La que actualmente es la serie más vista en Netflix incluye:

  • Un virus de circulación aérea altamente letal
  • Personas que niegan la existencia de esa epidemia
  • Un sector que hace negocio y política a partir de ella
  • Y gente dispuesta a salir a la caza de quien se cace el bicho

Pero Sweet Tooth no trata, para nada, sobre la pandemia de covid-19 y cómo nos pegó. Es la historia de Gus, un pibito único en su especie. Literalmente: es un niño-venado que de a ratos destraba un nuevo nivel de ternura. Es la historia de la familia escapista de Gus, su práctico padre, su madre teórica, y la grei que se va armando en estos 8 episodios, con una niña que se autopercibe osa y un gigante del fútbol americano. Y es la historia del mundo hecho mierda donde vive Gus.

Hace una década, el virus H5G9 empezó a infectar y matar gente. En el mismo momento, las salas de parto, de neonatología y los quirófanos se llenaron de híbridos, una clase de recién nacidos con dos capas de animalidad, la humana y una segunda específica: la nena chanchita, un pendejo topo adorable y hasta un niño elefante –no, el de El mató a un policía motorizado no–. O Gus, claro, interpretado por el canadiense Christian Convery, que a los 11 años ya lleva media vida actuando en cine.

En torno a esos tiempos, en algún punto del mapa, el médico Aditya Singh –que lleva el mismo nombre que el tipo que vivió tres meses en el aeropuerto de Chicago por miedo al coronavirus– empieza a investigar cómo curar el virus, o al menos cómo paliarlo. Más allá, los hilos más oscuros de la trama empiezan a ser movidos por un grupo paramilitar liderado por un villano canónico. En ambas direcciones, y también en la de las puebladas vigilantes, los híbridos enfrentan la biblia y al calefón: que si son o no la causa del virus, que si pueden o no curarlo; que si se venden, se matan o qué.

En otro cuadrante, un padre logra escapar con el niño-venado e internarse en lo profundo del parque de Yellowstone. En otro bosque, y con un correlato en la realidad virtual de los juegos cooperativos multiplayer, se monta la resistencia de un clan de adolescentes. Mientras tanto, en el zoológico, una mamá luchona repuebla el mundo desde sus bases vegetales.

La primera temporada de Sweet Tooth, la serie de Jim Mickle y Beth Schwartz que está completa en Netflix hace una semana, aparece como una saga de apostillas diversas que dan forma a un mundo post-apocalíptico donde la confianza entre personas es un mito de antaño: la industria colapsó, el gobierno colapsó, el tejido social colapsó. Un ambiente donde lo más valioso es la salud, pero está al mismo nivel que un caballo, una huerta o una escopeta de doble cañón.

Si escucho un gruñido, me agacharé
Si oigo una voz, correré
Si veo a un humano, me esconderé

Dése cómics

La serie Sweet Tooth es una adaptación de la historieta epónima creada por el canadiense Jeff Lemire y publicada por DC Comics entre 2009 y 2013. Como tal, tiene los mismos taninos que el videojuego y la serie de The Witcher respecto al cómic, que las películas de El Señor de los Anillos y Harry Potter comparadas con los libros, o que Coldplay sampleando a Kraftwerk. Quien conoce los originales nota en sus adaptaciones un aroma más bien a pochoclo, un tono más pastel, una maldad casi paródica.

Eso además de una serie de incongruencias, baches o cambios caprichosos. Algunos livianos, corte el tipo de deporte que juega Jepp, el "Big Man" que acompaña a Gus; y otros alevosos, como la evasión de la fascinación cristiana de Pubba, la gran figura paternal de Gus, que en la serie pasa más como un fan del grunge que se hizo vegano y se fue a vivir a Traslasierra, para hacer libros pintados y cosidos a mano. Igual, quedan por ahí la figura divina del ciervo, el aura diabólica del fuego y la idea de la purga.

Si el comic labura más sobre el horror, la violencia, la guerra civil y la brutalidad con los cuerpos ajenos, metiendo la traición y la manipulación en el semieje de la aventura, por el contrario la tira de Netflix se abraza al tono fabular y se monta a esa escuela de narrativas de aventuras que se babea con las travesías a lo ancho del país, o al menos de algún estado, se trate de Easy Rider o de Tonto, retonto, de La carretera o de The Last of Us. Acá, Gus necesita llegar hasta Colorado para encontrar a su madre.

La televisación de las especies

Lo que se mantiene es la cuestión del especismo, si bien no tan atravesada por el cristianismo como en el cómic, pero sí igualmente presente en cuestiones como el lenguaje (que Gus hable, que esté humanizado, le permite salvarse un par de veces), los derechos y las libertades (si encima de niñx, sos híbridx, entonces cagaste dos veces). Flota la paranoia de la otredad maldita, el mutante que invade, que enferma, la aversión a la figura del "portador" del virus.

Como fuera, en general estos desvaríos entre un soporte y otro sólo les interesan a las fanaticadas y al ala youtuber de la creación de contenidos. Pero como objeto cultural autónomo, la serie Sweet Tooth fue ganando lugar en base al boca en boca. Y a los algoritmos, más vale. ¿Qué implica que sea la serie más vista de Netflix hoy? Que cada usuarix de la plataforma se está bancando, en este preciso momento, el bombardeo de un recomendado que dice mucho más sobre su vida actual que lo que parece, al menos mucho más que hits recientes como la serie de Luis Miguel.

Sweet Tooth no es ni por asomo la mejor serie de la temporada. Tampoco es ni una bandera política contra el especismo ni una contra la crueldad animal. Sweet Tooth es una aventura liviana para la generación kawaii, un relato clásico con casi todos los elementos del cine y la TV juvenil que se han vuelto exitosos: la pandilla donde cada cual cubre habilidades especiales, el protagonista heroico-sin-querer, el ambiente de un mundo devastado pero con esperanzas de reciclaje, secuencias de acción coreografiadas y la sensación de estar hablando de cosas mucho más profundas de las que en verdad le interesan. Una serie extrañamente conectada con su época,  aún si la pandemia de covid-19 no hubiese existido nunca.