Ya lo enunciaba Ítalo Calvino: la ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano; escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las astas de las banderas. La restauradora María Eugenia Prece agregaría que el pasado yace oculto en la piel de un edificio; en sus molduras, sus aberturas, sus techos, sus símbolos.

Hace más de veinte años que eligió situarse en las alturas y entre los andamios para llevar adelante una arqueología singular: el arte de decodificar las espesas capas de significados entretejidas en las construcciones de valor patrimonial para restaurarlas. El suyo es un trabajo artesanal. Con paciencia, regla, cuchara, nivel y plomada emprende cada día el rescate de saberes, oficios y memorias de antaño para resignificarlas a la luz del presente.

"El primer paso en un día de trabajo es mirar con amplitud para planificar: tiempos de ejecución, materiales disponibles, tareas específicas a realizar", cuenta. "Luego acomodarse lo mejor que se pueda en el tablón y entablar ese diálogo desafiante con la materia. Hay mucha observación en la restauración: del clima, de la humedad, del calor; porque los materiales nos imponen sus leyes y vamos aprendiendo de ellos. Tenemos que ver qué nos dice el edificio, cómo está construido, cuál es su problema, si tenemos que preservar o rehacer", explica.

La observación es sólo una de las tantas premisas a tener en cuenta. Resalta "la paciencia y la humildad porque todo el tiempo estamos aprendiendo, el respeto para evidenciar lo que el edificio era y no querer dejar nuestra impronta; no somos artistas, somos restauradores y ponemos en valor el trabajo de otro".

Cada integrante que asume junto a ella el desafío de la restauración patrimonial forma parte de Almapiedra, la empresa que fundó luego de recibirse de Licenciada en Bellas Artes en la Universidad Nacional de Rosario, cuando descubrió que su vocación profesional no pasaba por el quehacer artístico propio sino por revalorizar el ajeno. Este camino la llevó a cursar una maestría en restauración en la Universidad de Alcalá de Henares, Madrid, donde se inmiscuyó de lleno en el oficio de devolver la belleza a edificios de otros tiempos. Su obra más reciente es la flamante restauración de la fachada histórica de la Facultad de Humanidades y Artes,  después de un trabajo que demandó 20 meses.

Hablar del origen del edificio de Humanidades es hablar de multiculturalidad. A principios del siglo XX, La Santa Unión de los Sagrados Corazones, una congregación de monjas francesas encargó el diseño al arquitecto inglés Arthur Herbert Inglis para que funcionara como sede de un colegio para mujeres. La proyección, que devino en un edificio de estilo neogótico de matriz escocesa, emulando los colleges de Oxford, fue materializada por el arquitecto italiano Felipe Censi, constructor de edificios emblemáticos de la ciudad como La Bolsa de Comercio y el Hospital Español. En palabras del decano de Humanidades y Artes, Alejandro Vila, el edificio de 118 años que fue adquirido por la UNR en 1951 constituye "una construcción con un lenguaje arquitectónico singular en nuestra ciudad y poco frecuente en Argentina", por lo que su reciente restauración significó un gran aporte al patrimonio cultural de Rosario.

La obra se enmarca en un plan integral de restauración diseñado por el Área de Infraestructura de la UNR e involucró el diálogo interdisciplinario entre el arte, la arquitectura, la física y la química para elaborar respuestas estratégicas ante un desafío de características particulares. "En la ejecución participaron treinta personas, catorce en el armado y desarmado de los andamios durante las cuatro etapas de obra; tres en el tratamiento de superficie, que incluye la limpieza y la remoción de pinturas y diez en la restauración propiamente dicha, entre herreros, carpinteros y mano de obra de albañilería especializada a cargo de  Prece", detalla la directora de Infraestructura de la Facultad, Virginia Bas.

Al igual que en muchos otros edificios centenarios, el material que le imprime la identidad originaria a esta construcción es el símil piedra, una solución ideada por constructores italianos para imitar la piedra característica de las construcciones medievales a partir de áridos diversos y cal en pasta como aglomerante. Uno de los desafíos más grandes fue recuperar ese material, que había sido tapado con pintura, lo que implicó "investigar los materiales, reproducir sus características físico-químicas, su color y su textura", especifica María Eugenia.

