Tal vez no existe otra forma de empezar esta crónica que no sea con crudeza: una terapia intensiva de covid debiera ser un parate obligatorio para los negacionistas del virus y de la pandemia.

La máscara de la muerte está fijada sobre muchos de los rostros, algunos con ojos vendados porque el virus va inflamando los tejidos, y el sonido de los respiradores, tan de película para quienes han tenido la suerte de solo verla por tv.

No es una crónica de pánico, es la vivencia de solo media jornada como observadores. Lo que antes fue un lujoso hotel de la cadena Sussex, inaugurado en los años 70 en las afueras de Catamarca, hoy es Hospital Monovalente Carlos Malbrán de atención covid de la provincia. Allí funciona una terapia intensiva con 45 camas, una intermedia con 26 camas, y un área de pacientes leves con unas 80 camas repartidas por las antiguas habitaciones.

En el centro de las instalaciones atraviesa la memoria una gran pileta vacía, tres pacientes casi recuperados toman sol. Saludamos a lo lejos, mientras la psicóloga Ana Cejas cuenta que la mujer tiene a su pareja aún en terapia intensiva.

Desde las tres de la tarde los familiares comenzaron a llegar. La tarde es soleada, es otoño, la mejor estación de Catamarca, aunque este sea tal vez el peor otoño de su historia.

La terapia intensiva lleva un mes a tope. En la puerta se van juntando los familiares, mientras en el paredón de la autopista perdura en letras gigantes GRACIAS LUCÍA. En la gestión de la ex gobernadora Lucía Corpacci, el gobierno compró el hotel en ruinas y lo puso en valor. Muchos egresados y adultos mayores de la Catamarca profunda pasaban sus vacaciones allí.

La tarde sigue cálida. Llega una familia numerosa, su sencillez contrasta con las 4x4 que se han estacionado también para esperar el horario de visita. Cargan una virgen, rosarios y velas. Sólo una persona puede pasar hoy a ver al familiar internado. “Ayer los dejamos pasar a todos, hoy hay mucho movimiento”, aclara la coordinadora.

Debaten, eligen, los otros se trasladan con la virgen por la orilla de la autopista hasta quedar frente a la entrada de terapia. Allí ponen la imagen en la tierra, le prenden velas, ponen una grabación con rezos que ellos acompañan, se abrazan y lloran, mientras sostienen su fe.

La visita de la familia a los enfermos es algo que se implementó hace poco menos de un mes. Todos recordamos cómo al principio de la pandemia ni siquiera se podía despedir a los muertos. Con el avance y la experiencia en la gestión de los pacientes, ahora es posible. El hospital ya no solo se ocupa de dar respuestas fisiológicas, sino también emocionales: humanizar la estadía de los pacientes o permitir que los familiares puedan transitar la despedida.

Por día se permiten cinco familiares por servicio, explica Érika Fuentes. “Vamos coordinando para que todos tengan la oportunidad de ver a su familiar y compartir un momento de ánimos, de encuentro, de contención”, dice.

Érika es trabajadora social y coordina las visitas de todos los sectores del hospital, junto a la psicóloga Ana Cejas. Kinesiólogos, psicólogas, trabajadoras sociales más el equipo médico completan una atención integral. En un plantel de unas 200 personas, el 80% son mujeres. Se descansa poco. Desde que comenzó la pandemia no toman vacaciones. Érika trabaja de lunes a sábado, pero el sábado hace guardia de 24 horas. Sale los domingos a la 7 de la mañana y el lunes ya está de vuelta.

Ante este esfuerzo, la decisión de que haya visita de familiares todos los días cobra mayor humanidad.  

Catamarca/12 pudo ver lo lento y complejo del protocolo para que el paciente pueda volver a ver una cara conocida, escuchar una voz querida.

La terapia intermedia tiene ritmo de hormiguero, médicos, enfermeros, personal de limpieza, trabajadoras sociales, van y vienen. Cambian camas, desinfectan, chequean a los pacientes, atienden llamadas de urgencia, visten y preparan a las visitas y reciben nuevos pacientes.

Todo el tiempo reciben nuevos pacientes. En sillas de ruedas, en camillas. Llegan ambulancias de la ciudad y de otros departamentos. Algunas llegan incluso sin que se haya confirmado la cama. Hay que contenerlos, hacer movimientos, y todo a un ritmo preciso, para que la vida, literalmente, no se detenga.

