Los penosos sucesos del lunes por la noche en la cancha de Quilmes volvieron a poner en escena la crítica situación que atraviesa el arbitraje de fútbol en la Argentina. El grosero error cometido por el árbitro internacional Nicolás Lamolina, que sancionó como penal una falta que el delantero de Quilmes Federico Anselmo le cometió a Marcelo Miño, el arquero de Ferro Carril Oeste, terminó resolviendo a favor del equipo quilmeño, que ganó 1 a 0, la semifinal del Reducido por el segundo ascenso a Primera que Quilmes y Barracas Central definirán el próximo martes desde las 20.10 en cancha de Racing.

Lamolina pudo retirarse del campo de juego recién nueve minutos después de terminado el partido, escoltado por un cordón de la Policía de la Provincia de Buenos Aires y en medio de los insultos y los intentos de agresión de algunos jugadores e integrantes del cuerpo técnico de Ferro, quienes sintieron que el árbitro y sus colaboradores, de mínima les birlaron la posibilidad de llegar a la definición por tiros desde el punto penal. "Vimos la jugada 20 veces, no hay choque, es foul al arquero, el que pega es el delantero, es una jugada insólita. Incluso el árbitro duda, no sé si alguien le avisó. Lamolina sabe que se equivocó" dijo Daniel Pandolfi, el presidente de Ferro, tratando de mantener la calma en medio de la tormenta.

No es la primera vez (y lamentablemente tampoco será la última) en la que las equivocaciones de los árbitros terminan definiendo los resultados de los partidos. En todo caso, lo sucedido en Quilmes resultó la expresión de un estado de cosas en el que se conjugan el bajo nivel técnico y físico de la mayoría de los árbitros, la rosca política de la AFA y la devolución de favores y gentilezas. Nada bueno puede salir de allí y cada vez que se definen los campeonatos, un permanente estado de sospecha y suspicacia rodea a jugadores, técnicos y principalmente a los árbitros. 

Con la anuencia de Claudio Tapia, el presidente de la AFA, Federico Beligoy atiende de los dos lados del mostrador: es el titular de la Dirección Nacional de Arbitraje y en paralelo, ejerce como secretario general de la Asociación Argentina de Arbitros. O sea es la máxima autoridad de los referís y al mismo tiempo, su representante gremial. Beligoy no parece preocupado por la dualidad y opera con soltura, más preocupado por el rosqueo político y el tráfico de influencias que por levantar la calidad de los arbitrajes que decae fecha a fecha.

Su última decisión fuerte levantó polvareda en toda Sudamérica: por razones de edad, dio de baja a Néstor Pitana como árbitro internacional y le hizo saber que será dificil que vuelva a arbitrar en el plano local. Enterados de la novedad, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez y el brasileño Wilson Seneme, titular de la Comisión de Arbitros del ente continental, incluyeron a Pitana en la lista de la entidad y lo designarán por su cuenta, al margen de la opinión de Beligoy.

Los seguidores del intrincado mundo del arbitraje del fútbol argentino no se muestran sorprendidos por lo que ocurrió este lunes con Lamolina ni por lo que puede pasar a futuro. Y coinciden en que los arbitrajes malos o sospechosos seguirán siendo la norma y no la excepción. No hay seguimiento pormenorizado de los desempeños, no hay análisis de los videos de los partidos para corregir los errores, no se toman en cuenta los informes de los veedores y tampoco se trabaja para unificar criterios e interpretaciones. La sensación predominante es que los árbitros están librados a su suerte y cada uno hace lo que le parece, mucho más cerca del error que del acierto. Lejos de disipar dudas, la inminente aplicación del VAR en 2022, creará nuevos problemas: habrá muchos más jueces puestos en la picota y ya no se sabrá donde estará el bien y donde el mal a la hora de pitar cada falta.