En 1968, Elvis Presley estaba en un momento crítico de su carrera. Atrás había quedado ese joven que movió la pelvis para que el mundo hiciera “¡plop!”. Ya eran muchos, muchísimos, los que habían entendido qué era esa furia y se habían apropiado de ella. Presley veía cómo la revolución que había puesto en marcha le pasaba por un costado. Sus años en el ejército y luego los contratos cinematográficos lo habían apartado de su recorrido artístico inicial. Charly García lo describió mejor que nadie: el muchacho se hizo rico y entonces las dulces canciones conquistaron a las señoritas, a papá y mamita. El mundo vivía uno de sus años más agitados y el Rey se preparaba para volver a la televisión después de diez años con el '68 Comeback Special, emitido por la NBC el 3 de diciembre. “Ese especial podía ser el principio o el fin de su carrera”, recuerda su exmujer, Priscilla Presley, al comienzo de Elvis Presley: The Searcher, serie documental que estrenó HBO en 2018, y que ahora se puede ver en Netflix.

Dividido en dos capítulos de poco más de hora y media cada uno, el documental, dirigido por Thom Zimny, deja de lado todos los aspectos amarillistas de la vida de Presley -que fueron tantos y tan infinitamente reproducidos-, y se centra en el recorrido musical del cantante. Pasan así su infancia en Tupelo, la llegada a Memphis, las influencias que lo marcaron y los porqués de lo revolucionario en sus inicios, de sus elecciones musicales y sus movimientos en el escenario. Y se indaga en la manera en que logró un estilo único a partir de esa tan particular manera de interpretar las canciones, esa mezcla de gospel, blues y country que ahora resulta tan familiar, pero que hasta ese momento, nunca había sonado así. El primer capítulo es un elogio de ese “buscador” del título, el que en 1956 desató una revolución musical, cultural y hormonal. El especial de 1968 opera dentro de la estructura de la serie como una bisagra en la vida profesional de Elvis y funciona también como motivo recurrente dentro de la progresión cronológica. Como si las flechas del tiempo fueran vectores, y pudiera hacerse una lectura hacia adelante o hacia atrás a partir de ese punto.

El segundo capítulo es el de la vuelta a los escenarios, Las Vegas y las interminables giras que lo tuvieron activo hasta su muerte en 1977. En esta mitad se percibe una especie de planteo contrafáctico implícito, que parecería preguntar todo el tiempo “¿qué hubiera pasado si...”. Por ejemplo, si no hubiera sido reclutado en el momento más explosivo de su carrera. O si al volver del ejército hubiera continuado el camino que había emprendido antes de irse, en vez de tomar la senda del cine ATP y sus músicas ad hoc. O si hubiera sido capaz de tomar las riendas y componer sus propias canciones. Pero, sobre todas las cosas, si se hubiera desembarazado a tiempo del villano de esta historia, el “Coronel” Tom Parker, señalado aquí como artífice de su explotación y su decadencia profesional.

El trabajo de Zymny sobre los testimonios y el material de archivo tiene un resultado compacto y robusto. La historia se desarrolla de manera consecuente respaldada en las voces y las imágenes. Hablan Priscilla, Jerry Schilling (amigo de la infancia y miembro de la “Memphis Mafia”), el descubridor Sam Phillips, el malvado Parker, el propio Elvis, historiadores, musicólogos, músicos (como Tom Petty, Bruce Springsteen o Emmylou Harris), la lista de invitados es larguísima. Todas las declaraciones son en off, no hay aquí cabezas parlantes, tendencia que parecería estar felizmente imponiéndose en el lenguaje documental. Hay algunas escenas recreadas a modo de metáforas del tiempo y música incidental -compuesta por Mike McCready, de Pearl Jam-, que dan aire y quitan un poco del peso de la historia, al mismo tiempo que refuerzan la idea del pasado en el presente.

La intención del documental queda establecida antes de los títulos, en la voz de Petty: “Todos le debemos por haber ido primero a la batalla. No tenía hoja de ruta y se forjó un camino de qué hacer y qué no. No deberíamos cometer el error de descartar a un gran artista por todo el escándalo que vino después. Deberíamos considerar lo que hizo, que fue tan hermoso y eterno: esa gran música”. Sin embargo, comete un error cuando, en ese afán de “limpiar” su imagen y de separar la hojarasca de polémicas relacionadas principalmente con sus últimos años, su adicción a las drogas legales y el colapso de su carrera, termina construyendo un personaje que, en su vulnerabilidad y falta de personalidad para la toma de decisiones, se constituye como una víctima.

Porque, incluso dentro de esa intención del relato, si se presta atención, hay resquicios en los testimonios por donde aparecen costados de la personalidad de Presley que dejan ver que no todo en su vida fue una fatalidad del destino, tal como intentan instalar. Por ejemplo, Priscilla cuenta que a Elvis nunca le interesó escuchar a los Beatles o los Rolling Stones. Había convertido su burbuja en un espacio tan impenetrable que quedó completamente aislado de todo lo que ocurría, incluso de aquella explosión musical que él había impulsado. El mismo Elvis, durante una entrevista, da cuenta de su propio conservadurismo: “Si lo que estás haciendo está bien, mejor quedarte ahí hasta que el tiempo por sí solo cambie las cosas”. Para prueba, un botón: en 1966, el año de Revolver, Aftermath y Pet Sounds, entre tantos otros, Presley decide editar un disco… de gospel. “Al final de los '60, a la gente le costaba superar el aspecto kitsch de algunas de las cosas que hacía Elvis”, recuerda Springsteen, en una descripción bastante cabal del modo en que el Rey se fue plegando sobre su propio personaje, para volverse cada vez más parecido a una especie de parodia de sí mismo. “La imagen es una cosa, el ser humano es otra. Es muy difícil estar siempre a la altura de una imagen”, respondía Presley en una entrevista previa al concierto en el Madison Square Garden, en 1972.

El rostro de Elvis en primerísimo primer plano. Suenan los primeros acordes de un blues. Los ojos verdosos miran fijo a la cámara: “Si estás buscando problemas, viniste al lugar correcto”, canta con esa voz única de barítono, arrastrando las palabras, la cadencia de la pelvis ahora trasladada a la mirada. Y todo el calor que alguna vez fuera prohibido, transformado en imperativo. Es 1968 y Presley vuelve a la televisión para sacudirse la imagen de galancete de Hollywood y establecer un nuevo vínculo con el público. El antes y el después de ese momento pueden describirse como el ascenso y la caída de un ídolo musical que todavía hoy sigue dando de qué hablar. Elvis Presley: The Searcher, con sus omisiones y sus confesiones, da la posibilidad de explorarlo desde la perspectiva artística y de su peso en la historia. Pero tanta condescendencia no era necesaria. Ya lo dijo otro icono de la cultura popular mundial del siglo XX: lástima a nadie. Y mucho menos al Rey.