“Joven, talentoso y negro/ Oh, que sueño bello y precioso/ ser joven, talentoso y negro”. La presentación en sociedad de la celebérrima canción “To Be Young, Gifted and Black”, compuesta por Nina Simone con letra de Weldon Irvine, tuvo lugar el 17 de agosto de 1969 en el Marcus Garvey Park de Harlem –por aquel entonces llamado Mount Morris Park– ante unos 50.000 espectadores. La performance de la artista formó parte del injustamente olvidado Festival Cultural de Harlem, realizado por primera y única vez durante el verano de ese año bisagra en la historia de los Estados Unidos de América.

Las imágenes de Simone y los músicos que la acompañan, junto a otras cuarenta horas de material audiovisual registradas para la posteridad en cintas de video de dos pulgadas, estuvieron guardadas en un depósito durante cinco décadas. Aquellas seis jornadas de fin de semana empapadas de música negra, auspiciadas por la alcaldía neoyorquina, quedaron ocultas por las nieblas de la desmemoria, a tal punto que muchos habitantes de la ciudad nacidos en décadas posteriores llegaron a considerarlo un auténtico mito urbano. Eclipsado por completo por el Festival de Woodstock, que fue realizado casi en simultáneo, y por la llegada del hombre al satélite natural de nuestro planeta, aquel verano lleno de pasión vuelve a recuperar todo su brillo gracias al documental Summer of Soul (… o cuando la revolución no pudo ser televisada), dirigido por el músico y realizador Ahmir Khalib Thompson, más conocido como Questlove. La película estará disponible en la plataforma Star+ algunas semanas después de su lanzamiento en la Argentina, el próximo 31 de agosto.

Cápsula temporal sobre una era de enfrentamientos y enconos sociales, pero también de mucha esperanza en las posibilidades del futuro, Summer of Soul ofrece el recuerdo de espectadores y participantes, además de una serie de reflexiones de personalidades ligadas a la cultura afroamericana, aunque su corazón no sea otra cosa que el registro original de todas esas tardes bajo el chirriante sol del verano en el Harlem. Un escenario vital en el cual un joven Stevie Wonder aporrea con gracia su teclado justo antes de que The Staple Singers ofrezca un par de ejemplares de su magnífica cruza de gospel y soul, entre otros solistas y bandas que participaron del evento, como Sly and the Family Stone, Gladys Knight and the Pips, Herbie Mann, The 5th Dimension, B.B. King y, por supuesto, Nina Simone.

“Fue una auténtica barbacoa negra. El ambiente olía a afros y a pollo frito”, recuerda uno de los asistentes al festival cincuenta años más tarde, los ojos fijos en las imágenes de ese pasado que, sin duda, nunca imaginó que podía ser resucitado gracias a la tecnología. Mientras el equipo de filmación del documental Woodstock, de Michael Wadleigh, registraba los escenarios y alrededores del festival musical más famoso del mundo con sus equipos de 35 y 16mm, un grupo de técnicos colocaba las aparatosas cámaras de video en lugares estratégicos del parque Mount Morris, con la intención de captar a los músicos y a la audiencia desde la mayor cantidad de ángulos posibles.

Es una gran noticia que ese registro se haya conservado en buenas condiciones; también que el realizador de Summer of Soul haya optado por respetar el formato de video cuadrado original, de manera de conservar en su totalidad cada milímetro de la imagen. Entrevistado por la revista Vanity Fair luego del estreno del film en el Festival de Sundance, donde obtuvo el Gran Premio del jurado en la sección documental, Questlove afirmó que fue muy difícil decidir qué dejar afuera de las cuarenta horas de material bruto. “Cada uno de esos carretes pesa unos cinco kilos y hay en el país tal vez tres o cuatro personas que poseen el equipo correcto para transferirlo a un soporte digital. Hubo varios intentos por vender el material durante los últimos años, que estuvo guardado en un sótano durante todo este tiempo”.

El baterista, compositor, disc jockey y cofundador de la banda de hip hop The Roots confirma que el título original de la película iba a ser el más vendedor “Black Woodstock", que es el nombre con el cual muchos asistentes recuerdan al Festival Cultural de Harlem. “Ese fue el título de trabajo. Durante un tiempo pensé en la ironía de que los negros hablen constantemente del tema de la apropiación cultural, y qué interesante sería intercambiar un poco los papeles, apropiándonos de algo establecido por la cultura blanca. Pero cerca del final del montaje, en marzo de 2020, en plena primera ola de la pandemia, pensé que sería perjudicial que la película no pudiera sostenerse por sí misma. Finalmente cambiamos el título por el de Summer of Soul, y el subtítulo …o cuando la televisión no pudo ser televisada es un guiño a la letra del poema-canción ‘The Revolution Will Not Be Televised’, de Gil Scott Heron”

