Lola Arias está en Madrid montando Lengua Madre, su obra teatral que reflexiona sobre las diferentes formas de reproducción en les cuerpos gestantes. Mientras, también se ocupa de que las cosas vayan bien con la puesta en escena de Campo Minado que se estrenará en marzo en el Teatro San Martín, por los 40 años de la Guerra de Malvinas.

La pandemia sigue y hacer teatro bajo estas circunstancias es un rompecabeza que el sistema tiene poco en cuenta. Los ensayos se caen continuamente, se atraviesan muertes, duelos, bajas laborales, cambios continuos de fechas y un esfuerzo dimensional para que la cultura vuelva a ser un espacio vital, un refugio para dar una bocanada de aire a un duelo colectivo y una crisis global donde son pocos los lugares en que las personas encontramos placer. El teatro es uno de ellos.

Arias atraviesa fronteras y sigue creando más allá de su duelo personal por la muerte de sus padres también en estos dos últimos años. Dice que esa brutalidad, también la llevó a poner en escena No estoy muerto, una obra que reflexiona sobre cómo termina la vida, cómo hacer para que este sistema no expulse a cuerpos que aún son deseantes. 

La obra teatral Campo Minado rompe una estructura sobre el sistema de veteranos de guerra en contra unos de otros. Pensando más allá de ese discurso, ¿se puede aborar desde una perpectiva feminista esta obra? ¿Pensaste en el rol de las masculinidades?

--Hay varias cuestiones de lo que mencionás en las que reflexioné. Por un lado, Campo Minado fue una obra que empecé a desarrollar cuando estaba embarazada de mi hijo y para mí era una situación un poco delirante estar sentada ante ex combatientes con una panza de ocho meses en donde me contaban sus atroces experiencias en combate. A veces, me gusta pensar que de alguna manera estaba tratando de entender qué era un hombre. Por otro lado, creo que es una obra teatral muy feminista en el punto en el que intenta no reproducir la épica de la guerra y sí reflexionar sobre sus consecuencias en un sentido total. Campo Minado trabaja con las terribles consecuencias que quedan en las personas que fueron a un campo de batalla, no en la épica del héroe que fue a combatir por su patria. Y en ese punto es un relato que deconstruye ese imaginario de hombre que responde a una masculinidad normativa.

Campo minado


¿Cómo serán los últimos años de nuestras vidas?

Durante el año pasado estuviste trabajando alrededor de los cuidados en la vejez y también reflexionando sobre las trayectorias de vida bajo este sistema económico que les expulsa. ¿Podés contarnos un poco de qué se trata la obra teatral No estoy muerto?

--No estoy muerto viene de circunstancias muy particulares. La más personal fue la muerte de mis padres en los últimos dos años. Una experiencia sumamente dolorosa para mí, ya que fue durante la pandemia y además me acababa de mudar a Berlín, con lo cual la confrontación con la muerte y los cuidados y el final de la vida fue brutal. Lo que me iba ocurriendo en un nivel personal se superponía con una situación global en la que todos, todes y todas estábamos pensando sobre la vejez, la muerte y los cuidados, pero además en cómo gestionarlos. En esta obra teatral hay ocho protagonistas que vivieron experiencias muy fuertes. Una de ellas es una política feminista alemana, otros vivieron el Holocausto o la guerra desde distintas perspectivas. Además de esas cuatro personas, hay dos profesionales del cuidado que son muy jóvenes. Judit tiene 28 años y se ocupa de cuidar a adultos mayores desde que tiene 18 años y Hassan que ejerce ese trabajo desde hace un año. Ambos cuentan lo que significa ser un cuidador/a y cómo sus labores son estigmatizadas por toda la sociedad. Estos dos grupos de personas que conviven en esta obra son marginalizados por distintas razones.

No estoy Muerto. Foto Kerstin Schomburg

La puesta en escena se ve y siente muy vital ¿es acaso para mostrar que justamente son personas que siguen con proyectos y que sus cuerpos siguen siendo deseantes?

--La obra originalmente se llamaba La revuelta, porque se resisten a la idea de la vejez y de la exclusión de sus vidas. No solo hablan de sus vidas, sino también, de todo lo que siguen haciendo y deseando. Hay una escena muy linda donde tres mujeres que tienen más de 70 años hablan de la sexualidad, de cómo la viven en ese momento de sus vidas y los problemas que tienen o no, o las cosas que les gustan o no. Por esa escena me di cuenta el tabú que circula a partir de hablar de la sexualidad en las personas adultas, el solo hecho de ver a mujeres mayores hablando de sexo genera una especie de incomodidad en el público, de hecho la dramaturgista del teatro me decía “¿No te parece mucho hacerlas hablar de ésto?”

En Alemania ¿se habla sobre poder entablar redes de cuidados como sucede en América Latina?

--Todavía hay un cierto bienestar que permite que las personas tengan cuidadores que son pagos por la misma seguridad social que les paga a les cuidadores. Pero sin embargo hay mucha más soledad y mucha menos red que en América Latina. Entonces la gente está realmente mucho más aislada y es mucho más difícil construir esas redes que quizás en nuestro continente debido a la necesidad misma de las personas mayores y a un contexto social más difícil siguen en contacto con otras personas, con familias o con el barrio. Es decir, desarrollan otro tipo de sostén que las personas en Alemania.


