“Vamos siguiendo la ruta del trabajo”, dicen Miguel Angel Solá y su joven pareja Paula Cancio, quienes se instalaron en Buenos Aires apenas unos días antes del estreno de Doble o nada. Se trata de una obra que presentaron antes en España, con el nombre de Testosterona, de la escritora y periodista mexicana Sabina Berman. Hace algunos años hubo en la cartelera porteña una versión en la que actuaban Osmar Núñez y Viviana Saccone. Medios de comunicación, competencia laboral, desigualdad de género y amor –platónico y real– son algunos de los temas que el texto roza, en un espectáculo que, como dice felizmente Solá, “coloca en primer plano al actor”.

La pequeña Adriana, de tres años, hija de ambos, llega con ellos a la entrevista en el bar de La Comedia. Sus primeras palabras y su particular acento manifiestan esto de vivir entre dos patrias. “Quince mudanzas en tres años”, grafica Solá. A Cancio, madrileña que trabajó mucho en televisión y que dice estar conociendo el cine, le gusta “la creatividad” que se respira en Buenos Aires. Después de Hoy: El diario de Adán y Eva de Mark Twain, que estrenó en 2015 en el Apolo, la pareja de actores vuelve a compartir escenario aquí. También trabajaron juntos para la televisión, en La leona: él era el más malo de la tira y ella, su amante.

Dirigida por Quique Quintilla, Doble o nada es, sí, una obra para los actores, y esta versión combina la experiencia de Solá con la frescura de Cancio. El compone al director de un importante medio de comunicación, otrora un cronista romántico del que ya nada queda. Ella es Miky y tiene a su cargo la sección digital del diario. Siempre lo ha admirado (y más que eso) y, aunque creció gracias a sus propios talento y esfuerzo, él siempre colaboró con su carrera. Ahora este director tiene que elegir sucesor, y su decisión está entre un hombre y una mujer. El rival de Miky es el inescrupuloso Beteta, maltratador de compañeros. Ella parece débil para el puesto; el director siente que le faltan testosterona, hambre de poder, capacidad de decisión. 

Cancio es hija de periodistas. “Así que he mamado este oficio de alguna forma. Yo sigo queriendo leer el periódico en papel”, dice, pensando en su personaje. La joven se prepara para su tercer trabajo en cine, del cual prefiere no adelantar nada. Por su parte, Solá cuenta que no tiene actualmente más proyectos que la obra y el cuidado de Adriana: “Suficiente. Más no se puede. Llegamos muy críticos al estreno. Tuvimos que instalarnos siete días antes del ensayo general. Hasta el estreno no hemos dormido nada”. La obra se presenta de jueves a domingos en el teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062.

–¿Qué les atrajo de este material?

Miguel Angel Solá: –Todo. No para. Son vueltas de tuerca, tras vueltas de tuerca, tras vueltas de tuerca. El público está tan pendiente como nosotros. La obra está llena de trampas y está todo mezclado: la verdad, la mentira, la bondad, la maldad; el querer llevar adelante una idea preconcebida, como sea y a costa de quien sea. Ayudar al otro a costa de él, empeorarlo a costa de él. O darle herramientas que, en definitiva, por el mal uso, terminan transformándose en armas. Es fuerte y está bien dirigida. La música es fantástica. Apareció en los últimos 50 minutos antes de estrenar. Las luces son deliciosas. Es un clima frío sin serlo. La obra coloca en primer plano al actor, constantemente. La escenografía es bárbara, y también apareció el último día.

–¿Cómo que apareció el último día?

M. A. S.: –Llegamos y empezamos a ensayar donde podíamos. Estaba terminando (en la sala de Doble o nada) La herencia de Eszter, y hubo que quitar el escenario y hacer todo de nuevo, en tres días. Meter la escenografía, armarla y pintarla ahí, dentro del escenario. No se trajo armada desde otro lugar. Entonces, tuvimos nada más que dos días de ensayos en el escenario. Ensayábamos en una salita dos veces menor en tamaño. Así que el primer día fue muy angustiante. Decíamos, ‘¿cómo vamos a llegar a cubrir todos estos sectores del escenario?’ Y nos poníamos a estudiar letra, cuando ése no era el problema. No coincidían nuestros movimientos con las formas de encarar la energía.

Paula Cancio: –El primer ensayo lo recordamos todavía temblando. Una de las cosas que más cuesta es el cambio de escenario, ensayar en un lugar en el que ya tienes casi pilladas las distancias y pasar a otro muchísimo más grande: nos miramos y dijimos ‘¡no llegamos, esto va a ser un desastre!’.

–Pero esos inconvenientes se resuelven en la función, ¿no?

P. C.: –El teatro es eso: “mira para adelante, no hay más, esto no tiene vuelta”. En el ensayo general, al que tomamos como una función, dijimos “este hombre tiene que parecer el dueño de ese escenario”. También, tenía que parecer que yo iba mucho a su despacho. Así que… nos la jugamos. Cuando hay un público se hace la magia. Es todo o nada.

–¿Hay diferencias entre esta obra y la versión que hicieron en España?

P. C.: –Sí, en España fuimos más fieles al original.

M. A. S.: –Y cambió el título. Cuando vimos que en poco tiempo Testosterona había desaparecido de cartel en Buenos Aires, tratándose de una buena producción con buenos actores, supusimos que una de las razones era el título: mucha gente lo rechazaba. Le sonaba a gimnasio, huevos, machismo, violencia machista. Además, nos encontramos con que había tres espectáculos de strippers, titulados Testosterona, que ponían avisos en los diarios. Si poníamos un aviso nosotros, iba a ser difícil de diferenciar.