Y también está ese momento, el que vemos día a día reflejado en las cifras de fallecidos, pero aquí es diferente, no hay como explicarlo, la muerte hace su propio relato.

Así, mientras hablábamos con Cejas, la llaman: “Te requieren urgente en Intensiva”. Un paciente ha muerto, están los familiares, hay que contenerlos.

Ella se ha especializado en Primeros Auxilios Emocionales. Entre sus tareas no sólo está la difícil encomienda de dar la peor de las noticias, sino además, acompañar a los familiares en el impacto que la imagen del enfermo les genera. Cejas explica que hay un antes, un durante y un después. “Siempre anticipo y describo tal cual es, cómo está el familiar, porque no se van a encontrar con la imagen que tienen de él”.

Luego de la visita muchas veces los familiares quedan conmocionados, ella está allí, los escucha, “muchas veces hablan, recuerdan cómo era el paciente y eso va cambiando la foto que recién han tenido”, relata Cejas.

También resalta que aunque sea difícil ver a familiares en estado crítico, la visita “hace que el familiar vaya valorando el proceso de una manera diferente, no es mejor ni peor, es diferente, porque va topándose con la realidad y va acompañando el proceso, ya sea de recuperación o de fallecimiento”.

“En este último tiempo todos los casos son difíciles”, dice lentamente Cejas, “me ha tocado acompañar a una hija de 19 años que llegaba la madre de 40 años y no sobrevivió; matrimonios o hermanos donde uno lo superó y el otro no, o la chica embarazada... Todos son fuertes, pero como ser humanos tenemos ciertos límites; a veces yo me permito hasta llorar ahí con el familiar”, relata.

“El Malbrán no duerme nunca y nos apoyamos mucho entre los compañeros. Nos escuchamos y les digo siempre: vamos de un día a la vez, porque no nos podemos programar ni para una tarde ni para una mañana, ni para una semana, no. Es venir y dar lo mejor que podemos”.

Para la psicóloga, la pandemia ha afectado tres áreas de las que no podemos prescindir: lo “biológico, lo social y lo psicológico”, y señala, “se esté contagiado o no, hay mucha angustia, hipersensibilidad e intolerancia.

En este sentido, pidió mayor empatía en todos los aspectos, “Sobre todo a la hora de opinar, detrás no solo estamos los profesionales que estamos poniéndole el cuerpo, el alma, porque le ponemos todo, sino también hay familias que están esperando a su familiar”.

La noche, que como ha dicho Cejas, siempre está despierta en el Malbrán, ya impuso su frío. Érika, nuestra anfitriona, y de algún modo la anfitriona de todos, se nos ha perdido. Queremos despedirnos, la encontramos saliendo de la morgue, allí ha ocurrido otra despedida.

Resuenan todavía sus palabras: “Ninguno de nosotros estábamos preparados para esta situación que estamos pasando en el país y en la provincia. Hay día que nos sobrepasan las emociones, pero es una situación nueva que va mutando, y uno se tiene que ir acomodando día a día”.

Y aún se hacen más llanas: “Trabajamos en un lugar donde muchos no quieren venir, muchos dicen ‘qué audacia’, y no es audacia, es entrega, es amor por lo que hacemos”.

A Érika le duele que “la sociedad no ha podido tomar la real dimensión de lo que está pasando en nuestra provincia. Nadie más que nosotros que estamos adentro cada día sabemos lo que vivimos, lo que entregamos y lo que se sufre, porque por más preparados que estemos, el dolor es para todos, y el dolor ajeno duele”.

La hemos visto ir y venir durante toda la tarde, sin poder desentenderse del teléfono, de las demandas. En un momento se juntaron tres ambulancias, más el protocolo de la visita, pero ni Érika, ni los demás profesionales dudaron un instante, cada uno en su tarea, con el tiempo justo. Es en el ritmo de esos trabajadores donde lo humano reivindica su fuerza vital.

El Malbrán se ha abierto al corazón de los catamarqueños. Era necesario romper con cierto recelo institucional para conectarlo con la experiencia de una sociedad, darle voz a quienes sostienen con su cuerpo la esperanza. Una entrega que ya hay que medirla en su estatura humana, tan necesaria en este tiempo.