Pocos días atrás, un policía aplicó un balazo sobre el abdomen de una persona que, al parecer, padecía un desencadenamiento psicótico. El herido fue internado en un sanatorio de esta capital donde fue sometido a una intervención quirúrgica que lo dejó sin algunos órganos y partes de otros (bazo y páncreas respectivamente). La madre de quien recibió el balazo policial desmintió la versión según la cual el agente disparó para defenderse de un supuesto ataque de la víctima.

En pocos minutos el episodio era noticia en todos los medios de comunicación: el protagonista de esta triste historia era Chano, el ex cantante de Tan Biónica. Lo cierto es que, con honrosas excepciones, el tema fue y es tratado desde las peores perspectivas y los más estereotipados prejuicios. Es decir: desde centrar el análisis en la vida privada de quien terminó siendo objeto del peor destrato (vaya como ejemplo: “las drogas producen este tipo de desenlaces”); hasta reducir toda reflexión al hecho de si el policía actuó bien o actuó mal; para no hablar de aquellos --profesionales incluidos-- que con toda ignorancia o mala fe critican a la Ley de Salud Mental con el pretexto de que la misma impide internar a una persona contra su voluntad, lo cual es falso. Por lo demás, el vano debate sobre si es el lícito el empleo de pistolas Taser no hace más que ocultar que, para estos casos, nada tiene que hacer la policía, sino equipos profesionales especialmente preparados.

Ahora bien, sabido es que en las personas famosas se encarnan los aspectos más valorados y aborrecidos de una sociedad. En el desprecio por la vida de un sujeto con cierto brillo público se depositan los aspectos más oscuros de una comunidad, esos mismos que pocos se atreven enfrentar. El desequilibrio mental es el más claro ejemplo: por lo pronto, sabido es que los muros de un manicomio dividen a dos sectores de la locura, a saber: el que carece de poder y el que sí lo tiene. De hecho, en su gran mayoría, los medios de comunicación no hacen más que nutrir esta victimización social a costas de personas vulnerables que luego de ser aclamados por la fama, se los arroja al peor de los destinos. En este sentido, Chano es un ejemplo paradigmático. Su más reciente historia así lo corrobora.

En la noche del miércoles 5 de agosto de 2015 un automóvil que transitaba por las calles aledañas al estadio de River dibujó una zigzagueante marcha a contramano con la que atropelló seis autos estacionados y el portón de un garage. Tras lo cual, un grupo de vecinos se sintió lo suficientemente afectado como para reducir al conductor y pegarle hasta provocarle graves lesiones en el rostro y el cuerpo, por las que fue internado y sometido a una operación. El agredido resultó ser el líder de una conocida banda de rock que se encontraba bajo los efectos del alcohol y otras drogas: era Chano.

Más allá de sus dificultades personales que aquí no corresponde tratar, a este músico le toca encarnar el horror que esta comunidad hablante experimenta frente a la locura. Un rechazo que se traduce en ignorancia, odio y desprecio. Como si nuestra vida cotidiana estuviera sembrada de rosas y un sólido equilibrio emocional, en lugar de ayudarlo, al sujeto desequilibrado se lo estigmatiza o se lo encierra. Y cuando está en vigencia una honrosa campaña de desmanicomialización como la que está llevando adelante el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, se critica la ley que permite su exitosa ejecución.

El tratamiento de la locura es el índice por el cual una comunidad mide su capacidad para resolver sus más dolorosos conflictos. Es de esperar que episodios como el que motiva este comentario estimulen alguna reflexión en quienes disponen de alguna pantalla o micrófono para construir el sentido común que orienta la marcha de una comunidad. 

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.