La Selección se impuso, a puro nervios, en la definición por penales y alcanzó una nueva final de la Copa América, la tercera en las últimas cuatro ediciones, luego de aquellas dos perdidas en fila frente a Chile y de la que luego Brasil le ganó como local a Perú. Y enfrente estará nada menos que el equipo de Tité, que sabe muy bien lo que quiere y cómo conseguirlo. 

El equipo nacional, que es de Messi, y también de Scaloni, porque el DT le impregnó su sello con algunos nombres y algunas ideas esbozadas en los partidos de las Eliminatorias y mejoradas en esta Copa América, volverá a estar frente a uno de sus mayores sueños: conquistar el torneo continental que se le niega desde hace 28 años. 

Sería glorioso verlo a Messi romper la mala racha que alguna vez llegó incluso a quitarle las ganas; verlo levantar una la Copa con la celeste y blanca; verlo disfrutar después de todo lo que le ha dado a la Selección, incluyendo la final del Mundial de Brasil perdida frente a Alemania. 

Es cierto que a este equipo de Messi, de Scaloni, le cuesta mantener la intensidad con la que arranca los partidos y le cuesta también encontrar la calma necesaria para cerrarlos. Y uno se pregunta si es posible que el DT y los jugadores puedan calibrar estas cuestiones cuando solo resta un partido para la gloria: una última prueba, la más difícil y ante un rival que no perdona los errores de sus rivales. 

A esta altura resulta obvio que a Brasil no se le gana con gritos o con los nervios de punta, se le gana jugando mejor, con una idea clara y una mejor estrategia. Se le gana, ante todo, con serenidad e inspiración para hacer el mejor partido posible. Scaloni, que es tan dueño del equipo como Messi, tendrá un gran desafío personal en ese sentido: deberá dar la nota, poner a todos su dirigidos en la alegre sintonía de los que no se desesperan, aunque enfrente esté Brasil, que es como Goliat, pero que como todo gigante puede caer ante la astucia, incluso en el mítico Maracaná.