La madrugada del pasado 22 de julio, en Caracas, falleció, con 88 años, Guillermo Sucre. Autor de varios poemarios y libros de ensayo, ocasionalmente traductor de poetas de lengua inglesa y francesa, antologador y profesor universitario, fue un referente, durante más de medio siglo, en la cultura hispanoamericana.

Desde la época del “Grupo Cantaclaro”, animador y participante de revistas y grupos en su juventud, como Sardio, junto a Rodolfo Izaguirre, Adriano González León, Salvador Garmendia, Elisa Lerner y Luis García Morales –y que contó además con colaboraciones de Alejo Carpentier y Octavio Paz–, Zona Franca, e Imagen. Quincenario de arte, literatura e información cultural –de la cual fue director–, Sucre publicó su primer artículo, “Relectura de Rubén Darío”, en la célebre Revista de Occidente. Más adelante publicaría poesías y artículos en las no menos célebres Plural y Vuelta –de las cuales fue, a la sazón, fundador–, y Letras Libres; y también pequeñas columnas y artículos en el “Suplemento Literario” del diario local La República, desde donde planteó que, al modo del Estado mexicano con el Fondo de Cultura Económica, debería haber un proyecto cultural de similar índole: una editorial patrocinada e impulsada desde el Estado. Cuando finalmente surgiera Monte Ávila Editores, en 1968, Sucre sería, algún tiempo después, por un par de años, su director literario.

Siendo estudiante universitario, a comienzos de la década de 1950, Sucre y una docena de compañeros –entre los que se contaban Rafael Cadenas, Manuel Caballero, Jesús Bastardo– protestaron, hicieron huelga, y tomaron la Universidad de San Francisco contra la injerencia del gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, que había anulado la autonomía universitaria, y terminaron presos. Luego iría al exilio, a Chile, una experiencia que sin embargo lo enriqueció literaria y culturalmente (José Balza afirma en su Fulgor de Venezuela que Sucre se convirtió en un “lector incesante” y recuerda unos versos autobiográficos de él: “La capital austral acogió mis pasos, los vestigios/ aún recientes de mi país sobre la piel;/ día a día hasta mí llegaba su iracundo rumor”), del mismo modo que una breve estadía en París, donde toma cursos propedéuticos en La Sorbonne y lee a Apollinaire y a Baudelaire. Regresará a su país en calidad de preso político por un tiempo más, será encerrado nuevamente, y completando sus estudios ejercerá finalmente la docencia y enseñanza universitaria, actividad que desarrollará con vigor y empeño por décadas, y que le valdrá premios, reconocimientos y honores décadas después. De toda esa segunda mitad de la década de 1950, intensísima y vertiginosa en vivencias y experiencias, surgirá su primer poemario, Mientras suceden los días, publicado en 1961.

Guillermo Sucre fue amigo de Héctor A. Murena, quien lo recomendó para la Beca Guggenheim, que no obtuvo, aunque poco después sí lo lograría. Residió en Estados Unidos por más de un lustro; desde fines de 1960 dio clases en la Universidad de Pittsburgh, y al regreso a su país publicará un pequeño poemario, con dísticos y “trísticos” de humoradas, ironías y chascarrillos, llamado Serpiente breve (1977).

Sensualista, visual, la poesía de Guillermo Sucre se abre a climas, paisajes y objetos; no por nada su segundo poemario se intitula La mirada (1970). También, a la evocación y la melancolía. Intensa y vital, surge la cuestión en uno de sus poemas: “¿Dónde quedó la alegría de vivir?/ (La vida aún)”. Una “frase” suya, entre varias publicadas junto a otros poemas en Plural, en 1971, dice “para empezar: no moriremos de poesía”. Y otra: “exilio: primero parten las palabras”.

Además de sus poemarios, hay dos libros fundamentales en su trabajo crítico, y que lograron trascendencia: Borges, el poeta (1967), publicado en México, Venezuela y Francia, surgido de ensayos que fue publicando en la Revista Hispanoamericana; y La máscara, la transparencia (1975) –reditado nuevamente, en 2016, por El Estilete, con un capítulo extra dedicado a Neruda, que había quedado fuera por decisión del mismo autor–, donde se dedica a poetas de América: Rubén Darío, José Martí, César Vallejo, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Eugenio Montejo y Rafael Cadenas, priorizando la interpretación/significación textual, la lectura de las mismas obras –y la función del silencio en la poesía, siguiendo a John Cage–, en oposición a otros análisis predominantes por entonces: “personalistas” y telúricos, estructuralistas y marxistas. Este último volumen –aun con sus omisiones–, de más de 450 páginas, le valió el Premio Nacional de Literatura de Venezuela. Allí, también, Sucre rastrea y encuentra similitudes entre la poesía y la prosa de Borges y la de José Antonio Ramos Sucre (1890-1930), al menos en algunos de sus procedimientos. Y el libro anterior, que sobriamente conecta prosa y poesía en Borges –con el acento puesto en esta última–, hace eco en el tiempo y es imposible no filiar aspectos de su enfoque y las temáticas a un ensayo más reciente, Jorge Luis Borges: el escritor poeta, del traductor y poeta argentino Esteban Moore. Sucre busca hallar cómo se forma y surge la expresión americana, la separación-diferenciación del idioma de España, en la vanguardia y los experimentalismos de Huidobro y Vallejo, de Lezama Lima y Paz.

Así se refirió Octavio Paz sobre el autor venezolano: “Sus ensayos, artículos y antologías son modelos en su género y han sido y siguen siendo contribuciones fundamentales en el dominio de la crítica literaria contemporánea en nuestra lengua. En esos textos y estudios encuentro una rara alianza entre la penetración intelectual y la erudición, la sensibilidad y la elegancia del estilo. Sucre es, sin duda, uno de nuestros mejores ensayistas”. 

A lo largo de su vida –con cárcel y exilio, con viajes e intensas lecturas y escrituras– Guillermo Sucre priorizó la poesía: “no estamos exiliados en el mundo, estamos exiliados en las palabras/ en el poema”, escribió.

La literatura fue su vida, entendida esta como libertad, liberación y pasión.