Que nosotros seamos miopes y “descubramos” por centésima vez las mismas “novedades” no es culpa del lenguaje sino de una rara, paralizante enfermedad que nos hace decir “trasero” cuando lo único viable es decir “culo”, y viceversa. Ignoro si Aristófanes, Apuleyo, Catulo, Horacio, Bocaccio, Pietro Aretino, Rabelais, Quevedo, Góngora, Voltaire, Joyce, etc., hicieron alguna vez declaraciones periodísticas sobre el emputecimiento del lenguaje. Pero sí lo practicaron, se sirvieron de todo lo que el lenguaje les ofrecía (enorme caudal, por cierto), y lo entregaron emputecido y refinado y llano y complicado y comprensible e incomprensible. Mi experiencia personal no es exclusivamente literaria. Es vital. Responde a realidades interiores que voy reconociendo y aceptando. Al escribir de un determinado modo no excluyo ningún otro. Sigo escribiendo “distancias” y otras cosas. Lo que ocurre es que la llamada forma no puede separarse del contenido. Si dudás de esto, probá pensar sin lenguaje.

En “Cartas a Renata Treitel”, 

1º de diciembre de 1983, 

La morada imposible II (Ed. Corregidor).