La escritura y la lectura forman parte del desorden y la disidencia con los mandatos burocráticos de la vida. La escritora chilena Diamela Eltit ganó el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2021, dotado de 150.000 dólares, que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en reconocimiento al conjunto de una obra. La autora de Lumpérica fue elegida “por la profundidad de su escritura única que renueva la reflexión sobre la literatura, el lenguaje y el poder en el cambio de siglo. Una voz trazada con los cuestionamientos más urgentes de la época contemporánea en tiempos de pandemia, migraciones, depredación y devastación ambientales”, planteó Lorena Amaro Castro, en representación del jurado, que eligió a Eltit de manera unánime porque su obra, constituida por novelas, ensayos y crónicas, “trasciende las convenciones literarias” para dialogar con la visualidad, la crítica, el feminismo, el psicoanálisis y las teorías contemporáneas poshumanistas.

Desde Santiago de Chile, la dulzura de la voz de la ganadora del Premio FIL vibró en las cuerdas del asombro y la emoción. Hay un idilio de larga data con México, país donde fue agregada cultural de Chile entre 1991 y 1994. La escritora chilena –que recibirá el premio durante la inauguración de la próxima edición de la Feria del Libro de Guadalajara, que se realizará del 27 de noviembre al 5 de diciembre- estaba en las tierras de su admirado Juan Rulfo cuando el poeta Nicanor Parra ganó la primera edición del premio, en 1991. “Pensando en el tiempo, que es una ficción, relaciono las dos situaciones en un hilo narrativo personal y veo también ahora que se produjo una especie de paridad en relación con Chile -recordó Eltit-. Los chilenos y chilenas estamos luchando por una mayor cantidad de democracia; en ese sentido se unió poesía y narrativa, y hay una equidad entre hombres y mujeres para este premio, y ese es el horizonte literario que debemos tener: un horizonte literario no biológico sino cultural, donde distintos textos habiten las plataformas de la escritura”.

Eltit empezó a trabajar como profesora de literatura en una escuela secundaria del barrio José María Caro, en el sur de Santiago, una zona periférica de las más afectadas por la represión de la dictadura pinochetista en la década del '70. “No es solo una tarea de enseñanza, también es de aprendizaje. Yo aprendí mucho de mis estudiantes”, reconoció la escritora que en 1979, cuando era una estudiante de literatura en la Universidad de Chile, fundó junto al poeta Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Juan Castillo y Fernando Balcells el colectivo de Acciones de Arte (CADA), un movimiento de resistencia cultural contra la dictadura. Como miembro del CADA, realizó una performance en la que limpió con un trapo y un balde de agua una calle de la capital chilena poblada de prostíbulos. “La literatura ha sido crucial en tiempos adversos. La enfermedad, el hambre, la violencia, la no equidad forman parte de la gran biblioteca literaria desde la literatura griega en adelante”, agregó la autora de las novelas Lumpérica (1983), El cuarto mundo (1988), Vaca sagrada (1991), Los trabajadores de la muerte (1998), Jamás el fuego nunca (2007) e Impuesto a la carne (2010), entre otras, que ha publicado ensayos como Emergencias: escritos sobre literatura, arte y política (2000), Signos vitales (2008) y Réplicas (2016).

“Mi gran tarea tiene que ver con el deseo o la producción de obra. No pienso que me tienen que dar un premio. Escribir ha sido un espacio de libertad, he podido salir de la vida cotidiana para entrar al territorio de la creatividad. No necesito compensaciones de ningún tipo. Nadie me debe nada; mejor dicho, yo le debo mucho a la literatura”, aclaró la escritora chilena que ganó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (2010), el Premio Nacional de Literatura de Chile (2018) y el Premio Internacional Carlos Fuentes 2020, entre otros, y que fue jurado del Primer Concurso Latinoamericano de Crónicas Caras y Caretas 2020, “La vida en tiempos de la peste”.

“Un escritor o una escritora no se hace en un taller literario; lo que se puede construir ahí es una comunidad”, precisó Eltit. “Mi tema siempre ha sido lo comunitario, romper la cuestión competitiva y entender que hay una comunidad no coincidente, y que eso está bien porque me interesa el pluralismo y la diferencia. Los escritores y escritoras se hacen en soledad y por obsesiones que nos mueven a todos los que escribimos, por algo muy poco capturable que es el deseo”, dijo la autora de El ojo en la mira. Ese texto, publicado recientemente por la editorial argentina Ampersand, cabalga entre la memoria autobiográfica y el ensayo; en él, asume que fue importante para ella “habitar desde siempre una política de izquierda” y revela que leer la empujó a decisiones que podrían ser pensadas como “emancipatorias”. La obra de Eltit, como señaló el jurado del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, “da lugar a subjetividades e historias hilvanadas por la resistencia, la marginalidad y el olvido, donde rescata, lúcidamente, las posibilidades de una nueva humanidad”.

En su último libro aparecen muchos temas que la han convocado una y otra vez, como el cuerpo y sus dilemas. “El cuerpo de las mujeres me parece hoy, después de décadas de pensarlo, como una producción discursiva, una ‘zona de sacrificio’ (ocupando un término medioambientalista), porque ese es el cuerpo que sostiene la economía por la vía del salario inequitativo o de los trabajos impagos”, explica la escritora chilena en uno de los capítulos de El ojo en la mira. “En general, por los dictámenes sociales, muchas escritoras deben enfrentar el triple trabajo. Las tareas de administración doméstica y cuidados familiares, trabajo asalariado y la escritura. Esas formas están también naturalizadas, pero la escritura implica un trabajo intenso y extenso y la suma de deberes no son considerados como un exceso por el sistema y menos aún por el espacio literario”.

“La tecnología tiene dueños; es muy oportuna, muy necesaria en estos tiempos, pero también necesitamos leerla críticamente. La tecnología no es inocente”, subrayó Eltit. “El feminismo chileno tiene una historia muy larga, como el mexicano y el argentino. El feminismo chileno empieza en el siglo XIX y siempre ha tenido momentos intensos, con preguntas muy críticas. Por ejemplo, en 1935 en uno de los textos del MEMCH (Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres en Chile) se pide por el aborto. Estamos en 2021, casi un siglo después, y no tenemos aborto libre. Hay muchos dilemas que siguen vigentes. Se trata de una larga búsqueda de equidad, lo que no es simple en mundos que han sido inequitativos. Vamos a ver cómo seguimos”, concluyó la escritora chilena.