En medio de una pandemia, afrontar fenómenos como las erupciones volcánicas brinda la sensación de que esas películas de ciencia ficción que se disfrutaban con pochoclos en el living de casa pueden convertirse en realidad. En los últimos días, las noticias en torno al volcán Cumbre Vieja de La Palma (España) o el Kilauea (EE.UU.) componen el menú informativo de la prensa alrededor del mundo. En esta nota, tres vulcanólogos e Investigadores del Conicet le quitan el halo espectacular al acontecimiento y coinciden en que son eventos “bellísimos”, "potencialmente peligrosos" pero sin “nada de extraordinario”.

“El hecho de ver cada vez más erupciones tiene estrecho vínculo con el crecimiento poblacional. Mientras más habitado está el planeta pareciera que hay más erupciones, pero no es más que la mera percepción humana”, advierte Iván Petrinovic, doctor en Ciencias Geológicas e Investigador del Conicet en el Centro de Investigaciones en Ciencia de la Tierra. El especialista destaca una tara antropocéntrica: en los siglos pasados, como la Tierra estaba menos ocupada y las comunicaciones intercontinentales eran menos corrientes, las erupciones no se registraban a pesar de que sucedían con la misma frecuencia.

“Dentro de la comunidad científica, esto no nos sorprende para nada. Más allá de la peligrosidad y el riesgo, lo cierto es que ver erupciones en vivo nos permite aprender mucho, sobre todo, cuando la mayor parte de nuestras referencias se suelen vincular con eventos antiguos”, insiste en la misma línea Patricia Sruoga, doctora en Ciencias Naturales e Investigadora del Conicet en el Instituto de Geología y Recursos Minerales.

En los últimos días, la lava del volcán Cumbre Vieja de La Palma (Islas Canarias), con sus 1000°C de temperatura, alcanzó el mar, que estaba a 23°C y, a partir del contraste térmico produjo olas de agua hirviendo y evaporación de nubes tóxicas (que pueden afectar los ojos, la piel y los pulmones). Aunque potencialmente son peligrosas, se disipan en la atmósfera con velocidad. Asimismo, el magma –masas de rocas fundidas– generó un depósito en el océano de unos 50 metros: como una pirámide en medio del mar. La buena noticia es que aún no se han registrado heridos ni muertos.

Mariano Augusto, doctor en Ciencias Geológicas e Investigador del Conicet en el Instituto de Estudios Andinos “Don Pablo Groeber”, se suma a la posición de sus colegas y aprovecha la ocasión para desmitificar el asunto. “No está cambiando nada: no vivimos un contexto especial, los volcanes erupcionan en función a sus períodos de recurrencia y de acuerdo a los tiempos geológicos. Lo que es extraño, por lo tanto, no es que erupcionen sino que haya gente viviendo al lado”. Y continúa: “El frente de lava se va desplazando como una masa rocosa caliente. No implica riesgo de vida pero sí de tipo estructural, todo lo que encuentra a su paso se lo lleva puesto sí o sí”.

La actividad volcánica también es impredecible y genera incertidumbres. A las evacuaciones masivas (más de seis mil familias debieron dejar sus casas), el confinamiento de núcleos poblacionales y a la incomunicación entre los pueblos de la isla, se suma el hecho de que la lava llegó al mar. Ello afectará el ecosistema marino, al ocasionar un “shock térmico” en especies que no consiguen alcanzar un refugio con velocidad. Asimismo, con la erupción volcánica se registró mayor actividad sísmica.

¿Cuándo podría detenerse la lava?

La Palma es un archipiélago de islas volcánicas, que comenzó a formarse hace más de 20 millones de años. De hecho, las islas crecieron a expensas del material magmático que se ubica en las superficies desde las profundidades oceánicas. En los últimos siglos, ha hecho erupción más de una decena de veces, con lo que confirma una recurrencia elevada. Explica Sruoga: “La última erupción había sucedido hace 50 años. Quizás en términos humanos represente mucho tiempo, pero para la evolución de un volcán es nada. Con ver las imágenes satelitales, se puede advertir que sobre la gran fisura, se forma un rosario de bocas que alimentaron lavas a lo largo del crecimiento de la isla”.

A pesar de que los artefactos tecnológicos son cada vez más sofisticados en todas las disciplinas científicas, a los investigadores e investigadoras no les gusta trazar proyecciones ni emplear determinismos. Y lo bien que hacen, porque la naturaleza sorprende. “Hay métodos que podrían ayudar, lo más difícil es saber lo que está ocurriendo en profundidad. La duración de la crisis eruptiva va a depender del volumen de magma disponible y eso es lo más complejo de evaluar”, señala Sruoga. La actividad sísmica, por ejemplo, ayuda a hacerse una idea del alcance que podría llegar a tener el fenómeno: si los sismos se manifiestan de una manera muy regular, puede indicar que el material está ascendiendo y que la situación volcánica está lejos de resolverse.