Para esta tarea contaron con la colaboración del Instituto de Física Rosario (IFIR),  donde analizaron el símil piedra mediante un sistema de difractometría de rayos x para averiguar su composición y poder reproducirla. Los materiales utilizados para llevar adelante el trabajo se caracterizan por la ausencia de procesamiento, ya que “antes se construía con cal, arena, ladrillo, madera, hierro y tiempo”, relata la coordinadora de Almapiedra, y destaca la calidad invaluable, que se evidencia, por ejemplo, en las aberturas del edificio. "La madera que se consigue ahora es madera que se corta joven y no tiene la calidad de la resina utilizada antaño".

La garantía de protección del resultado final fue otro de los aspectos clave a resolver. "Para evitar el deterioro de las fachadas es necesario protegerlas del ingreso de agua, pero a la vez permitir la evapotranspiración", explica Sandra Signorella, directora del Instituto de Química Rosario (IQUIR), con el que la empresa trabajó conjuntamente. "Esto requiere la aplicación de productos que no generen barrera de vapor, lo cual puede lograrse empleando hidrofugantes nanotecnológicos, productos que no se fabrican en el país y cuyo costo de importación hace inviable su aplicación". Almapiedra acercó esta inquietud al equipo de investigación, que contaba con experiencia en la preparación de productos nanoparticulados, y comenzaron a trabajar para desarrollar un hidrofugante basado en nanopartículas organosilíceas, con pruebas de aplicación sobre distintos sustratos.

El grupo de Física y micromecánica de materiales del IFIR participó también del análisis de los sustratos antes y después del tratamiento para "poder correlacionar la morfología y el tamaño de las partículas con las propiedades hidrofugantes del producto obtenido". Este proceso de investigación conjunta entre los tres grupos llevó aproximadamente dos años y abrió un campo de trabajo en el área que "no existe en el país, ya que se trata de un producto especialmente formulado para conservación", y buscan fabricar a mayor escala mediante la presentación de un proyecto de desarrollo y transferencia de tecnología a la Agencia Santafesina de Ciencia, Tecnología e Innovación (ASACTeI), con la UNR como contraparte.

Un edificio patrimonial es un discurso vivo: nos cuenta de sentidos y sensibilidades pasadas, de sueños y saberes de otro espacio y otro tiempo. Donde actualmente habita la Facultad de Humanidades y Artes habitó una vez un colegio religioso que plasmó sus cosmovisiones en la fachada tallando corazones, una cruz y dos hojas de acanto formando un capullo, "un símbolo de la unidad, del vacío primordial, del origen", rescata María Eugenia. "Estos símbolos nos conectan con las creencias de nuestros antepasados, los mitos que representan las búsquedas de sentido que perseguimos como humanidad a lo largo de nuestro devenir histórico". Es así como nos vamos constituyendo como sociedades, "como en estratos de historia, somos una acumulación de registros históricos, de memorias y prácticas diferentes y me parece hermoso ver lo que fuimos y cómo hemos progresado y ampliado nuestra mirada sobre la vida social".

Con el advenimiento de la modernidad, la arquitectura contemporánea de despojó del registro de lo simbólico para volcarse hacia la estandarización y la masividad. "Hay otro dinamismo, no nos podemos parar a construir cosas muy artesanales, y tampoco tenemos ese registro de qué quiere decir un edificio de sí mismo", postula la restauradora. "Dejamos de creer en el poder de los símbolos, que antes se analizaban y eran energías que estaban presentes en nuestra vida". Para María Eugenia, los edificios de valor patrimonial no sólo poseen un gran valor documental sino también arquitectónico. "La preservación patrimonial debería ser una cuestión ética hoy día, que estamos al borde de un desborde ecológico", argumenta, y agrega que, tal como se ha hecho en la Facultad, "debería ser una prioridad elegir edificios bien constituidos y rehabilitarlos para usos contemporáneos. Eso es perfectamente posible con inversiones no tan onerosas y sin generar tanta basura ni consumo energético".

 

El patrimonio nos enseña a ver(nos) con otros ojos, a "conocernos y reconocernos en lo que hemos superado y es eso lo que nos hace crecer más", concluye.