El camino hacia la visibilidad de las escritoras no está exento de piedras. En “Ahora es con ellas”, ciclo de debates virtuales organizado por el Goethe-Institut con curaduría de Claudia Piñeiro, participarán las argentinas Camila Sosa Villada y Ariana Harwicz, la chilena Lina Meruane, la boliviana Giovanna Rivero, la peruana Gabriela Wiener, las brasileñas Patrícia Melo y Josela Aguiar y la alemana Zoë Beck, entre otras. Durante el ciclo –que empieza este miércoles 28 a las 17 y se desplegará hasta octubre a través de cuatro encuentros-, las autoras debatirán sobre cómo reflejan los conflictos actuales en sus obras, si la literatura puede provocar una transformación disruptiva de la sociedad y cómo aparecen los miedos y traumas, entre otras cuestiones.

El tema de la apertura del ciclo será “Violencia y literatura”, con Camila Sosa Villada y Patrícia Melo (Brasil), moderadas por Josela Aguiar (Brasil). “Todas nosotras vivimos en sociedades que conocen violencias de distinto tipo. Y para contar esas sociedades es imprescindible contar esas violencias”, explica Piñeiro, curadora de “Ahora es con ellas”, una iniciativa conjunta del Goethe-Institut en Buenos Aires, La Paz, Lima, Porto Alegre, Río de Janeiro, Salvador, Santiago de Chile y San Pablo. “La violencia está fuera del radar de ‘lo femenino’ en términos conservadores y me parecía importante arrancar rompiendo con ese estereotipo”, subraya Piñeiro, flamante ganadora del Premio Dashiell Hammett con Catedrales.

¿Cuáles son los principales desafíos que implica narrar la violencia? “Uno de los grandes desafíos es que la violencia ejercida sobre otros y otras se sienta universal y propia a la vez. La buena literatura hace eso”, sugiere Piñeiro a Página/12. “Una puede leer un libro sobre algún episodio bélico, Los pichiciegos de Fogwill o Werra de Federico Jeanmaire, y sentir que está ahí, en esos episodios violentos que son lejanos a nuestra propia experiencia. Son universales, y duelen en el cuerpo. Durante mucho tiempo la violencia ejercida sobre las mujeres y disidencias fue leída como una situación marginal, de otras. La violencia siempre es universal, cambian las víctimas o los métodos, pero no suele cambiar tanto quién ejerce el poder”, reflexiona la escritora. “La violencia se cuela porque vengo de un colectivo violentado; no existe una sola travesti en este mundo que esté eximida de esta violencia que, por supuesto, conocen todos –plantea Camila Sosa Villada-. El desafío, frente a esta inmunda realidad, siempre es no dejar moraleja, no dejar enseñanza, no bajar línea, no militar las palabras. Convertir las ficciones en historias de vida, en debacles morales, en hechizos, en leyendas desoladoras, aun a pesar de la violencia”.

Camila Sosa Villada

El “crimen pasional” fue reemplazado por femicidio o feminicidio (más usado en México); también se incorporaron travesticidio y transfemicidio. Para evitar la internalización de la violencia patriarcal en el lenguaje Piñeiro recomienda tener paciencia y señalar donde aparezca. “Los cambios del lenguaje no son inmediatos, llevan tiempo. Cuando las palabras incomodan a la larga son modificadas. Muchas veces queremos que sea antes, pero tarde o temprano sucede. Y sin necesidad de que ninguna academia las avale, las avala el uso”, precisa Piñeiro. Para Sosa Villada es el mismo lenguaje el que pide ser cambiado. “Yo pienso en el retorno, en un lenguaje que paulatinamente regresa también a quienes les pertenece. Un lenguaje que robaron a las travestis y que sobrevivió como un yuyo que crece del revoque de una casa –compara la autora de Las malas-. Ustedes creen que nuestras palabras solo están teñidas de violencia, de comercio, de reclamo. Pero nuestras palabras tienen los colores de la invención. Nuestras palabras son cuerpo también. Y hablo de las travestis de mi generación. Las travestis que yo miré y a las que quise parecerme. Recién estoy entendiendo que nos extinguimos las de esos años, que las que vienen son distintas a nosotras. Que las de veinte, treinta años, las que recién comienzan, no saben de este lenguaje nuestro. En mi caso también porque sabía que hablar como el resto era una manera de camuflarme, de desaparecer entre la gente. Así fui olvidándome de esta manera de hablar que intento recuperar cuando escribo, ahora que desaparecer es imposible”.

A la par de una nueva sensibilidad sobre las múltiples violencias que sufren las mujeres y las disidencias, aparece la cultura de la cancelación. “Desde mi punto de vista, no hay que cancelar –afirma Piñeiro-. Cada uno puede leer a quien quiera, ver la película de quien quiera, apreciar el cuadro de quien quiera. Si no te dan ganas de verlo porque esa persona tiene comportamientos machistas o incluso de violencia a las mujeres, estás en todo tu derecho de no hacerlo. De hecho, yo he dejado de leer a autores que no me gustan cómo observan el mundo, no sólo desde el punto de vista que estamos hablando sino políticamente en general. Hay mucho para leer y una elige. Pero no voy a hacer una campaña para que los y las demás no los lean”, aclara la escritora. “Creo sí que hoy nos debemos leer ciertos textos en otra clave. Por ejemplo, Confieso que he vivido de Neruda se ha leído durante años y muchos pasaron sin inmutarse por las páginas donde el autor describe que violó a una mujer que hacía la limpieza de su bungalow en el sudeste asiático. Hoy no podemos pasar por esos párrafos sin tomar conciencia del hecho aberrante que describe, aunque lo haga ‘poéticamente’, o aún peor si lo hace poéticamente. La cancelación haría que nadie lea ese texto y por lo tanto se borre ese hecho que merece ser señalado y condenado”.

Escribir es ofender. Cuando se escribe, siempre se ofende a alguien. Sosa Villada propone continuar escribiendo y ofendiendo. “Escandalizar es un derecho, decía (Pier Paolo) Pasolini. Saber que el lenguaje implica una pérdida y esa pérdida puede no ser leída nunca más por nadie, es algo que aprendí hace mucho. No me asusta ni la censura, ni la corrección política ni ninguna de esas estupideces que yo, por otro lado, también ejercí porque era algo nuevo poder decir: así no se habla, imbécil. Por ejemplo, frente a esa idiotez de tratar a las travestis en masculino. Ahora mucha gente sabe que hablar es perder. Cómo seguir hablando con este saber a cuestas. Pues hablando. En tanto que una escritora escribe dando gritos en la noche, sin saber si alguien o un dios nos estará escuchando”.