–Recién mencionaba, Solá, el trabajo que tiene que hacer el espectador. ¿Lo decía por lo poco claros que son los objetivos de los personajes?

M. A. S.: –No se sabe bien qué es realmente lo que cada uno quiere. Llegamos a un lugar muy bueno, que remueve al espectador. Cuestiona, sale de acá hablando. La gente de su gremio ni le cuento. Porque tiene historia con esto. La obra la escribió una periodista que podría haberla escrito, quizás, en nombre propio. Pero ella nos dice que esto le ocurrió a una íntima amiga y ella ficcionó. Ahora reficcionó otra vez, viendo el resultado de la obra en todos los lugares donde se representó. Es bonito, es teatro en movimiento, no para nunca. ‘¿Cómo se puede humillar así a un compañero?’, dice Miky. ‘¿Cómo se lo puede mandar a revisar tachos de basura, a ver qué consumen y desperdician los famosos?’. Eso es algo que no sé si se sigue haciendo. Se hacía, y no sólo con la gente nueva. Es una humillación directa. El periodismo derivó a contemplar la realidad como lo único que existe, y la verdad no existe. Estas cosas suceden, en realidad, en cualquier empresa, cualquier lugar.

–Otro texto bien político sobre cómo funcionan los medios es ése en el que él dice que ponen y sacan gobiernos a su antojo.

M. A. S.: –Y también se habla de lo que él era, del recuerdo de cómo era. ¿Ha cambiado o solamente se le ha desarrollado esa parte del cerebro y es la única que puede gobernarlo? Él dice, “esto (el funcionamiento de la empresa) es piramidal, vertical”. El problema es que todo lo que fueron los movimientos cooperativos, que fueron maravillosos, se han hundido. Lo único que queda es esta forma de poder: piramidal, vertical.

–Pero todavía existen medios independientes que funcionan como cooperativas y con criterios horizontales.

M. A. S.: –Ya. Es lo que defiende Miky. ¿Quién no permite que los veamos?

P. C.: –Además, hay una parte que personalmente me sedujo de este texto, y es cómo se habla de la mujer, cómo se presenta al personaje. Me encantan esas historias donde se presentan mujeres de carne y hueso, que luchan con las cosas de la vida. Y hay veces que se les da mejor, veces que se les da peor… se muestran por momentos divinas, por momentos mentirosas. Rompe con el estereotipo de bomba sexual, mujer fatal, florero acompañante. Miky es una tía que se tiene que enfrentar a muchas cosas, con las herramientas que hay, en una situación extrema. 

–¿Cómo creen que el clima de época, en relación con las desigualdades de género, impregna a la obra?

P. C.: –Impregna totalmente. Estamos en un momento donde se están dando pasos pero se ve toda la herencia de una estructura machista. Es un sistema. Eso no quiere decir que todos los hombres… pero sí, los sistemas son jerarquizados, piramidales, machistas. Se están dando avances a nivel global; por lo menos se ponen sobre la mesa medidas para luchar contra esto. Pero bueno, todavía, hay diferencias en los sueldos y queda mucho por hacer. Es un conjunto, no sólo es una cuestión de mujeres. La violencia machista en España es terrible, ocupa primeras planas de los periódicos casi a diario. Creo que este texto muestra muy bien muchos temas actuales. 

–Pareciera que Miky tiene que actuar como los hombres para acceder a un puesto de poder. En este sentido, ¿creen que el espectáculo busca reflejar la realidad, en lugar de mostrar otro mundo posible?

P. C.: –Es que hoy parece que tienes que ser más hombre que un hombre para estar en un lugar de poder. Pretenden masculinizar a la mujer: ‘te quiero con huevos’. Está esa cosa de que hay que tener huevos, como si fuera tener fuerza. Podemos tener unos ovarios estupendos, sabes. Incluso: ¿hasta qué punto las mujeres no desarrollamos una masculinización extrema para ponernos a la par? A lo mejor es cierto que no todas las mujeres tenemos una capacidad física como la que puede tener un hombre. Pero para una cuestión intelectual, ¿por qué me tengo que convertir en un hombre? Lo maravilloso de la obra es que el final es abierto.

M. A. S.: –La obra plantea otro mundo posible. Hay que hacerlo. Existe. Pero éste que se muestra es vertical. Ella ha sido el amor platónico de este tipo. Está esa cosa del páter, de sentirse que él ayudó a crecer el talento que naturalmente ella tenía. La deja crecer, pero siempre protegiéndola. De becaria a subdirectora digital: es mérito suyo. Después, él le dice todo lo que piensa a través de Beteta. Tanto Miky como Beteta son dos partes de este tipo. Con Beteta llega a todos los arreglos posibles. Es Maquiavelo: sabe de qué trata esa trama, qué pasa cuando uno accede al club. Cuando estás en el club, ya no podés putear, porque estás haciendo ahorros para un nicho muy importante, el acceso al club de los inmortales. El de los que tienen terrenos en todo el mundo y capacidad de acción económica. Para eso vive la mayoría de ellos. Beteta y Miky son dos caras de la misma moneda, inseparables, ahí está planteada la lucha y el acuerdo. La obra te da llaves para que emboques en la cerradura. Constantemente plantea interrogantes. Terminado el siguiente, plantea otro. Y después otro, otro, otro. Todos pasan por la misma cabecita de aguja. Hasta que ya no cabe nada en ese agujero.