus investigaciones y proyectos curatoriales dedicados a la figura de Oscar Masotta; y una selección muy cuidada de dibujos nunca antes publicados de Bianca Barbara LaVogue.

Los editores, Cuello y Villanueva, ambos historiadores del arte, curadores y docentes, decidieron responder juntos como una sola voz, empequeñeciendo cada ego particular para ser uno solo, tal vez evocando esos cuerpos y rostros fusionados, siameses que dibuja muchas veces la ondulante línea surrealista de Mane Bernardo.

Por un lado el libro de Mane Bernardo, una compilación de sus dibujos e ilustraciones, y por otro el de Nancy Rojas, una serie de textos heterogéneos y heterodoxos alrededor del campo del arte... ¿Se podría decir que el origen de la colección Caracol es bífido?

-Bífido es una palabra que nos sienta cómoda. De hecho, nos gusta imaginar este proyecto editorial como un organismo con dos extremidades. En este caso, como si cada uno de nosotros representara uno de lo ojos tentaculares que caracterizan a los caracoles, observando desde distintas direcciones mientras nos movemos despacio y detenidamente sobre lo que nos gusta. Básicamente esa fue la sensación que nos empujó a creer que era posible materializar este deseo de crear libros. Desde que empezamos a trabajar juntos nos dimos cuenta de que, desde distintos caminos, nos guiaba un principio de curiosidad obsesiva con la alteridad de algunas imágenes, archivos y obras de la historia del arte argentino, y que por distintas razones, siempre habíamos tenido una relación de intimidad constante con la edición independiente. Entonces fue como sumar dos más dos.

¿Se decide desde el comienzo una forma dual, esquiva para perfilar la identidad tanto de la colección como de la historia del arte?

-Caracol, como proyecto editorial, representa esa fascinación que compartimos por los devenires minoritarios de la historia del arte. Por algo que nos gusta pensar como las historias del arte en minúscula. Por eso creamos, por ahora, estas dos colecciones: una vinculada a la reunión de textos críticos y curatoriales que muchas veces pierden valor porque tienen una vida fugaz ya que duran lo que dura una exhibición; y otra concentrada en la compilación de dibujos, ilustraciones y bocetos, géneros de la producción artística que usualmente siempre aparecen desperdigados en la antesala del prólogo o como un anécdota documental hacia el final de dichos libros. Mirando nuestros propios archivos y bibliotecas, veíamos que la mayoría de los libros de arte que tenemos son colecciones de grandes dimensiones, con un sentido universalista y una progresión cronológica que apelan a reunir las obras más sobresalientes y representativas en la vida madura de los artistas, o en otros casos, el resultado de extensas investigaciones académicas, profundamente detallistas y expertas.

Es un Caracol que se mueve entonces en otras direcciones...

-Con Caracol queremos imaginar una editorial dedicada a la historia del arte, pero haciendo todo al revés. Por eso nuestros libros son de pequeño formato, de edición limitada, económicamente accesibles, en blanco y negro, y sin deseos de totalidad o conclusión histórica. Son libros que resultan por un lado del deseo por reunir imágenes y textos que sentimos valiosos para la historia del arte pero que hasta el momento habían estado desconectados los unos de los otros, separados en el tiempo o detenidos en publicaciones de difícil acceso; y por otro surgen también del encuentro fortuito con producciones artísticas desclasificadas, dudosas o anfibias que nos empujan a investigar y reconocer su presencia fantasmática en archivos aún sin catalogar. Por eso nuestra relación esquiva con la identidad no está en posicionarnos como una editorial de arte queer. Sino hacer de lo queer un método desde el cual desorientar la historia del arte y su campo editorial específico: creando una colección para textos e imágenes que no fueron pensadas como coleccionables, considerando a los libros no como espacios donde esos textos e imágenes con vidas veloces, excéntricas o introspectivas se vuelvan más comerciales, sino donde puedan encontrarse, vivir juntas y cuidarse.

