Pinturas pegajosas

Desde hace ya una década y media, el artista Ben Wilson se mueve como pez en el agua por su ciudad, Londres, a la pesca de... chicles. Del tipo que hace tiempo ha sido masticado y escupido, dicho sea de paso, librado a la suerte de: permanecer enquistado y endurecido entre adoquines de las calles de Muswell Hill, Crouch End o Hackney, las zonas que Wilson más frecuenta, o bien en las estructuras del famoso Millennium Bridge, que también visita con asiduidad. Su intención no es quitar los remantes otrora pegajosos, casi petrificados, sino transformar “algo que no tiene valor nutricional, no es biodegradable y es realmente difícil de limpiar en algo significativo”. O sea, en minúsculas obras de arte urbano. Las gomas de mascar se han convertido, para este varón de 58 años apodado The Chewing Gum Man, en pequeños lienzos a intervenir con la técnica que ha perfeccionado con el correr de los años: soplete para aplanar la superficie, pincelitos para aplicar varias capas de pintura acrílica, secado vía encendedor, y luego el laqueando posterior a partir de un barniz especial. Más allá de la mecánica de la cuestión, están sus piezas coloridas, pinturas que buscan dialogar con el espacio, y que Wilson dedica a personas o lugares en derredor. “Cada una de estas obras es única, y la mayoría es ofrecida a los mismos transeúntes que le piden que celebre amistades, que recuerde amores perdidos o que simplemente diga ‘Aquí vivo yo’. Tengo la corazonada de que ningún artista vivo ofrece a diario más momentos de alegría y de consuelo a tantos londinenses como lo hace Wilson”, señala el periodista Tim Adams en un elogioso artículo reciente para The Guardian, donde remarca además el cuidado que Ben pone en sus piezas, a las que dedica varias horas, retornando cuando el tiempo o las pisotadas las dañan, para que permanezcan lo máximo posible.

El museo improbable

La Zona Desmilitarizada de Corea (ZDC) es una pequeña franja territorial que, como su nombre indica, divide a Corea del Norte y Corea del Sur. Aunque haya tregua, la frontera entre ambos países asiáticos no deja de ser una zona hostil con sus 4 kilómetros de ancho y 238 de largo, motivo que la vuelve escenario poco idóneo para una relajada excursión cultural. Así las cosas, se ha convertido en inusual base de un nuevo museo bautizado Unimaru, al que algunas voces no han tardado en catalogar como “el más peligroso del mundo”, a sabiendas de que no alcanza con abonar una entrada: solo se puede asistir... usando un chaleco antibalas. También resulta indispensable contar con escolta militar, lo que convierte a la experiencia arty prácticamente en un evento de supervivencia, aún cuando –aseguran las autoridades– no se corren mayores riesgos. Cabe mencionar que el recinto solía ser una oficina de aduanas intercoreana, pero vacía y en desuso desde 2007. Remodelada recientemente con fines galerísticos por el mismo estudio de arquitectos que diseñó el Museo de Arte Contemporáneo de Seúl, se han aprovechado también espacios aledaños, como estaciones de tren abandonadas y puestos de guardias desatendidos. Cuestión que, por estos días, el improbable proyecto alberga su muestra inaugural, 2021 DMZ Art and Peace Platform, donde se exponen trabajos de 32 artistas (Olafur Eliasson , Nam June Paik y Francis Alys, entre ellos) que abordan, evidentemente, la paz. “La frontera está ahí, actuando como barrera, pero igualmente la imaginación artística y el deseo de armonía en la Zona siempre desconocerá de límites, como las aves, el viento, el agua, el pasto”, las efusivas palabras de Yeon Shim Chung, la directora artística del museo. Que ha dejado, por cierto, un espacio en blanco: reservado, aclara, para artistas norcoreanos. Si es que Kim Jong-un algún día los deja participar.