El impacto de la amenaza volcánica se mide según cuán explosiva resulta la erupción, en un Índice de Explosividad Volcánica que va de 0 (no hay explosión) a 8 (punto de máxima de explosión). “La Palma se halla en los rangos más bajos de explosividad, entre 0 y 1. La de Krakatoa en 1883 (Indonesia) llegó a un 6 y fue realmente devastadora. La humanidad posee pocos registros de las que llegan a 8 porque ocurren cada 100 mil años”, subraya Petrinovic. Hay volcanes más energéticos a una menor distancia: el Calbuco o el Puyehue en la Cordillera de los Andes, por caso, generan cenizas que superan los 15 metros de altura y pueden desplazarse a más de mil kilómetros de distancia.

La comparación con Hawai y otros volcanes sin agenda

Al de España, el miércoles se sumó la erupción del volcán Kilauea de Hawai (EE.UU.), uno de los que registran la mayor actividad del planeta. Como se produjo en una zona lejana a las viviendas, la situación se advierte controlada en el perímetro del Parque Nacional de los Volcanes. La alarma es sostenida por lo espectacular del suceso: las fuentes de lava pueden superar los 1.100° C y alcanzar la altura de un edificio de cinco pisos. “Ambos fenómenos, el de Canarias y el de Hawái, son muy parecidos, aunque en este último caso, está muy circunscrito a la caldera del Kilauea. Por este motivo, el daño que podría provocar es menor. Aunque nunca se sabe: hace tres años, se produjo una erupción de similares características”, comenta Sruoga, que se refiere a 2018, cuando una erupción arrasó con 700 viviendas y obligó al desplazamiento de miles de personas.

En Islandia, el volcán Fagradalshraun está en erupción desde marzo, y ya no forma parte del menú informativo de los medios masivos porque no hay ninguna población ni infraestructura cerca. En el presente, en efecto, constituye un atractivo turístico que, en definitiva, genera beneficios para las zonas aledañas a la capita,l Reikiavik. “Hay volcanes que tienen más prensa que otros. El de La Palma es uno, porque está afectando muchos bienes económicos. En este momento, el Merapi en Indonesia exhibe una erupción con explosiones muy fuertes pero no sale en muchos lados. No se ve casi información sobre eso. Debe haber unos 10 o 15 que están en actividad pero ponemos los ojos solo en algunos: los europeos”, sentencia Petrinovic.

El día después: planificación territorial

“Cuando la erupción termine, vendrá un desarrollo urbanístico acorde a la amenaza volcánica. Sobre las lavas, poco se podrá hacer; aunque seguro servirán al fomento turístico, como hoy ocurre con el Timanfaya en Lanzarote (que erupcionó en 1730, España). Lo interesante será saber quién será el propietario del delta de nueva lava que se formó. ¿El vecino colindante? ¿El Estado? Son situaciones que revisarán sobre la marcha”, subraya Petrinovic. Al crecer la población en la isla, los problemas se multiplican. De aquí que resulten claves los planes de contingencia que establezcan las autoridades para minimizar los daños que los fenómenos naturales pueden ocasionar en sitios habitados. “El gran desafío no es tanto conocer cuándo empieza y termina una crisis eruptiva, sino el ordenamiento territorial”, afirma Sruoga. Las presiones inmobiliarias culminan por promover edificaciones en sitios en los que no debería estar permitido.

El Vesubio en Italia erupcionó en 1944 por última vez. Para los tiempos geológicos representa apenas un suspiro y, sin embargo, tiene a la ciudad de Nápoles, con millones de habitantes a sus pies. Con 7 mil millones y medio de personas --y puntualmente gracias a la concentración y a la distribución desigual de tierras-- en el planeta cada vez hay menos espacio para vivir y los terrenos aledaños a los volcanes, al ser bonitos, suelen emplearse para turismo. Augusto realiza una discriminación ilustrativa entre los conceptos de peligro y riesgo. “El peligro tiene que ver con las características inherentes al evento; por tanto, si un volcán ubicado en el medio de la puna entrara en erupción, no implicaría un riesgo porque es una zona poco poblada. En cambio, si hay uno que se halla a apenas 200 metros de una zona habitada, pese a que quizás no sea tan peligroso, con la mínima actividad genera un riesgo. Es lo que hoy se ve en La Palma”. Si no hay víctimas, el manejo de las crisis asociadas a las erupciones volcánicas suelen considerarse “un éxito”. Hacia ello apuntan en España.

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