Machirula y descangayada quedará la Corte Suprema a partir de la renuncia que presentó Elena Highton de Nolasco. Lástima porque la jueza fue una de las dos primeras mujeres integrantes del Tribunal designadas por un presidente democrático: Néstor Kirchner. Dos contra ninguna antes y ninguna después. Un salto de calidad que va a entrar en el pasado.

Aquella integración resultó ser la más estable de la historia argentina. Plural también, con altos desempeños en materia de Derechos Humanos y otras temáticas. Méritos del tribunal y del presidente que lo formó y no lo condicionó. Notable aporte de un peronista a la calidad institucional. Negado, para variar, por la narrativa hegemónica.

La dimisión de Highton de Nolasco deja al Tribunal con solo cuatro miembros tras una conventillera elección de autoridades. Highton, explicó, quiso excluirse de un nuevo ciclo de la Corte. Ciclo, agrega este cronista, que pinta aciago: cuesta abajo, entropía o derrumbe. En ese sentido Su Señoría hizo bien pero el retiro llega tarde.

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Highton es hoy en día la única en la Corte que transitó peldaño por peldaño la carrera judicial. Fue, entre otros cargos, secretaria, jueza y camarista Nacional. Recorrido prolijo, ascensos correlativos con la experiencia y los méritos, fallos bien fundados.

Estuvo a la altura de la Corte desde su ingreso en el año 2004. Tal vez, opinamos, no tuvo los quilates del fallecido Enrique Petracchi o de Eugenio Raúl Zaffaroni, dos fuera de serie dentro del cuerpo, pero armonizó con sus colegas.

Nadie puede pegarla siempre, en ningún orden de la vida… menos que menos quien dicta centenares de sentencias o miles. Pero en los años dorados de la Corte Highton cumplió su deber con creces, formó parte de mayorías interesantes.

La caracterizaba una atenta mirada sobre el interés público. Era reacia a bartolear fallos contra el Estado, moda funesta que crece en nuestras pampas y en el mundo. Las inconstitucionalidades son excepcionales, “ultima ratio” en jerga latina. No un rebusque para quedar bien con ciertas vertientes antipolíticas, con los poderes fácticos y con los medios. Cultora del perfil mediático bajo, Highton eligió ser custodia de la legalidad y de la autocontención del más aristocrático de los poderes del Estado.

A comienzos de 2017 con alrededor de cincuenta años en tribunales una nota despidiéndola daría cuenta de esos desempeños. Que siguen existiendo, que dejaron huellas, resoluciones históricas. Pero la jueza se empacó en quedarse mediando contubernio con el poder político. Comenzó una decadencia que redondea su trayectoria. Y que tal vez promueva una valoración descompensada, severa en exceso. Cuando se evalúa a protagonistas poderosos suele otorgarse demasiada gravitación al final.

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Highton tenía que retirarse a los 75 años o conseguir un nuevo acuerdo del Senado. La regla es constitucional y razonable a la vez. Los años pasan y pesan, la eternización en los cargos no es muy republicana que digamos. La magistrada prefirió interponer un recurso de amparo, antes de tiempo, en el juzgado de un colega bien predispuesto. Obtuvo una decisión favorable, se la facultó a perpetuarse. Una sentencia de primera instancia no es cosa juzgada. Nunca, ni qué hablar en un asunto tan sensible. Los abogados del Estado tienen el deber de apelar en esas situaciones. El ministro de Justicia macrista Germán Garavano dio la orden: nadie apeló, se vulneró una regla de oro. La cortesana quedó atornillada al sillón.

Poco después Highton de Nolasco integró la mayoría de tres que sentenció la causa “Muiña”, aquella que aplicaba el 2x1 a los terroristas de Estado. Un fallo inicuo, con consecuencias nefastas. El juez Carlos Rosenkrantz fue su mentor, Horacio Rosatti adhirió con voto propio. Highton de Nolasco completó el trío: todos le debían algo-bastante al entonces presidente Mauricio Macri. Los Ro-Ro los nombramientos, Highton la prórroga indebida. Le dieron un gustazo a Macri en su guerra contra “el curro de los Derechos Humanos”.

Duró poco porque la reacción ciudadana inesperada, pacífica, súper masiva, conmovió al sistema político. El desprestigio de la terna escaló en cuestión de horas, en las calles, en el mundillo jurídico-académico. La revuelta ciudadana espabiló a los otros poderes estatales. Se dictó a toda velocidad una ley que posibilitaba la revisión del fallo por el mismo Tribunal. Antes que eso ocurriera, fiscales y jueces de todo el país produjeron dictámenes y sentencias contradiciendo el fallo “Muiña”, subrayando la arbitrariedad de la Corte Suprema. Ahorramos detalles técnicos sobre el incomprensible sistema jurídico nacional que permitió ese recorrido. Subrayamos, apenas, que la movilización popular promovió la reparación de la injusticia.,

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Lo sucedido en jornadas vertiginosas, cuentan quienes la conocen, impactó emocionalmente en Su Señoría. Desde ese momento, no fue la misma. Perdió predicamento, se resintió la calidad técnica de sus resoluciones. Por años pareció ser una sombra de Rosenkrantz. Un personaje bien distinto a ella: un cuadro de la derecha convencido de su ideología, un cruzado sin matices, remordimientos ni pliegues. En estos días, en buena hora, Highton de Nolasco escogió diferenciarse del exabogado de Clarín.

Los dos sucedidos reseñados, una endeble producción jurídica resumen el aporte final de la jueza que se va.

Queda en el balance a su favor, lo realizado por la Secretaría de la violencia doméstica, la confección de estadísticas sobre femicidios. la incorporación de la problemática de género a la agenda de la Corte. Junto a la fallecida juez Carmen Argibay remozaron o, mejor dicho, recrearon el tribunal.

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Uno es reacio a hacer centro en el psicologismo para el ejercicio periodístico de contar la historia en vivo. Pero sería necio no darle un espacio cuando se habla de la cabeza de un poder público, desempeñada por cinco individualidades. Que interactúan poco o nada, que conversan apenas, que ya en prepandemia solo se veían una vez por semana, que ni salen a almorzar juntos en horario de trabajo. Que ganan fortunas y no pagan impuestos, que gozan de licencias amplísimas. Un organismo estatal exótico, tan distinto a los parlamentos. Una modalidad de trabajo arcaica, disfuncional a simple vista.

Pero con poder, atributos, honores…

Ha de ser difícil renunciar a eso aunque los años pesen, aunque los últimos hayan sido amargos. Zaffaroni lo hizo con clase, sin ruido, en tiempo y forma. Highton rumbeó por otro camino: contra lo legal y lo sensato. Lástima porque la imagen de salida sería más colorida que el sepia que pinta la actual.

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El futuro institucional luce brumoso, impredecible. El procurador general Eduardo Casal lleva años atornillado al sillón. Sin acuerdo ninguno, ni dos tercios ni simple mayoría. Ni su tía lo votó. En fin.

La Corte chiquita y devaluada tras el papelón electoral agrava el cuadro.

Las tensiones entre el oficialismo y la principal oposición dificultan imaginar una salida sistémica y razonada. Es lo que hay, no gran cosa.

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