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Nunca una posición es más de izquierda o más crítica o más consecuente por sus enunciados. La misma debe ser juzgada desde los límites que la coyuntura impone, examinada seriamente en sus posibilidades o en su capacidad transformadora, o si incluso se puede ir más allá de lo posible y que se produzca un acontecimiento político nuevo.

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Estos debates y las deducciones y decisiones que impliquen los mismos, no pueden sostenerse en un declaracionismo voluntarista, sólo pueden ser juzgados en una guerra de posiciones que permita esclarecer a) qué mayoría social está conectada con las decisiones que se ponen en juego, b) qué proyecto político las puede asumir de un modo duradero y que haga posible una nueva renovación del Estado a través de nuevas leyes y c) en suma, de qué modo se conjugan la extensión social del proyecto político y su militancia con la constitución vertical de la autoridad civil de la República.

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No se trata de posibilismo, ni de apelar a la "manida correlación de fuerzas", tema que indigna a lxs idealistas e indignadxs morales que ponen siempre el grito en el cielo cuando escuchan esta expresión. Pero sí se trata de la responsabilidad histórica al caracterizar al enemigo, concebir su poder de daño, su fuerza internacional y su ascenso irrefrenable. Ascenso mundial de una nueva ultraderecha pop que hace mucho tiempo que viene precedida de humores sociales que combinan de distintos modos odio a la política, odio al Estado, a lo nacional y popular y finalmente odio a todo lo que en el ser es común o colectivo. En este aspecto, dado que las derechas ultraderechizadas se construyen de abajo a arriba y constituyen una mutación antropológica, sus partidos son el tramo final, de las pasiones tristes y reactivas que saben recoger.

Hasta tal punto que si se admite que el juego se desarrolla en Democracia, un orden político que hace tiempo que está emplazado y apropiado por los dispositivos del Capital, se impondría este imperativo político: "Obra de tal modo que tú acción no aumente el poder de la derecha en la construcción de la subjetividad social".

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Un Frente, una coalición, puede incluso, articular una corriente conservadora y más hecho al modo de la política clásica y a su vez una corriente militante de carácter crítico y estratégicamente transformadora. Pero esta posibilidad podrá asumir el desafío que implica el combate al neoliberalismo en el interior del Neoliberalismo (no hay exterior al mismo) si ambas corrientes asumen sus conflictos internos sin qué se confundan con los auténticos antagonismos. Un frente, una coalición, no sólo no se debilita por los conflictos sino que fortalece su organicidad, si los conflictos no se transforman en antagonismos, si no se comete el error histórico de una guerra de posiciones en el interior del propio espacio.

Las derechas en la medida que encarnan directamente al poder no necesitan de ninguna unidad, el poder ya decidirá quién es el personaje adecuado.

Es el movimiento nacional y popular y su expresión política en un frente, en una coalición heterogénea para el que la espontaneidad nunca juega a su favor, el que no puede coquetear con el desorden por el desorden mismo.

Siempre se debe imponer el orden, la disciplina militante, y más aún cuando su propia dinámica la hace transitar por conflictos que quizás hagan necesario, en un futuro, un cambio en su conducción.