Más “liviano”, más “aliviado”, Diego Martín Ogando Montesano le dice a este diario que el testimonio que brindó ante la Justicia era algo que “debía” hacer. No en el sentido del deber; más bien como una deuda. “Se lo debía a mi papá y a mi mamá, desaparecidos; a mi hermana, fallecida, a mi abuela. Después de la declaración, sentí emoción y un gran alivio”, reflexionó el joven de 44 años, apropiado a pocos días de nacer en la cocina del Pozo de Banfield, sobre una chapa en la que su mamá, esposada, tabicada y carente de todo cuidado lo parió y llamó “Martín”. El testimonio de Ogando, quien restituyó su identidad en 2015, fue el primero ante la Justicia y es una pieza más que suma al “rompecabezas” de la reconstrucción de sus vínculos biológicos. “Es una historia que vino a completar la que viví durante 39 años”, contó.

La querella de Abuelas de Plaza de Mayo inauguró la presentación de Ogando Montessano en el juicio que investiga los crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar en las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús durante la última dictadura cívico militar. A sus palabras le siguieron las de Emilce Moler, sobreviviente del Pozo de Quilmes y una de las adolescentes secuentradas durante La Noche de los Lápices, quien a diferencia de él, declaró por lo menos cinco veces en ocasiones anteriores.

Al inicio de su testimonio ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata, la abogada Coleen Torre le preguntó al joven si siempre se había llamado así. “No siempre fui Diego Martín Ogando Montesano”, respondió nervioso. Los problemas en la conexión (declaró en forma virtual) no colaboraron en calmar su estado emocional. “Me hice apuntes para no olvidarme de nada, porque aunque es la historia de mi vida y la conozco, quería que quedara todo claro”, confesó tras la presentación.

No obstante, su resumen no tuvo titubeos: relató que sus “padres de crianza” no podían tener hijos, entonces lo “adoptaron”. “Adoptaron entre comillas, porque no fue una adopción legal lo que hicieron”, aclaró. Asimismo, detalló que fue a Armando Berestycki a quien “le tiraron el dato de que en esa clínica vendían bebés”. “Fueron ahí –a un sanatorio privado ubicado en la calle Mariano Moreno 6180 de Wilde, partido de Avellaneda–, se presentaron, llevaron el dinero y me compraron. Fue un 17 de diciembre de 1976”, explicó.

El matrimonio Berestycki lo llamaron “Diego” y lo inscribieron como hijo propio. Aunque, aclaró Ogando Montessano, siempre le dijeron que no era hijo biológico de ellos. “Tuvo esa suerte”, expresó. Con el paso del tiempo, quiso saber más detalles sobre su pasado y el matrimonio accedió a brindárselos. Le generaban dudas las circunstancias de su nacimiento porque por el año podía ser hijo de desaparecidos. “Ellos no lo sabían, yo tampoco”, sostuvo.

Las averiguaciones de Martín llegaron hasta ahí, mientras el matrimonio que lo compró estuvo con vida. “Nunca quise hacerme ninguna prueba ni nada para averiguarlo por si llegase a dar positiva. No quería que ellos tuvieran ningún problema judicial o quedar presos”, reconoció Ogando Montesano. Y recalcó: “No me lo hubiese perdonado”. Pero en 2015, ese peso se fue con el matrimonio, que enfermó y falleció con pocos meses de distancia. Entonces, acudió a Abuelas de Plaza de Mayo.

Con su partida de nacimiento falsa y toda su historia, Martín fue al organismo en busca de respuestas. El documento aportó un dato clave: “Pudieron ver que llevaba la firma de la partera (Juana Arias de Franicevich), que tenía vínculos con (el represor Jorge Antonio) Bergés. Era una mujer que había firmado partidas de nacimiento de otros nietos restituidos y ligada a la venta de esos bebés”, contó el joven. Tras la revelación, lo mandaron a hacer una prueba de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos.

Para ese entonces, hacía ya 15 años que vivía en Miami y la prueba la tuvo que mandar en una valija diplomática. La espera, le informaron, duraría entre uno y dos meses. “Ese tiempo pasó y yo seguí trabajando con mis tareas…”, relató, dando a entender que el tema se empezaba a diluir. Sin embargo, un día recibió el llamado de Claudia Carlotto, titular de la Conadi. “¿Estás sentado?, sentate que te voy a contar tu historia”, le dijo por teléfono.

“Me impactó muchísimo”, respondió el nieto restituido 118 cuando la abogada Pía Garralda, del colectivo querellante Justicia Ya! le consultó sobre lo que significó esa noticia. Ogando aseguró que “no era algo que esperara” y reconoció que cuando se lo contaron no se reconoció como protagonista del hecho. “Parece que estuviera hablando de otro”, resaltó. “Es una historia de mucho dolor y muerte; de padres torturados y desaparecidos, de una hermana que como consecuencia no pudo seguir viviendo más. Pero al margen de todo este dolor, conocer la verdad reconforta. Por lo menos eso es lo que me pasa a mí”, enfatizó.

Durante su testimonio, Ogando Montesano dijo que “no” tuvo contacto con sobrevivientes que hayan visto a su mamá o a su papá en el centro clandestino Pozo de Banfield. Tampoco buscó a sus compañeres de militancia y admitió que no es un seguidor asiduo del juicio de lesa humanidad en el que se investigan sus secuestros, desapariciones y su nacimiento. “Escuché algunos testimonios, como el de Marta Ungaro y el de Walter Docters, pero son muy duros y me hacen mal”, reconoció en diálogo con PáginaI12.

Ante el TOF 1, repasó brevemente las piezas que componen el rompecabezas de su identidad y que recogió rápido a partir del momento en el que supo quién era, en aquella charla con Carlotto: “Me cuenta el nombre de mi papá, Jorge Oscar Ogando, el de mi mamá, Stella Maris Montesano. Me dijo ‘vos naciste en el Pozo de Banfield, estuviste un par de días ahí y luego te cambiaron la historia. A ellos los llevaron allá, los torturaron y desaparecieron. Tenías una hermana, una abuela que te buscó desde el primer día’”.

El nieto de Delia Giovanola, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, supo y reprodujo también las circunstancias del secuestro de sus padres. También que a su hermana Virginia, que por ese entonces tenía 3 años, la dejaron en una cuna, algo que relató con mayor detalle en su testimonio de la semana pasada su abuela. Asimismo, Contó que conoció a Liliana, la hermana melliza de su mamá y que, por intermedio de un anónimo que recibió Delia, de parte de un militar, tuvieron el dato de que a sus papás los habían asesinado y enterrado en la Estancia la Armonía, en las afueras de La Plata. “Pero es un lugar muy grande y los forenses todavía no dieron con ningún resto”, aclaró.

Ogando Montesano le dedicó un mensaje especial a su hermana: “Es algo tremendo no poder estar con ella, no poder haberla conocido. Todo el mundo me habla de ella como que era un ángel, muy amiguera; que lo que más quería era reencontrarse con su hermano. Hizo de todo para buscarme, fue a la televisión, participaba de marchas”, sostuvo. Virginia se suicidó en 2011. A ella, dijo, que le debía su testimonio. A ella, a sus papás, a su abuela.

“Estos genocidas arruinaron la vida de cuatro generaciones por lo menos: la de mi abuela, la de mis padres, las mía y de mi hermana, las de nuestros hijos”, denunció Martín y reclamó, antes de apagar la conexión, la “cárcel común y efectiva”, para los genocidas. “Nada de domiciliaria para esta gente, si se pueden llamar gente”, concluyó.