La idea fija

Parece ser que los españoles piensan más en comida que en sexo, de dar por válida una reciente investigación, cuyos resultados arrojan que los ratones ibéricos se revolucionarían más por paellas o jamones que por lo que perspira entre las sábanas. A no ser que se trate de un desayuno en la cama, por supuesto. Así lo determina un estudio llevado adelante por la empresa Ipsos Digital, a partir de un encargo de Just Eat, plataforma de delivery de comida, que asegura que casi el 70 por ciento sueña despierto con comida. 7 de cada 10 lo hacen al menos una vez al día, y el tercio restante entre 2 y 3 veces a diario. Las fantasías gastronómicas, que evidentemente hacen agua tanto la boca como el bocho, se activan en determinadas franjas horarias: el gusanillo les ataca con especial brío de 12 a 14, de 20 a 22, y de 18 a 20, es decir, antes y durante el almuerzo y la cena, cuando el apetito está a punto caramelo. Ojo, no faltan los que aseguran que habitualmente un plato se les cuela en sueños, durante la fase REM, despertando a mitad de la noche para zamparse alguna que otra delicia. ¿Cuál es la oferta que les quita el aliento y los lleva a delirar con los ojos abiertos... y cerrados? Pues primeramente les hacen tilín los postres dulces, a los que siguen atractivas especialidades italianas (con la pizza como seductora reina absoluta), luego clásicos españoles y finalmente comida rápida norteamericana. Dada la obsesión y los datos, Just Eat craneó entonces cierta propuesta temática, para rendir loas a la diva de ocasión (la comida): convocó a artistas del panorama español como Ricardi Cavolo, Álex de Marcos, María Herreros, Ana Jarén, Simmon Said, entre otros, y les pidió que hicieran piezas sobre… comestibles. Ellos pusieron sus dotes pictóricas (desde acrílico hasta marcadores sobre papel) al servicio de plasmar espaguetis, alubias, almejas, ramen, y el “menú” se expondrá en breve en Barcelona, en pos de avivar el ratoneo… y los pedidos a domicilio.

Los gemelos de Ian Fleming

Se esperaba que se vendieran por aproximadamente 800 libras esterlinas, pero –al final del día– un británico (anónimo) se hizo del lote superando con creces el valor estimado. Más de cuatro mil billetes desembolsó quien muy posiblemente sea un fanático de la saga James Bond para asegurarse un par de gemelos de Ian Fleming, padre de 007, el agente brit más famoso de la historia, con licencia para matar y consabida debilidad por el Martini y, ejem, la belleza femenina. “Se cree que el escritor usó estos gemelos en 1962, durante la primera proyección y posterior fiesta lanzamiento de la película El satánico Dr. No, dirigida por Terence Young y protagonizada por Sean Connery”, informaba la casa de subastas Mallams días atrás sobre el pituco accesorio que sirve, obviamente, para cerrar elegantemente los puños de la camisa. Un dato no menor, aunque lejos está de ser lo más interesante de la pieza del novelista que, como es sabido, también fue agente secreto, al igual que su álter ego literario. Antes de dar curso a su icónica franquicia y consagrarse como novelista, Fleming había sido periodista para la agencia Reuters (que lo llevó a vivir un tiempo en Moscú), y poco antes de la Segunda Guerra Mundial, había sido reclutado por el servicio de inteligencia naval, como agente, perfilando distintas y ocurrentes operaciones a los fines de obtener códigos secretos y, en última instancia, vencer a los nazis. Experiencia que luego inspiraría la historia del gran espía inglés, querido a lo largo y ancho. Hay que decir que ni siquiera las perlas cultivadas, incrustadas en estos gemelos circulares, son las que han capturado la atención del público, sino... unos grabados en su reverso que, según la jefa del área de joyas y relojes de Mallams, Louise Dennis, “posiblemente representen un código secreto, que nunca ha sido descifrado. Es una inscripción intrigante de la que nadie conoce aún el significado”. Ni siquiera sus descendientes saben de qué trata el asunto, explica Dennis, que les ha llamado personalmente para recabar alguna pista. Se trata, en resumidas cuentas, de cuatro conjuntos de letras que, a priori, parecen carecen de sentido: WUS, SIL, UDH y NUF. “Es un rompecabezas fantástico que hemos intentado comprender, en vano. Desafortunadamente, el artista se llevó la respuesta a la tumba”, ha dicho Louise, que espera ansiosa que, ahora que las imágenes de los gemelos han trascendido, “algún fanático pueda descifrar este misterio que nos tiene en vilo”. Empezando por el flamante dueño, que podrá analizar con lupa su adquisición, y, quién sabe, acaso encuentre alguna marquita extra que sirva para desentrañar el misterio.