Debe haber muy pocos argentinos que no quieran verlo a Lionel Messi levantar la Copa América en la propia cara de los brasileños. Hay millones y millones juntando fuerzas y deseos, para que el supercrack rosarino se de uno de los últimos grandes gustos de su fabulosa carrera como futbolista, y gane un título con la Selección Argentina. La ocasión es propicia: el torneo continental es una meta accesible. Y acaso sea la gran oportunidad que le queda a Messi, para dar una vuelta olímpica con la casaca celeste y blanca en el pecho. El Mundial es otra cosa, otro nivel de competencia, faltan un año y medio y doce partidos de las Eliminatorias para llegar a Qatar, y tal vez después de diciembre de 2022 y con 35 años cumplidos haya que conjugar su grandeza en tiempo pasado.

La vida es hoy. Y ese hoy es espléndido. Después de haber jugado en Rusia 2018 el Mundial más flojo de su trayectoria, y de haber tenido en la anterior Copa América de Brasil de 2019 un desempeño sólo regular (no marcó goles en el torneo), en esta Copa armada de apuro a puertas cerradas y sobre campos de juego imposibles, Messi brilla. De los 10 goles que la Argentina hizo hasta aquí, anotó cuatro (dos de tiro libre, uno de penal y uno de jugada) y asistió en otros cuatro. Y su influencia en el curso de los partidos es determinante.

Se lo ve maduro, futbolísticamente sabio, comprometido con el objetivo y con sus compañeros, y plenamente consciente de su liderazgo futbolístico y emocional que ejerce sin arengas grandilocuentes, ni gestos demagógicos destinados a las cámaras de televisión. Si ahora canta el final del Himno antes de cada encuentro es porque siente que debe ser así. Si siempre le puso el cuerpo y el alma a la Selección, aún en desacuerdo con las ideas y los planteos de muchos de los técnicos que lo dirigieron, ahora lo hace mucho más. Luego de tantos años de sufrimiento, quiere disfrutar el poco tiempo que le resta con el número diez en la espalda, y el brazalete de capitán del lado de la zurda.

Más que por la Selección en si, el país futbolero quiere que Messi gane la Copa América. Y que lo haga de visitante ante el rival de toda la vida y el gran favorito a retener la corona que nunca entregó jugando como local. Pero el martes, Colombia no le regalará nada a la Argentina. Y habrá que jugar mucho ante Brasil para poder derrotarlo en la hipotética final del próximo sábado en el estadio Maracaná. El premio es muy grande. Pero también será muy grande la decepción si Messi y el equipo que él pilotea desde adentro de la cancha, y Lionel Scaloni conduce desde afuera vuelven a mancarse a la hora de las definiciones. Ya le pasó en 2007 cuando perdió ante los brasileños la final de la Copa América de Venezuela y en 2015 y 2016, cuando Chile se quedó por penales con las dos finales consecutivas en su propio país y los Estados Unidos. Sería muy doloroso que le vuelva a suceder. Mucho más ahora que recorre los últimos metros de su trayectoria con la Selección. Y tal vez no le quede tiempo para intentarlo de nuevo. 

Sería muy penoso también escuchar otra vez adjetivaciones injustas que cayeron sobre Messi luego de cada final perdida o cada eliminación. Esta vez, no hay nada que objetarle. Le pidieron que se ponga el equipo al hombro y se lo puso. Le reclamaron que apoye a un técnico inexperto como Scaloni y lo respaldó. Le demandaron que resuelva los partidos en un par de apariciones geniales y lo hizo. El pase a Rodrigo De Paul en el primer gol ante los ecuatorianos, y su golazo de tiro libre fueron gemas propias de un fútbol que parece estar extinguiéndose y que Messi reivindica con naturalidad. Como si ser un genio con la pelota en los pies fuera cosa tan de todos los días como lavarse los dientes o salir a la calle.

Ese es el riesgo mayor: que los que hoy compiten en la Argentina por el elogio más elevado a Messi, la próxima semana lo hagan por la crítica más rotunda o el calificativo más ácido si la Selección no llega a la final o la pierde. Y se priven de celebrarlo y disfrutarlo. A los 34 años, al cierre de una temporada intensa y en el medio de arduas negociaciones por la renovación de su contrato con el Barcelona (de las que por ahora parece mantenerse al margen), Messi está jugando una Copa América emocionante. Con la seriedad y el compromiso de una estrella, pero con el sentimiento y la vibración de un apasionado por el fútbol. Así lo hizo Diego Maradona en sus tiempos de gloria y por eso conquistó para siempre el alma futbolera de los argentinos. Así lo hizo y lo está haciendo Lionel Messi y por eso, hay un país que el próximo sábado quiere que salga campeón con los colores que lo vieron nacer y que lleva pintados en lo más hondo de su noble corazón.