La irrupción del COVID-19 impactó de forma disímil según el país, la provincia o la localidad que se analice. Con el objetivo de dejar testimonio de sus efectos en una obra que reflejara la complejidad de los momentos más difíciles, investigadores de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) trabajaron en el libro digital Uno hace lo que puede, ¿no? Visualidades en tiempos de pandemia, que recopila voces e imágenes de cómo atravesaron ese período aquellas personas que viven en situaciones de vulnerabilidad.

Gente en situación de pobreza, trabajadoras sexuales, migrantes y familiares de presos aportaron sus impresiones y les sumaron fotografías tomadas con sus celulares, que luego fueron recopiladas por 16 especialistas cordobeses del área de la antropología. La obra puede descargarse en este link

La iniciativa, sin embargo, tuvo su puntapié a escala nacional. A finales de marzo de 2020, pocos días después de ser decretado el aislamiento social, preventivo y obligatorio, el CONICET se puso en contacto con investigadores de todo el país para realizar un diagnóstico sobre el estado de situación en los barrios vulnerables, que de hecho quedó plasmado en un informe publicado ese mismo año.

“Una vez desarmada esa red a nivel nacional en Córdoba decidimos darle continuidad a ese proyecto, pero con la idea de volcar diferentes experiencias locales en un libro”, relató al Suplemento Universidad Ayelén Koopmann, comunicadora social que cursa en la actualidad un Doctorado en Ciencias Antropológicas.

Una vez establecidos los parámetros, los investigadores se nutrieron del aporte de diferentes interlocutores, algunos de ellos coordinadores de comedores o encargados de realizar ollas populares, quienes les trasladaron a los habitantes de cada barrio una pregunta simple: “¿Cómo sobrellevan la pandemia y la cuarentena?”. Además, les pidieron una foto que retratase su cotidianeidad.

“La recepción de la gente ante el pedido fue muy buena, porque había una gran necesidad de hablar y contar lo que cada uno vivía, su realidad”, afirmó Natalia Bermúdez, magíster en Antropología con un doctorado en Ciencias Sociales, y que además de participar en el libro es docente en la UNC.

En primera persona

Uno de los aspectos de los relatos que más conmovió a Bermúdez fue “todo lo que las personas eran capaces de hacer, porque quizás uno tenía el preconcepto de las complejidades que podían llevar a algún tipo de revuelta popular o conflicto esperable por las dificultades que debieron afrontar los trabajadores informales, que eran de los más afectados”.

En esa línea, narró un caso cercano: “Una mujer con quien tengo una relación muy cercana la pasó muy mal, ya que trabajaba en una casa de familia y como la dejaron de llamar tuvo que salir en el carro como estrategia para poder sobrevivir, en horarios específicos para no ser vista por el temor a la estigmatización”.

Al no contar con Internet en su hogar, según amplió Bermúdez, esa mujer debió enviar a sus hijos a otra casa para que pudieran realizar la tarea, privándose de estar con ellos en ese momento vital para sus aprendizajes futuros. “Las dificultades de esa cotidianeidad son difíciles de escuchar, porque implica conocer con mayor profundidad ese aumento de la vulnerabilidad”, reflexionó.

Para Koopmann, el relato más significativo del libro se desprende de una imagen que muestra unos tachos de basura. Según contó el interlocutor que tomó esa captura, “no había olor a basura y eso era un síntoma ineludible de la crisis existente, ya que la gente no tiraba comida, porque a su vez no había qué tirar”.

“En mi opinión esa foto fue la más interesante a nivel visual, porque él incorporó un sentido que no tiene que ver con la vista, que es el olfato”, agregó, además de ponderar “la potencia dialógica del libro, que logra humanizar las imágenes y muestra otros mundos posibles”.

Aquellas palabras muchas veces eclipsadas encontraron finalmente un espacio para ser pronunciadas. Los actores mismos teorizan para narrar sus vidas, en algunos casos en forma cruda, como es el caso de Laura, quien en un tramo de su relato puso énfasis en la dificultad para sobrellevar aquellos días junto a sus hijos: “…Y tratar de hacer lo mejor posible para que ellos estén bien, para que no se sintieran mal... nos pusimos a hacer alfajores de maicena ese día. Uno hace lo que puede, ¿no?, y más con esta cuarentena. Poder hacer algo, inventar algo para que ellos tengan su pancita llena, o por lo menos engañar su estómago…”.

Una de las características distintivas del libro, enfocado en casos principalmente de Córdoba capital, es la ausencia de fotógrafos con conocimientos de ángulos, iluminación y enfoques a la hora de tomar imágenes. “Es la gente misma sacándose una selfie que luego sale en un libro universitario. Esa disrupción visual también es necesaria”, destacó Koopmann.

La producción estuvo caracterizada por el diálogo permanente y el uso imprescindible del WhatsApp como vía de comunicación, en reemplazo del trabajo de campo propio de la antropología. Para Koopmann, uno de sus mayores aprendizajes “fue dejar de pensar en discursos de carencia y observar cómo la gente se reinventa ante las crisis y logra salir adelante, aunque sin romantizar ese proceso claramente porque es complejo”. En palabras de Bermúdez, este trabajo pasará a cumplir “una función similar al de un archivo de la memoria cotidiana”.