Cortar por la línea de puntos es la serie que deberían ver todos aquellos que creen que irse a vivir a Europa es la solución a cualquier problema. La serie –seis capítulos cortos que se devoran- está inspirada en la exitosa novela gráfica La profezzia dell’armadillo, del italiano Zerocalcare, que en su mercado alcanzó los 100.000 ejemplares vendidos, una enormidad para una historieta under. La propuesta animada que está disponible en Netflix tampoco es la primera adaptación que experimenta el relato. Un film de 2018, homónimo del cómic, ganó varios premios y trajo su acidez anti-sistema a Buenos Aires en 2019 para la Semana del cine italiano.

La historia presenta a un grupo de amigos –y hace foco en “Zero” y el armadillo que tiene por consciencia, suertes de alter egos del autor-. El trío de amigos va a los tumbos por la vida, sin cumplir ni sus expectativas ni las que la sociedad deposita en ellos. Viven en los suburbios romanos, tienen trabajos precarios a pesar de estar bien formados, y no tienen mucha fe en el futuro. Si la definición se ajusta mucho a la de la generación X, esa del grunge contestatario de los ’90, no es casual. Los adolescentes de los ’90 devinieron los jóvenes antiglobalización de los 2000, que es justamente la generación que retrata Zerocalcare en su cómic y que las adaptaciones retoman. Mientras el film de Emanuele Scaringi hacía más foco en el trasfondo social y la serie de Netflix pone la lupa en lo personal, todo el guión insiste en recordarle al espectador que lo personal es político. Si en diciembre de 2001 se derrumbaba la convertibilidad en la Argentina, en Europa crecían las protestas anti-sistema. Cortar por la línea de puntos recuerda muy en particular las protestas contra las reuniones del G20, ese mismo año.

El problema (bueno, uno de los tantos problemas) de esa generación es que, como les sucede a todos los jóvenes, creció. Y en buena medida, el mundo, lejos de satisfacer sus demandas, las traicionó. Muchos se adaptaron. Otros no. Los personajes de Cortar por la línea de puntos pertenecen al segundo grupo y ese desfasaje además les causa no poca zozobra identitaria. Lo interesante de la serie es que evita la Roma del poder y la Milán glamorosa, pero tampoco se va a buscar a los excluidos. Los personajes son suburbanos y –quizás eso es lo peor- parte de la siempre decepcionada clase media.

La serie de Netflix ostenta un humor acidísimo –y eficaz-, medidas dosis de melancolía y algunas patadas a la nuca del espectador, que pueden despabilar tanto como noquear. Sucede que todo el relato se articula en la tensión entre el desprecio al sistema que excluye o condena a una vida de chatura, y la necesidad (o inevitabilidad) de adaptarse a él. La tragedia de la vida de Zero y sus amigos es que, en última instancia, no pueden escaparse del sistema ni, sobre todo, de sí mismos. Cada uno lo maneja como puede. El protagonista disfraza de nihilismo su falta de compromiso (y su cobardía). Su amigo Secco vive del póker online y sólo lo motiva el siguiente gelatto que pueda tomarse. Y Sarah trata de apechugar sus decepciones de la mejor manera. Quizás el de la chica sea el personaje menos desarrollado en la pantalla chica, pero también es quien, cuando el armadillo que el protagonista tiene por consciencia deja de chicanearlo, puede sacudir a Zero con verdades como puños.

Ese es otro punto fuerte de la serie: la relación entre Zero y su consciencia-armadillo. En el film de Scaringi ese vínculo era más difuso y por momentos el armadillo gigante parecía más una alucinación que un Pepito Grillo. Aquí su rol es más definido y colabora en plantear los conflictos irresueltos del protagonista a la vez que en hacer avanzar la historia. Además, la animación le sienta mejor al relato, que pide un lenguaje con ciertas libertades expresivas.

La estética de la animación se acerca –con la calidad de animación actual- al dibujo típico de comienzos del 2000 y se empata bien con el estilo de Zerocalcare. De hecho, por momentos se percibe un aire a Hate (del norteamericano Peter Bagge), que se vuelve todavía más notorio cuando se advierten los hilos conductores en común entre ambos relatos. Porque, en última instancia, decepcionarse con el mundo es inevitable para cualquier generación. La cuestión, advierte Zerocalcare, es qué se hace con ello. Y qué opina el armadillo que todos llevamos dentro.