EL BLANQUITO FUE A LA LUNA

“Todo el mundo quiere saber/ por qué canto el blues/ Bueno, vengo dando vueltas desde hace mucho tiempo/ y realmente he pagado mis deudas”. La versión up-tempo del clásico de B. B. King pone al público en el mood adecuado, debajo del pequeño escenario montado en medio del enorme parque. El clima es tranquilo y relajado, similar al del resto de las jornadas del festival. Ningún incidente de relevancia tuvo lugar durante esos días, y el público –hombres y mujeres de todas las edades, incluidos muchos niños, en su mayoría afroamericanos, pero sin reglas segregacionistas que impidieran la presencia de otros colores– no requirió en momento alguno la atención de los escasos oficiales de policías presentes. Tampoco la de los miembros del Partido Pantera Negra que oficiaron de agentes de seguridad oficial del evento. Y es que la idea no sólo se desliza sino que se explicita: el último empujón para la realización de los recitales tuvo un origen definidamente político.

Cerca del final de una década llena de violencia de toda categoría y nivel, incluidos los asesinatos de los dos líderes más importantes de la comunidad negra y de un presidente de la nación, y con la cercanía de un verano que se adivinaba a punto de hervor, la posibilidad de ofrecer un evento popular y masivo era lo más parecido a un calmante. Una ofrenda de paz que, tal vez, lograra prevenir o al menos aplacar el estallido. Ayudó bastante el hecho de que el alcalde reelecto John Lindsay tuviera una llegada positiva en los barrios más marginados de la ciudad. No es casual que el político, miembro del Partido Republicano, aparezca en el escenario junto al cantante y promotor local Tony Lawrence, principal responsable de hacer los llamados necesarios para convocar a los artistas, en una etapa de la industria musical en la cual los recitales eran vistos como simple apoyo para el lanzamiento del último lanzamiento discográfico.

En cuanto a los cambios de paradigma en la evolución de la música negra, en ese escenario de Harlem pueden notarse los últimos balbuceos del esquema “todos prolijitos y con el mismo uniforme” que había dominado las formas estéticas amables para con el público blanco, cediéndole el lugar a la aparición de un nuevo formato, mucho más libre y aguerrido. Negro y orgulloso de serlo. El mismo Stevie Wonder, que ofrece un par de temas y reaparece luego de los títulos de cierre de Summer of Soul en una coda inquietantemente humorística, estaba a punto de dejar atrás su etapa temprana en Motown para lanzarse de lleno a la creación de discos tan personales como sónicamente novedosos. Siguiendo la curva creativa de Marvin Gaye, los “How Sweet It Is (To Be Loved By You)” de los 60 se transformaban velozmente en los “What’s Happening Brother” de la década siguiente.

La jornada dedicada enteramente al gospel, el fin de semana espiritual del evento, incluyó la participación de The Gospel Redeemers y Mahalia Jackson, una leyenda viviente de Nueva Orleans, quien fallecería apenas dos años después de ese recital. Es precisamente Jackson quien ofrece una de las instancias musicalmente más emotivas del documental junto a Mavis Staples. La rendición en solitario de “Take my Hand, Precious Lord” se transforma de pronto en un duelo de titanes entre la veterana cantante y la joven miembro del clan Staples, dueto que ante la falta de un segundo micrófono permite descubrir tiempos de mayor improvisación arriba de los escenarios. “El encuentro cumbre entre Mavis y Mahalia fue una de las primeras cosas que pude ver del material de archivo”, recuerda Questlove. “Era algo tan poderoso que sabía que no debía tener interrupciones. De hecho, el primer corte de Summer of Soul duraba tres horas y media y ese dúo cerraba la película. Pero terminó quedando en el medio del metraje y por eso tuvimos que buscar un final aún más potente. En ese punto me di cuenta de que Nina debía clausurar la película”.

Junto a esos y otros momentos musicales de Summer of Soul, Questlove decidió entrelazar imágenes de archivo que ponen de relieve el complejo estado de la nación, que entre otras cosas seguía empeñado en continuar la avanzada militar en Vietnam. ¿Y la llegada del Apolo 11 a la Luna? Cuando Stevie Wonder hace una referencia al respecto pueden oírse algunos abucheos entre el público, y en una entrevista de la época realizada en las calles puede apreciarse la reacción popular en ciertos sectores de la población. “Toda esa plata gastada en algo que podría ayudar a resolver los problemas de la gente”, afirma un entrevistado cerca del escenario.

“Crecí en una época en la cual en la escuela siempre se celebraban esos logros”, recuerda el realizador. “¡Qué gran cosa que un hombre haya ido a la Luna! Pero desconocía el nivel de desdén que la comunidad negra tenía en aquel momento. Es como si todo el mundo estuviera viendo cómo se hacía historia con el alunizaje y ahí estaba esa gente en un concierto, pensando realmente que eso era más importante. Hay que entender que 1969 fue el año en el cual plantamos las semillas de lo que llamamos Black Joy, la alegría negra. La idea de vernos a nosotros mismos bajo una luz hermosa, aprendiendo a amarnos. Porque antes de eso, todo señalaba hacia el auto aborrecimiento, que viene de los días de la esclavitud y de la Leyes Jim Crow. Ese año abrazamos nuestra negritud y acuñamos la frase ‘Black is Beautiful’”.

