Desde Berlín

Justamente ahora en febrero, se cumplen 67 años desde que un joven crítico llamado François Truffaut acuñó, en el número 44 de la revista Cahiers du Cinéma, la famosa frase “la política de los autores”, para referirse a aquellos cineastas a los que había que seguir por su visión propia del mundo, reconocibles no sólo por sus temas sino también por la singularidad de su estilo. Desde entonces, la crítica de cine abrazó incondicionalmente ese axioma, luego lo denostó, finalmente casi lo olvidó, pero los autores, en el sentido que le daba Truffaut, siguen estando entre nosotros. Al menos en la Berlinale, que en los últimos días viene regalando –en sus distintas secciones- films de esos directores que no hacen solamente películas, sino esencialmente cine.

Es el caso de la francesa Claire Denis, por ejemplo, que trajo a la competencia oficial Avec amour et acharnement (Con amor y ensañamiento), protagonizada nada menos que por Juliette Binoche y el gran Vincent Lindon, ambos extraordinarios en las manos de esta gran directora. Si hubiera que resumir la película apenas por su argumento habría poco para contar del nuevo film de la autora de Bella tarea, por citar sólo una de sus cumbres. Sara y Jean están en una relación amorosa estable que ya lleva diez años. Es evidente que se quieren y se cuidan mutuamente. Pero reaparece un fantasma del pasado de ambos, François (Grégoire Colin), de quien se sabe poco y nada, salvo que Sara estuvo enfermizamente enamorada de él y que Jean pasó un tiempo en la cárcel por su culpa. Esa sombra es la que empieza a oscurecer al film todo.

Con apenas esa chispa, Claire Denis levanta vuelo. Siempre lírica, libre de ataduras, reacia a dejarse maniatar por la dictadura del guion, Denis consigue darle peso, densidad, carnadura a la película no tanto por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta. Cineasta áspera y muchas veces incluso extremadamente violenta, como recordarán quienes vieron Trouble Every Day, Denis es también capaz de hacer films de una rara calidez y ternura, ajena a todo sentimentalismo, como era el caso de su obra maestra, 35 rhums. El amor en el cine de Denis siempre es una cuestión de piel y en Avec amour et acharnement lo vuelve a ser, con la cámara pegada a sus personajes, a la geografía de sus cuerpos, al temor y al temblor de sus manos en el acto amoroso o en un ataque de furia, que a veces en el film son la misma cosa.

Otro autor presente en la competencia oficial es el canadiense Denis Côté, a esta altura todo un habitué de la Berlinale, y también del Bafici donde se ha visto casi toda su obra. Es un caso difícil, porque este prolífico director quebequés cambia deliberadamente de una película a la siguiente. Puede hacer documental o ficción, una comedia dramática (Vic + Flo ont vu un ours), una película fantástica (Ghost Town Anthology) o una experimental (Hygiène sociale). Pero en todas se advierte siempre su toque particular, su desplazamiento del lugar común, su extrañeza esencial. Sus personajes siempre están un poco fuera del mundo, de la sociedad. Son personajes que crean su propio sistema, su propio gobierno íntimo, que obedecen sus propias reglas y rutinas. Y es lo que vuelve a suceder en su nueva película, Un été comme ça (Un verano como cualquiera).

Un été comme ça

Tres mujeres jóvenes se internan voluntariamente en una casa de verano frente a un lago, perteneciente a la Universidad de Montreal. No se conocen previamente entre sí, pero tienen algo en común: se autoperciben “hípersexuales” y no están felices con lo que hacen con sus cuerpos, o con lo que sus cuerpos hacen con ellas. No viven placenteramente esa hipersexualidad y para ayudarlas durante ese retiro de casi un mes están una psicoterapeuta alemana en un proyecto de intercambio académico y un asistente social de origen argelino. Entre los cinco, vivirán esos 26 días bajo un régimen que no tiene nada de carcelario. Por el contrario, esa libertad le impone a las internas buscar su propia terapia, encontrando un principio de placer que no dependa de su actividad sexual, pero tampoco la excluya. Es quizás la película “bergmaniana” de Denis Côté, un director a quien es muy raro encontrarle referencias, pero que aquí emergen en la superposición entre la terapeuta alemana y su supervisora canadiense (hay un eco de Persona allí) y en la fantasía diurna que tiene la primera, cuando ve una inmensa araña que recuerda a la que decía ver Harriet Andersson en Detrás de un vidrio oscuro.

Menos conocido en Argentina que Claire Denis o el propio Côté, el francés Alain Guiraudie trajo a la sección Panorama de la Berlinale una película tan original e inclasificable como sus dos anteriores, esa obra maestra que sigue siendo El desconocido del lago (2013) y Rester vertical (2016), lamentablemente nunca estrenada en nuestro país. Su nuevo aporte se titula Viens je t’emmène (Vení que te llevo) y parece precisamente eso, un viaje impredecible que tiene lugar en cinco cuadras a la redonda en una ciudad de provincia de Francia que ostenta en su plaza central una estatua del líder galo Vercingetorix.

Viens je t’emmène

Hay algo de Ese oscuro objeto del deseo de Buñuel en el film de Guiraudie: un permanente coitus interruptus, un atentado terrorista y una riquísima galería de personajes que parecen salidos no necesariamente de una pesadilla, pero sí de un sueño recurrente, del que es difícil despertar. La atmosfera onírica construida a partir de datos de la más crasa realidad le dan a Viens je t’emmène cierta cualidad surrealista con la que el director va cuestionando todos los prejuicios, no tanto los de sus personajes como los del espectador, sometido a revisar todas las ideas formadas a partir de un film siempre impredecible y por eso mismo también siempre libre y feliz.