Han transcurrido los días de velatorio en el Ministerio de Trabajo, y aunque desconoce los diálogos entre el viudo y el embalsamador, e ignora que en el segundo piso de la Confederación General de Trabajo (CGT) se ha montado un laboratorio exclusivo para el doctor Ara, Teresa Carmelina entiende que es hora de que el General Perón sepa del arte de su esposo Katsusaburo Miyamoto. Sin su autorización, escribe una carta al Presidente ofreciéndole el preparado de Miyamoto para conservar el cuerpo de Evita. Algunos días después, llega la carta de respuesta de Perón. Agradecía el ofrecimiento pero le aclaraba que el servicio estaba ya encomendado al doctor Ara, que también tenía su método propio. Pero cuando Perón se preocupó por el estado del cuerpo de su mujer, recordó aquella carta desde Rosario.

--Venimos de Buenos Aires por orden del General Perón --se identificaron los dos hombres cuando Teresa abrió la puerta de la casa de calle Riobamba de Rosario, como si los estuviera esperando. Los visitantes pidieron hablar con el doctor Miyamoto. El japonés los atendió amablemente y los hizo pasar a la sala principal. Los enviados se acomodaron en sus sillas y dieron detalles del proceso que llevaba adelante el doctor Ara.

--El encargado de embalsamar el cuerpo de Eva no está alcanzando el éxito esperado y el cadáver comienza a descomponerse. Necesitamos de su ayuda, queremos conocer su opinión --dijeron los visitantes y extendieron sobre la mesa del living un informe completo del caso.

Miyamoto se negó a leer el estudio pero estaba dispuesto a viajar a Buenos Aires, examinar el cadáver y dar entonces su palabra final sobre el cuerpo de Evita. Puso una sola condición: deseaba trabajar solo, sin testigos. Los dirigentes se sorprendieron por el pedido. Le plantearon que era imposible cumplir con semejante imposición. Por lo menos, Perón y su médico particular debían estar presentes en el laboratorio, le señalaron. Miyamoto volvió a negarse y dio por terminada la breve reunión. Cuando todos se levantaron de sus sillas, Teresa se encargó de acompañar a los enviados de Perón hasta la puerta de salida. Miyamoto imaginó que el General iba a pedirle que le revelara la fórmula que aun hoy se mantiene en secreto.

"Yo vi una carta en nuestra casa con membrete de un Ministerio... no estaba firmada por Perón. En ella le piden una consulta sobre el proceso de eternización de Evita y el japonés, que parece que no era peronista, no lo hace, desconozco las razones pero había una cuestión política", recuerda el hijo del empresario Eduardo Oliva, quien fue el protector de Miyamoto en Rosario.

“¿Es verdad doctor Ara que unos médicos japoneses se ocupan de los restos mortales de Eva Perón?”, lo interrogaban los periodistas. Como había firmado un contrato por el cual no podía dar información alguna sobre ningún aspecto de su trabajo, Ara contestaba con evasivas: “¡Vaya usted a saber!”. “¡Quién sabe!”.

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En 1953, Pío XII --también llamado “el Papa de Hitler”-- entró en una larga agonía, aquejado de graves trastornos gástricos que se manifestaban por medio de un hipo violento. Su médico personal, de profesión oculista, Riccardo Galeazzi-Lisi, le recetó grandes cantidades de ácido crómico, utilizado para teñir el cuero, que no hicieron más que causarle mayores complicaciones esofágicas. Cada vez más hipocondríaco, cayó enfermo de una desconocida combinación de dolencias. Su médico le propuso una solución de moda: la terapia celular, un tratamiento a base de hormonas patentado por el médico suizo Paul Niehans, que consistía en inyectar bajo la piel del paciente células vivas de fetos de ovejas y monos. Finalmente, el doctor Lisi y su colega Nuzzi aplicaron un atípico procedimiento de “embalsamar” al Papa: encerraron su cuerpo en una bolsa de plástico con substancias aromáticas sin ninguna inyección en arterias o venas. Repitieron el proceso durante varios meses para que el cuerpo se mantuviera flexible y fresco.

El Vaticano recibía cientos de miles de cartas de todo el mundo en la que los niños católicos le ofrecían al Papa sus oraciones y remedios para el hipo. También recibió una misiva desde un lugar lejano: Rosario. La remitente era Teresa. Como el Papa podía morir de un momento a otro, ella se había encargado de escribir una carta al Vaticano dando a conocer el procedimiento de conservación de cuerpos de Miyamoto. Sólo él puede conservar el cuerpo del jefe de la Iglesia, escribió Teresa. Envió varias cartas más, en el mismo tono, al secretario de Estado del Vaticano, al presidente de la Pontificia Comisión, a la dirección de Sanidad e Higiene... Nunca recibió respuesta.

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Nikita, campesino y trabajador metalúrgico en su juventud, comisario político durante la Guerra Civil entre 1917 y 1923, trotskista antes de la Revolución de Octubre, luchó en la Batalla de Stalingrado durante la Segunda Guerra Mundial, vivió los años más duros de la Guerra Fría y le tocó negociar con figuras políticas como Kennedy, Nixon o Mao. En 1966 fue arrinconado políticamente por sus propios camaradas y se convirtió en el único líder soviético jubilado en vida. El hombre que durante una década había gobernado la Unión Soviética se sumió en una profunda depresión. Cuando el comité central le exigió que no escribiera sus memorias, que no revelará secretos de Estado, contestó: “Quiero morir honrado. Tengo 70 años, estoy en mi sano juicio y respondo de mis palabras y actos. Estoy dispuesto a acatar el castigo más grave, hasta la pena de muerte. Estoy dispuesto a morir en la cruz, que traigan los clavos y el martillo. No hablo por hablar, lo deseo. Los rusos dicen que no hay forma de evitar la súplica y la prisión. Yo siempre estuve en el caso opuesto. A lo largo de mi carrera, nunca me tocó ser el interrogado. Tengo los brazos manchados de sangre hasta los codos; es lo más terrible que me pesa en el alma”. Nikita murió en 1971.

El señor Eiichi Suzuki es uno de los tres hijos de Kiyoko, la sobrina predilecta de Miyamoto, la que cuidó de él en su casa de Tokio cuando volvió a la tierra natal. Eiichi es un señor mayor que dirige, junto a otros dos hermanos, Hakuhoudo, empresa de diseño y construcción de interiores de casas en Japón. El sobrino de Miyamoto --un gentil anciano-- apela a su memoria y revela, vía mail: “He escuchado que cuando murió el secretario general soviético, se le pidió a Miyamoto que conservara el cuerpo con su tratamiento antiséptico, pero se negó”.

Fragmentos del libro Mi obra maestra (Homo Sapiens Ediciones y UNR Editora), que se presenta el 1º de octubre en la Biblioteca Argentina de Rosario.