Cuenta Questlove que, mientras trabajaba en la película leyó la autobiografía de Prince, que escribe sobre cómo su padre lo llevó a ver Woodstock, y cómo esa fue su epifanía musical. “La película Woodstock hizo mucho más por construir una imagen de lo que fueron los años ‘60 de lo que realmente fueron. Fue entonces cuando me pregunté qué pasaría si otro film hubiera sido creado bajo la misma luz ¿Qué hubiera significado ese film para nosotros? Por eso era tan importante lidiar con el tema de la invisibilización negra y el activismo, y ser precisos desde lo político. Este último año fue agotador: plataforma tras plataforma, en películas y series, todas lidiando con historias sobre el ‘dolor negro’, con escenas cercanas al torture porn. Sé bien que la intención es ser auténticos y fieles a la Historia, pero también creo que se está enviando el mensaje de que los negros tenemos mucha tolerancia al dolor. Creo que es muy importante balancear eso con el Black Joy”.

HUBO UN TIEMPO QUE FUE HERMOSO

“Hay un amarillo/ que no acepta al negro/ que no va a aceptar al rojo/ que no aceptará al blanco/ Cada loco con su tema/ Y así y así y así/ A veces estoy en lo correcto y puedo equivocarme/ Mis creencias están en mi canción/ El carnicero, el banquero, el baterista/ No hay ninguna diferencia en qué grupo esté/ Soy una persona corriente”. La aparición sobre las tablas de Sly and the Family Stone vuelve a confirmar que los tiempos estaban cambiando. Una banda multi étnica en la cual “¡el baterista es blanco y una chica negra toca la trompeta!”, según las palabras sorprendidas de una espectadora que recuerda cómo debió mentirle a su madre para poder participar del encuentro y llegar a la primera fila.

El clan de músicos californianos enfocado en el soul más psicodélico venía rompiendo moldes desde su formación en 1967 y su presencia en el Festival, más allá de un primer atisbo de duda de la audiencia, quebró todas las reticencias luego de las versiones en vivo de “Sing a Simple Song” y “Everyday People”. Luego llega el momento del día latino. En tiempos de Black Panthers y Brown Berets, la unión de las luchas por los derechos civiles de afroamericanos y “chicanos” tenía su correlato en la escena musical, y la presencia del cubano Mongo Santamaría y el neoyorquino de origen puertorriqueño Ray Baretto se suma a la moda de los afros y las kangas como señal de regreso a los orígenes.

Curiosamente, el debut como director de Questlove tuvo un prólogo hace más de veinte años: de gira con su banda The Roots en Japón, en 1997, durante un descanso en un bar, los planos pirateados de un recital de Sly Stone y su banda en una pantalla de tevé lo sorprendieron. “En ese momento, pensé que se trataba de algún festival en Suiza o en Montreaux”. Tendría que pasar mucho tiempo para que esas mismas imágenes, registradas en el Festival Cultural de Harlem, se ofrecieran en su totalidad ante sus ojos y oídos en las videocintas que le dan forma al corazón de Summer of Soul. Y así, entre magníficas interpretaciones en vivo de temas muy conocidos y otros tantos hoy olvidados, con un público absorto ante la presencia de semejante despliegue de talento en un evento abierto a todos y totalmente gratuito, esos días que fueron hermosos –y que inspiraban días aún mejores por venir– vuelven a vivir después de estar encerrados en sus pequeñas tumbas durante demasiado tiempo.

Es un signo de inteligencia que el trabajo de “curadoría” detrás de Summer of Soul, el enorme y esforzado trabajo de reducir cuarenta horas de material bruto y editorializar sobre toda una era musical en términos también políticos y sociales, no permita que el árbol tape el bosque. O viceversa. Questlove sabe que las imágenes y sonidos de ese pasado remoto no pueden ofrecerse sin un contexto, pero también es consciente de que el alma del evento, la electricidad que corre, ida y vuelta, entre la audiencia y los artistas, no puede transmitirse de manera indirecta. Está ahí, en esos planos robados a la realidad con cámaras de video que hoy pueden antojarse antediluvianas, en cada close-up y en cada plano general. En uno de los segmentos de la comedia colectiva Mujeres amazonas en la luna, B. B. King bromea acerca de los “negros sin soul”, haciendo hincapié en la etimología del género musical. El soul es el alma, y sin alma no hay música soul posible. Summer of Soul celebra el talento personal y la unión colectiva de almas, reflejando una época donde todo parecía posible. Cambiar la música, pero también cambiar el mundo.