Una semana después de las PASO, María Eugenia Vidal anunció que arrebatarán la presidencia de Diputados al Frente de Todos, rompiendo la tradición que otorga ese lugar a los oficialismos. Con el envión de las primarias, Horacio Rodríguez Larreta, envió a la Legislatura de CABA un proyecto que transgrede once convenios urbanísticos para la construcción de 16 megatorres, además de otro proyecto violatorio de la Constitución Nacional que habilita al Tribunal Superior de Justicia, --que controla Cambiemos-- a intervenir en fallos nacionales, como los de la causa del Correo que involucra al Grupo Macri. Y en un operativo relámpago desalojó cien familias en la villa 31, derribando las casillas con topadoras e incendiando las ruinas.

La ofensiva de Juntos por el Cambio surge como la contracara del gobierno nacional que ha tratado de consensuar y negociar cada paso que dio desde el momento de su asunción tras una victoria electoral apabullante. Esta avalancha irrefrenable de meganegocios, intervenciones judiciales, atropellos políticos y represión brutal a los reclamos sociales sirve también como adelanto de lo que es posible esperar si se repiten los resultados de las PASO. No hay señales de respeto por las vías de diálogo ni búsqueda de consensos.

Los resultados de las primarias abiertas, que alimentaron este impulso de la alianza conservadora, en cambio cayeron como un baldazo de agua helada en el Frente de Todos, que después de un desempeño casi épico contra la pandemia no esperaba un marcador tan adverso.

Tras un primer momento de parálisis, la carta de Cristina Kirchner disparó un debate interno sobre los motivos de ese resultado, que desembocó en el cambio de gabinete y el anuncio de medidas paliativas para la economía de los sectores más afectados por la pandemia. Pero al mismo tiempo se sintieron los efectos que producen las derrotas: confusión, frustración, enojos, cruce de acusaciones, desilusión.

Cambiemos o Juntos por el Cambio o Juntos, toma la definición de von Clausewitz sobre la guerra para aplicarla en la política, como la imposición de la voluntad propia y el debilitamiento de la voluntad del adversario. El viejo militar prusiano, estudioso de la guerra, también ha dicho que “nos inclinamos a creer más lo malo que lo bueno y a exagerarlo sin visible causa”, otra máxima que usó el macrismo para el “periodismo de guerra” y la persecución judicial.

El problema del Frente de Todos

Sin voluntad de ganar es difícil impulsar o participar en una campaña electoral. Es el problema que se le plantea ahora al Frente de Todos que, después de la derrota y el debate, tiene que lamerse las heridas, juntar filas y salir a la calle con el entusiasmo que requiere una campaña que busca revertir un resultado.

La aparición pública, el jueves, de Alberto Fernández y Cristina Kirchner juntos en la Casa Rosada para el lanzamiento de la ley de Fomento al Desarrollo Agroindustrial fue una señal de esa necesidad de apretar filas. En la dirigencia es más fácil asumir la posibilidad de debatir en un marco de contención. Pero tienen que transmitir esa convicción a las bases, que deberán salir a la calle, poner mesas, hacer campañas de timbreo y hasta buscar y convencer a los que cambiaron su voto o llevar a votar a los que no votaron.

Debatir y entusiasmarse para la campaña son dos movimientos que necesitan tiempo de asentamiento, que en este caso no tienen porque ya está encima la nueva elección. Si no hay una campaña movilizadora y convocante, es como si no hubiera habido debate, cambios de gabinete ni nuevas medidas.

El gobierno creyó que su excelente desempeño contra la pandemia, sería el factor principal para decidir el voto y le dio poca importancia a la campaña para las primarias.

Pero el contraste entre el manejo acertado de las distintas problemáticas que fue planteando la pandemia, y las propuestas negativas de la oposición resultó muy poco considerado en el momento de votar. El gobierno planteó al inicio una fuerte cuarentena para ganar tiempo que le permitieran construir nuevos hospitales y más que duplicar el número de camas de internación.

Si la pandemia se extendía con la mínima infraestructura sanitaria que había dejado el gobierno macrista, Argentina hubiera replicado las escenas que se vieron en Estados Unidos, en España, Italia y en Brasil o en la India, en Ecuador y otros países donde cientos de enfermos se apilaban en los pasillos de los hospitales y no daban abasto los cementerios y crematorios y muchas personas fallecían en sus casas.

El teorema de la pandemia

Gracias a la cuarentena no hubo un solo argentino sin atención médica y los contagios no desbordaron la cantidad de camas de internación ni siquiera en los momentos críticos. La oposición macrista cuestionó la cuarentena por su impacto en la economía, cuestionó el uso de barbijo y las medidas de distanciamiento. Hizo marchas y movilizaciones en las que participaron dirigentes del partido de Javier Milei y de Cambiemos donde se quemaron barbijos.

Cuando las grandes potencias acapararon las vacunas y fue casi imposible conseguirlas en el mercado internacional, el gobierno cerró un acuerdo ventajoso con el laboratorio ruso Gamaleya y consiguió abastecerse en cantidad con la Sputnik V. La oposición dijo que era una decisión ideologizada, que la vacuna rusa era veneno e hizo campaña contra la vacunación. Otra vez marchas en las que se decía que la vacuna tenía un chip espía y otras estupideces.

La última estupidez fue esta semana cuando algunos periodistas y el diputado Fernando Iglesias atacaron con argumentos discriminatorios a Florencia Carignano, directora nacional de Migración, por las regulaciones a la entrada de viajeros internacionales. Cuando la cepa Delta devastaba a la población no vacunada de Estados Unidos, México y otros países, incluyendo a los europeos, el gobierno impuso cupos a la entrada de viajeros para impedir la llegada de esa variable y otra vez ganar tiempo para avanzar en la vacunación.

Si abrían las fronteras con menos del 30 por ciento de la población vacunada, la cepa Delta hubiera hecho estragos. Gracias al tiempo que se ganó con el cierre de fronteras, las vacunación pudo avanzar y las cifras de contagios disminuyeron al punto que ya hubo días en que 350 hospitales bonaerenses, públicos y privados, no recibieron ningún paciente de coronavirus.

Se podrá plantear si la cuarentena duró una o dos semanas más de lo necesario, pero no se puede negar la importancia que tuvo, se podrá discutir la problemática de las clases presenciales, pero es innegable que en las fases críticas, que fueron varias y duraron bastante, hubieran sido imposibles. Las críticas al barbijo y las vacunas resultaron insostenibles.

Pero el desastre que se evitó es intangible porque no ocurrió. En cambio pesa lo que se sufrió: las molestias de las medidas de precaución y los efectos penosos en las economías domésticas, sobre todo en los sectores de menos recursos y otros afectados por la caída abrupta de la actividad económica.

Sorprende la comparación entre la tragedia sanitaria más importante de los últimos 100 años y la tranquilidad con que la sociedad se encamina hacia la salida de esa pandemia fulminante. O no se tiene conciencia de la dimensión de lo que se vivió, o se considera natural su superación, algo que sucedía independientemente del gobierno que hubiera. Es probable que haya también una tremenda falla de comunicación.