La casa de Jack    4 puntos

The House That Jack Built; Dinamarca/Francia/Suecia/Alemania/Bélgica/Túnez, 2018

Dirección: Lars Von Trier.

Guion: L. Von Trier y Jenle Halund.

Duración: 152 minutos.

Intérpretes: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley Koeugh, Jereny Davies.

Estreno en la plataforma Mubi el sábado 30/10.

El protagonista de la película más reciente de Lars Von Trier es un obvio alter ego del realizador. Y el creador de Contra viento y marea y Los idiotas lo tiene más claro que nadie. El inventor del Dogma fue siempre un cineasta consciente hasta la manía de los efectos que busca provocar en el público, y de cómo provocarlos. En este caso, el Jack del título (Matt Dillon, siempre creíble) es un obsesivo compulsivo, manipulador y psicopático, y todo eso está dicho en off desde los primeros tramos. No es cuestión de que el espectador lo vaya descubriendo. Es necesario machacárselo con pelos y señales, así como el off de Europa anunciaba de entrada los temas del hipnotismo y la manipulación, y Dogville anticipaba, también desde el comienzo, que de lo que se iba a hablar era de un prototípico pueblito puritano del Medio Oeste estadounidense. Controlar las reacciones del espectador: máxima aspiración de todo cineasta obsesivo-compulsivo. El problema es que tanto se quiere controlar que el espectador queda maniatado, sin posibilidades de intervenir en una ficción que le es servida cerrada y con moño. Si encima la película ambiciona, como todas las de este autor, convertirse en una superpelícula, cuando es en verdad una pavada vacua, y si dura -como todas las del autor- un mínimo de dos horas y media, la experiencia se hace cuesta arriba.

Otro rasgo del obsesivo-compulsivo es la obsesión numérica. Como Peter Greenaway --otro obse notorio-- Von Trier numera. Las cinco obstrucciones, la división en capítulos o partes de varias de sus películas. Aquí, Jack empieza diciendo en off a su desconocido maestro en off (suele haber siempre en uno en Von Trier: ver Europa Nymphomaniac) que le va a contar 5 “incidentes” que tuvieron lugar a lo largo de 12 años. No es difícil saber dónde se hallan, teniendo en cuenta que otra obsesión de Von Trier es la religiosa. Viene la placa: “1er. Incidente”. La casa ésta de Jack empieza como comedia negra, de decididos toques tarantinescos y un personaje insoportable, el de Uma Thurman (toda una cita viviente) que, como Jennifer Jason Leigh en Los 8 más odiados, hace todo lo posible para sacar al protagonista (y al espectador) de las casillas. Es la iniciación de Jack, hasta entonces un gris ingeniero con ilusiones de arquitecto, profesión de gente que vive “craneando” planos y croquis, como el autor de Dogville en esa película. Literalmente de golpe, el gris “hombre medio” que es Jack (todos los personajes de Von Trier representan siempre algo) halla en sí una adrenalina que no conocía. Y no para más. En una película que abunda en palabras en alemán (LVT está tan fijado con esa cultura que se inventó un nombre de ese origen y en un festival de Cannes se declaró filonazi), la de bildungsroman, o novela de formación, parece ineludible. Su formación alcanza un cenit, que es el que LVT quiere alcanzar, sobre lo que se puede y no se puede mostrar en una película.

La tarea de asesino serial es una de las más aburridas. Se repiten los mismos rituales, las mismas maniobras de seducción, la misma clase de víctimas, las mismas fijaciones. Como el burócrata que sale todos los días a la misma hora, ficha tarjeta y vuelve la misma hora. Salvo, claro, que se mate con una cámara que tiene adosada una punta afilada (El fotógrafo del pánico, 1960), que se ahorque a las elegidas con la propia corbata y alfiler (Frenesí, 1972), que se le embuta a la víctima un televisor en la cabeza (Henry, retrato de un asesino serial, 1986) o que se tenga una obsesión con mariposas y otros bichos (El silencio de los inocentes, 1991). Jack se compara con un artista, porque esa es la idea “provocadora” que LVT urde esta vez: el artista como asesino serial, el asesino serial como artista. Es, otra vez, una idea metida a presión, dicha y no vivida. Mientras tanto, y como había hecho ya en Contra viento y marea y Dogville, Von Trier observa desde el cielo, como si se tratara del ojo de Dios. O lo que sea que esté ahí arriba.