Los textos de Nancy Rojas fueron escritos en la última década pero recorren el arte argentino del siglo XX y también reflexionan sobre artistas muy contemporáneos. ¿Es como una nueva historización queer?

-El libro de Nancy recupera los últimos diez años de su trabajo, y creemos que en parte el foco está puesto en los cambios que vivió su propia escritura. Hay algo personal en su libro para destacar: cómo fue mutando su mirada crítica, desde sus textos en el Museo Castagnino+Macro, desde un rol más vinculado a la historia del arte y la investigación de colecciones, a una curaduría independiente, con una ensayística que experimenta con las formas en las que encarna su mirada queer del arte contemporáneo. Mugre severa da cuenta de esos movimientos otros de la crítica de arte, operando como una forma de alianza entre escrituras fragmentarias, dispersas y fugaces, características que no solo son necesariamente características de la escritura y la historización del arte contemporáneo, sino también una dificultad inherente de cómo se produce saber desde las epistemologías queer.

Las ilustraciones y dibujos de Mane Bernardo en Criaturas de mí misma son como una estética casi secreta, que mezcla cierto realismo rústico con el surrealismo, ¿cómo fueron la investigación, el descubrimiento y la tarea de compilación?

-Nos encontramos accidentalmente con un libro de Mane Bernardo publicado por la editorial Ollantay en el año 1950, en el que se reproducían una parte importante de sus primeras pinturas y dibujos. A partir de esa pista, empezamos un trabajo de archivo sobre revistas y libros vinculados a esa generación de surrealistas, y fue ahí donde encontramos material de ella que nunca había sido exhibido por fuera de esos textos originales. Sabíamos, además, que el artista Julián Sorter, que escribió el prólogo del libro, venía trabajando sobre la historia del títere y conocía en profundidad la faceta de Bernardo como titiritera, eso y la ayuda de la artista Susana Gamarra, en su momento parte del Museo Argentino del Títere, nos acercó a otras pistas donde seguir buscando estas imágenes desclasificadas de Mane, su lugar menos recorrido, esa versión de sí misma que quedó detenida en el tiempo en publicaciones desgarbadas. Nuestro proceso fue ese: salir a buscarla, sacar de contexto estas imágenes escondidas en libros en mal estado, y mostrarlas proponiendo una continuidad caprichosa, que valora no solo su trabajo surrealista, sino también los pequeños detalles donde sobrevive su sensibilidad como una artista lesbiana de vanguardia.

En “Leopardos sueltos”, un texto performático de Nancy Rojas sobre Federico Klemm, se habla de una mirada crítica sobre la “historiografía, social y estética de los imaginarios y las políticas queer en los derroteros del arte contemporáneo”. ¿La colección Caracol viene a ejercer esa misma crítica?

 

-Nuestra relación con lo queer no es programática, sino más bien metodológica, y como todo método: sentimental. Nos interesa construir ese modo de trabajo queer con la historia del arte, y ver qué nos devuelve. Quizás produce desplazamientos, quizás no. Nos gusta pensar que lo queer no es algo a lo que llegamos, ni algo que se alcanza. Creemos que lo queer de la historia del arte está en cómo contamos y cómo tocamos esas imágenes del pasado. En nuestro caso, las publicaciones que tenemos programadas se ajustan de alguna u otra manera a esto: imágenes pequeñas, textos dispersos, artistas no artistas, dibujos perdidos ahora encontrados, pinturas de las que solo existen registros fotocopiados, diarios de personajes ficcionales, etc. Esos caminos difíciles nos atraen, ahí donde el archivo se complica y sentimos la urgencia de escribir contra el tiempo, contra la precariedad y sobretodo contra el destino injusto en el que sobreviven muchas de estas imágenes. Un día, hablando sobre esto entre nosotros, nos dimos cuenta de que pensábamos la edición y la historia del arte así: como una forma de amor, como una disciplina orientada al cuidado. De eso se trata Caracol, de crear libros sobre historias del arte en minúscula, no solo para preservar o difundir como se usa tanto en archivos y museos, sino para cuidar.