El sueño eterno

“La fotografía post mortem era una práctica habitual desde mediados del XIX hasta el primer tercio del XX, aunque continuó durante varias décadas más. Descubrí su existencia gracias a la película Los otros, de Alejandro Amenábar. ‘El dolor por la muerte de un ser querido hace que la gente haga cosas extrañas’, contestaba la enigmática señora Mills a Grace cuando ésta, perturbada, le mostraba un álbum de gente ‘dormida’. Hasta entonces yo, como Grace, nunca había imaginado que los familiares de los difuntos pudieran querer guardar una evocación tan macabra. Me equivocaba de lleno. Lo que mis ojos transformaban en macabro no era sino una muestra de afecto infinito, la necesidad de reafirmar la huella vital de un allegado, el deseo de fortalecer el recuerdo de alguien al que se quiso”. Así prologa el actor Carlos Areces (conocido por sus trabajos en Balada triste de Trompeta, de Álex de la Iglesia, o Los amantes pasajes, de Pedro Almodóvar) un fotolibro que se editó recientemente en España, a partir de imágenes que él mismo lleva casi dos décadas recolectando, en una búsqueda incansable por ferias, casas de subastas, anticuarios. En Post Mortem: Collectio Carlos Areces, como le ha titulado, pueden verse más de 150 fotos de unos 15 países, donde se observa la normalización de lo que fuera una costumbre arraigada, hoy impensada porque –como anota el polifacético artista, también comediante, cantante y dibujante– “nos ocultamos la muerte, fingimos que no existe. La consideramos de mal gusto”. De su colección privada, que incluye ferrotipos y daguerrotipos, dice Areces que son retazos de historia fascinantes: “Es sorprendente tener pruebas gráficas de los cambios de las costumbres y el sentir de los tiempos sobre un tema fundamental para nosotros, como es la propia finitud”.

No se les escapa una

Aún cuando parezca que les importa tres rabanitos lo que sus humanos hagan en la casa, los gatos no perderían el rastro de sus “dueños”, incluso cuando no están a simple vista, según un nuevo estudio realizado por la Universidad de Kioto, que confirmaría que ni el ninja más intrépido se salva del fichaje de un felino promedio, ducho en el seguimiento. La autora de la investigación, Saho Takagi, asegura que los gatos domésticos crean “mapas mentales” donde ubican con precisión dónde se encuentran sus convivientes, generados en función de los sonidos que emite la gente, especialmente cuando hablan. Es principalmente a partir de las voces que los mininos detectan al dedillo dónde se hallan sus terrícolas, aún cuando no pueden avistarlos. Una habilidad poco explorada, a decir de expertos en comportamiento animal, que suma capas de complejidad a la mente –superior, obvio es decirlo– del mentado animal. Para llegar a esta conclusión, por cierto, Takagi trabajó con varios experimentos; por caso, reproducir voces humanas llamando al micifuz en cuestión desde distintos lugares, proponiendo “escenarios similares a la teletransportación”, que confundieron sobremanera a los pobres gatitos, descolocados al notar que el orador de pronto estaba cerca, pero inmediatamente lo llamaba desde el cuarto de al lado. “Los resultados sugieren que los gatos tienen una representación mental del dueño invisible y mapean su ubicación a partir de las vocalizaciones humanas, mostrando evidencia de cognición socio-espacial”, es la deducción del equipo de doña Saho, que miró con lupa los movimientos de las orejas y de la cabeza tras los citados estímulos. Sobre los hallazgos, anota que “la observada capacidad se basa en la creatividad y la imaginación, y deja entrever la mente profunda” de la siempre elegante y –en apariencia– indiferente criatura.

