Entre las frases que uno repite sin pensar están las relacionadas al trabajo. Que el trabajo dignifica, que el trabajo es salud, decimos sin evaluar cuántas veces el trabajo es explotación, humillación o enfermedad. Lavorare stanca, trabajar cansa, decía Pavese en aquel poema. Y no sólo cansa. En ocasiones, enferma o mata.

Ya sé que ustedes conocen gente que adora su trabajo. O tienen un primo que trabajaba en Barcelona y que ahora trabaja en París y es feliz. Y es verdad, pero lo que abruma es la cantidad de gente que se enferma por el trabajo: tendinitis, jaquecas, estrés, accidentes y problemas aún más graves.

Es cierto que, al menos en nuestro entorno, algunas de las formas antiguas del trabajo ya no existen. La foto de tipos apiñados en un ascensor, camino a una mina de carbón donde inevitablemente se enfermarán, ya no se ve. Aunque, nobleza obliga, hay que decir que aún hay peones rurales que viven como animales.

Pero hoy el trabajo que enferma se ha disfrazado de correcto, de razonable. La que se enferma no es gente que aspira carbón sino la que tiene que hablar ocho horas por día por teléfono, o pedalear más que Induráin para llevar pizzas a domicilio, a viajar dos horas para llegar a la fábrica y dos horas para regresar a su casa.

Ya lo decía Pavese: “…y este hombre, que pasa, no ve las casas/ entre las luces inútiles, no levanta más los ojos:/ tan sólo siente el adoquinado, que han hecho otros hombres/ de manos endurecidas, como las suyas”.

Es que hay demasiado que comprar, demasiados placeres que vivir antes de morir. Entonces hay que trabajar el doble, hasta el límite del dolor y la enfermedad. Peor es si uno es un trabajador independiente. Ahí la explotación, o sea la autoexplotación, puede llegar a límites kafkianos, con uno en los dos lados del mostrador. Es una pesadilla donde alguien levanta un látigo y ordena trabajar más. Pero acá, el que blande el látigo y el que recibe los latigazos es uno mismo.

Como si fuera poco, todos consideramos que la realización personal pasa por ser productivo. Lo contrario es entrar en un vacío donde se sueña con vivir de rentas o ganar la lotería. Es un círculo sin salida porque todos consideramos que alguien improductivo es un problema. Y el sistema castiga muy duramente todo intento de rebelión, de visión alternativa. Para reforzar eso, la iglesia, el estado y la política tienen frases que te estimulan a seguir siendo un esclavo. Nadie estimula a la rebelión ni a la independencia.

No es sencillo meterse con una “vaca sagrada” del sistema porque no hay solución. Muchos ni lo consideran un problema. Y no existe una respuesta colectiva. Apenas la posibilidad de un pataleo individual, la de irse a la montaña a vivir de la caza y la pesca. O vivir con poco y listo, darle la espalda al mundo.

Y todo para no hundirse. Si como dice Chul Han, “ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”, habría que pensar que la mayoría de las veces la explotación apunta apenas a sostenerse, ya no tanto como individuo sino como un simple consumidor. Flotar, es todo. Sin olvidar que cada minuto de trabajo extra es un minuto que se le quita a los hijos, a la diversión, al estudio, etc.

No sé ustedes, pero yo conozco a mucha gente que trabaja cada día más horas, para ganar más y poder pagarse el médico e intentar resolver el problema que le generó el trabajo extra. Es un círculo imposible de romper. No hay un afuera, excepto aislarse de la civilización y pagar las consecuencias.

Y eso no es todo. Con el cuento de estar comunicados full time uno trabaja cuando está vacacionando, cuando está jugando con sus hijos, cuando está cagando. Lo que antes se resolvía en una semana, como plazo razonable, ahora debe resolverse en un día, como si el mundo dependiera de nuestro trabajo.

¿Era más sencillo en la época de nuestros abuelos o padres? Seguramente sí porque entonces ser productivo no pasaba por endeudarse para viajar a Disney sino cumplir el sueño de la casa propia como centro del proyecto familiar. Ahora la cosa no termina en trabajar y proveer. Sigue en las necesidades inventadas por el consumo, o por nosotros mismos, para seguir siendo merecedores de una vida completa. Para ser feliz hay que tener, y para tener hay que trabajar duro.

Las muchas excepciones no hacen más que confirmar la regla: somos esclavos modernos, descartable y efímeros. Los enfermos, que se jodan. O mejor que se curen para poder seguir produciendo.

Los intentos de achicar la semana laboral que se está dando en Europa y que algunos fogonean aquí puede cambiar un poco este estado. Quizá, sólo quizá. Aunque es probable que hayan visto que con más tiempo para consumir somos un mejor negocio. Eso sí: para tener tiempo libre y dinero para disfrutarlo habrá que buscarse un trabajito extra los fines de semana.

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