El arte de ser adulto                     8 puntos

The King of Staten Island; Estados Unidos, 2020.

Dirección: Judd Apatow.

Guion: Judd Apatow, Pete Davidson y Dave Sirus.

Duración: 136 minutos.

Intérpretes: Pete Davidson, Marisa Tomei, Bill Burr, Steve Buscemi, Bel Powley y Pamela Adlon.

Estreno en la plataforma HBO Max

El título con que HBO Max estrenó The King of Staten Island está en perfecta sintonía no solo con ella, sino con toda la obra de su director, Judd Apatow. Si hay un tópico presente en sus cinco películas previas en la silla plegable, desde Virgen a los 40 (2005) hasta Esta chica es un desastre (2015), pasando por gran parte de los trabajos ajenos producidos bajo su paraguas, es justamente el arte de ser adulto. Sus personajes son criaturas comunes y corrientes para los que la adolescencia es un lugar confortable –con todo lo bueno y lo malo que implica el confort– y deben entender cómo vivir, cómo gustarse a sí mismos, cómo disfrutar de los placeres efímeros de la rutina. Sobre aceptar y aceptarse versa esta película inclasificable, que va ramificando sus sentidos mientras abraza los códigos narrativos de la comedia y el drama sin casarse con ninguno y que emana el olor de la carne viva, como si a través de ella el comediante Pete Davidson exorcizara sus demonios internos.

El joven actor de Saturday Night Live -que tiene un show de stand up en Netflix, bautizado Alive From Nueva York, que funciona muy bien para un doble programa- protagoniza y coescribe, junto a Apatow y Dave Sirus, esta materialización de una historia teñida con el color de lo autobiográfico. Una huella que a nadie le interesa esconder, como demuestran Davidson en cada entrevista y el hecho de que la acción se ubique en Staten Island, el mismo distrito neoyorquino donde nació en 1993, fruto del matrimonio entre una enfermera y un bombero. Como ocurre en la ficción con su personaje Scott, un día papá salió a trabajar y nunca más volvió, dejando a su viuda a cargo de un hijo de siete años y una hija recién nacida. Casi dos décadas después, aquel chico es un boludón caprichoso de 24 años que pasa sus días fumando porro con amigos, vive de prestado en la casa de mamá Margie (Marisa Tomei) y se niega a enfrentar cualquier compromiso afectivo o profesional. Un veinteañero intentando negar el paso del tiempo y aferrándose a las dinámicas del pasado es un esquema habitual en la filmografía de Apatow. La diferencia es que aquí no se trata de un pasado feliz, sino de uno que ni siquiera existió, en tanto su padre asoma con una figura inmaculada, una guía ética con vacíos que Scott llena con idealización.

La vida sigue para todos, menos para él. Así como la vecina con la que se acuesta empieza a querer algo más que revolcones ocasionales y su hermana menor se marcha a la facultad, Margie conoce a un hombre con el que aparece la posibilidad de una pareja estable. Desde ya que a Scott no le gusta nada. Primero, porque Ray (Bill Burr, otro exponente del ala más vitriólica del stand up contemporáneo) es el papá de un nene de nueve años al que no tuvo mejor idea que intentar tatuar, en una de las secuencias de mayor octanaje cómico de toda la película. Segundo, porque trabaja como bombero en el mismo cuartel de su padre, lo que agiganta aún más el peso de la ausencia. Apatow, históricamente asociado a universos masculinos, utiliza como tracción del relato esa segunda oportunidad para Margie. Scott, como la película, debe correr detrás de ella para adecuarse a las nuevas circunstancias.

En Funny People (2009), Adam Sandler hizo de un comediante al que le descubrían un cáncer y, con ello, miraba hacia atrás y notaba que en su vida no había conseguido nada, más allá de dinero y fama. Si aquélla fue una de las películas menos autocompasivas sobre el proceso de morir que haya entregado la comedia, a la vez que una radiografía lúgubre sobre los hombres detrás de las risas, El arte de ser adulto tematiza el duelo sin resignar luminosidad, desechando todo atisbo mortuorio o de moraleja. ¿Que todos terminan felices y comiendo perdices? A Apatow suele tildárselo de conservador porque cierra sus historias con casamientos, uniones o familias conformadas. Pero se llega a eso no por una imposición de guion o vuelta de tuerca mágica sino simplemente porque los personajes quieren. Y lo hacen sin resignar su esencia. El arte de ser adulto no tiene buenos ni malos, sino hombres y mujeres que intentan hacer lo mejor que pueden en las circunstancias que les tocan.