John Waters por meadas inclusivas

“Trágicamente los nuevos baños del Museo de Arte de Baltimore carecen en su diseño de un solo flamenco rosado. No hay hairspray –botellas de laca para el cabello– en la mesada. Las toallas de mano están hechas de papel, no de polyester. De hecho, todo cuanto se observa está completamente desprovisto de mal gusto. Y sin embargo han sido bautizados ‘los toilettes de John Waters’ ¿Es que acaso no hay nada sagrado?”, se lamenta el diario local Baltimore Sun sobre la flamante inauguración de los mentados baños, que tuvo –entre los presentes– al mismísimo director de culto. Una honra a pedir de boca para un realizador habituado a lo escatológico, para el que la dedicatoria no fue precisamente sorpresiva. Sucede que el pasado noviembre, Waters prometió donar buena parte de su colección de arte personal a la galería, siempre y cuando le dieran el gusto de nombrar en su honor las instalaciones sanitarias. Renovadas, ojo al piojo, para la ocasión, y con petite vuelta de tuerca: con un lavabo común y cuatro inodoros independientes, son ciento por ciento inclusivos, unisex, all gender. “Los baños públicos ponen nerviosa a toda la gente. Son impredecibles. También se alimentan de accidentes, al igual que el arte contemporáneo que más me gusta”, las palabras del artista durante la inauguración, a la que asistió en compañía de Elizabeth Coffey, actriz y activista trans que actuase en dos de sus films, Pink Flamingos y Female Trouble. A pedido de John, Coffey fue la encargada de estrenar uno de los tronos en un evento privado que encantó al realizador, emocionado por “el progreso que significa que no haya distinción de género, una actualización muy necesaria”. A cambio de la distinción, dicho está, Waters cederá más de 370 piezas una vez que haya estirado la pata, enriqueciendo las arcas del Museo de Arte de su Baltimore querido con obras de gran valor, de Nan Goldin, Andy Warhol, Catherine Opie, Diane Arbus o Cy Twombly, entre otros.

Un pinocho de madera

Y, al final, no le quedó otra, lo tuvo que reconocer… “La mentira se me ha salido de madre”, admitió el poeta gallego Manel Monteagudo, nom de plume de José Manuel Blanco Castro, tras ser noticia en diarios de España y el mundo con su historia increíble. Increíble… y falsa. “Me dormí con 22 años y me desperté con 58”, replicaban sus dichos rotativos a lo largo y ancho, maravillados por la mágica resurrección del hombre, que juraba y perjuraba haber estado tres décadas y media en coma. Su relato iba de haber despertado súbitamente en 2014, tras quedar inconsciente en un accidente mientras laburaba en un buque, en el ’79, que lo dejó “casi vegetal”. Salpimentado exageradamente en un tour de interviús por programas de tevé y radio, contaba el llanto desgarrado nomás abrir los ojos y no reconocer a su avejentada esposa, desayunarse que tenía dos hijas y que pronto sería abuelo, el desconcierto al no saber qué diantres era internet, y la desazón por haberse perdido… varios mundiales de fútbol. Melodrama como pocos, en resumidas cuentas. El bulo empezó a ser notado por avispados usuarios de redes, que no daban crédito de ciertas declaraciones del hombre, ciertamente inconsistentes; entre ellas, “estaba en coma, pero salía esporádicamente de casa”. O bien, las matemáticas de la cuestión: si dio el sí en el ’84, ¿se casó dormido? ¿Cómo dejó embarazada a Conchi, su mujer enfermera? ¿Se puede entrar y salir de coma, como aseguró un amigo suyo de la adolescencia, que salió en vano a defender su honra? ¿Y sin ninguna secuela? Algunos fueron más lejos: apelaron a la hemeroteca, notando cierta costumbre del locuaz varón: al presentar nuevos poemarios, don Monteagudo habituaba compartir el relato comatoso, aunque con ligeras alteraciones. En una entrevista de hace unos años decía haber pasado 64 días en estado vegetativo, no 35 años, aunque planteaba episodios de amnesia como secuela. En notas posteriores, eran tres meses a los que, tras un breve despertar, le siguieron 14 meses más “encamado, en un estado semicatatónico. Con el tiempo fui recuperando la movilidad y el habla, pero solo de forma episódica”. Y así, idas y venidas, hasta que la noticia extraordinaria quedó en lisa y llana mentira, acorralado el gallego a admitir “toda culpabilidad, acepto lo que me digan. Estuve mal y ya está”. Sabrá de rimas el hombre, pero el arte de torcer la verdad evidentemente no lo domina…