Lengua Madre y las múltiples facetas de la reproducción

Ahora estás en Madrid poniendo en escena Lengua Madre y venís de hacerla en Bologna, ¿de qué se trata esa enciclopedia sobre la reproducción de los cuerpos gestantes?

Lengua Madre . Foto Matías Iaccarino

--Lengua Madre es una especie de enciclopedia sobre la reproducción en el siglo XXI, en el sentido de que reúne a personas con distintas biografías para pensar sobre distintos problemas o temas en torno a la reproducción. La obra tiene una estructura de capítulos donde se desarrolla la educación sexual, familias, aborto, parto, actas de nacimiento, reconocimientos legales de los hijes de familia, digamos que van pasando esos capítulos y este grupo de personas que son muy heterogéneas, con biografías muy diversas piensan sobre sus propias decisiones y sus propios deseos de maternidad o paternidad.

¿Qué problemáticas tuviste en cuenta para armar este nuevo grupo de personas que va a estar en Madrid y Barcelona?

--Me interesó que podamos hablar sobre cómo es el proceso de un chico trans que decidió gestar, a él se suma una pareja de lesbianas que decidieron tener un hije por el método reproductivo ROPA, (recepción de ovocitos de la pareja) una escritora que entra en un proceso de reproducción asistida, una madre migrante, una pareja gay que llevó a cabo el método de subrogación en Estados Unidos, también me interesó incorporar una feminista adulta que reconstruye todas las historias de su abortos, una chica muy joven que decide maternar en comunidad, una mujer que elige no ser madre y cómo el sistema la estigmatiza y algunas historias más. Entonces hay muchos modelos y biografías problematizando y reflexionando sobre qué es gestar, qué es parir, qué es criar, cómo se construye una familia o qué significa ser familia, cómo son las leyes, qué es lo que permiten, cuáles son las posibilidades y los desafíos de las técnicas de reproducción asistida, por ejemplo. También cuáles son las luchas que hay que seguir dando y en qué estado están esas luchas por los derechos reproductivos. Hay muchas discusiones, donde también, se discute sobre el trabajo reproductivo. Todo se desarrolla en una escenografía que es una especie de gabinete de curiosidad con una gran pantalla donde se van proyectando materiales documentales y se filma en vivo.

Este elenco se arma cada vez que la obra cambia de ciudad y país, ¿se repiten algunas problemáticas de la reproducción o van cambiando según realidades diferentes en tanto territorios? Lo pienso en relación a que en muchos países de América Latina el aborto está penalizado y también hay muchos derechos que tiene que ver con la decisión de elegir sobre nuestras vidas y cuerpos que no están legalizados.

--Para mí es importante mantener ciertos perfiles, porque algunos de ellos me permiten hablar de ciertos problemas que me interesan, pero más allá de que ciertas biografías se repiten, en cada país cambia y las leyes son diferentes. A veces en las entrevistas encuentro personas diversas y me aportan otra mirada sobre las mismas problemáticas, por ejemplo, de una madre migrante. Cada historia tiene un montón de otras cosas y a su vez hay perfiles nuevos. En Lingua Madre, en Bologna, no había un varón trans que gestó, sino una persona que hizo su transición teniendo ya sus hijes, estas vidas traen muchos desafíos para el sistema médico y también para el sistema legal.

Lo que me parece interesante es empezar a poder hablar de cuerpos gestantes…

--Sí, poder salir de la mujer como único cuerpo que puede parir. Para mí el desafío de cada versión es también descubrir las especificidades de cada país en el sentido de la ley, porque uno da por sentado ciertas cosas que no son. En Alemania el aborto no es legal, no es aborto libre y gratuito, sino que no está penalizado. En realidad estamos hablando de cómo se construye el futuro, en un punto estamos diciendo cómo hacerlo, es decir, cómo nos vamos a reproducir o si hay que dejar de reproducirse. Son muchas preguntas que se están pensando en cómo debería ser, cómo deberíamos ser o hacia dónde deberíamos ir.

Foto: Catalina Bartolomé

En tus obras, donde trabajás con historias de vidas que muchas veces son difíciles  exponerlas al público, ¿contás con profesionales que puedan contener esas experiencias?

--Sí. Hay proyectos en los que estuve acompañada con un grupo de psicólogxs, psiquiatrxs, especialistas en abordar ciertas problemáticas, como lo fue en Campo Minado. En el proyecto Futureland en Alemania, trabajé con chiques menores no acompañades que emigran de Siria y Afganistán y en ese proyecto trabajamos con un psicólogx especialista en niñes con trauma de exilio y con situaciones como las que vivieron elles de atravesar el mundo y perder gente en el camino y casi morir. Hay proyectos, como el de Lengua Madre, en donde se arma una red de personas que funcionan conteniéndose entre elles. En estos proyectos, no soy solo yo, sino un grupo que siempre sostiene y acompaña en todo.

¿Tenés pensado hacer estás obras teatrales en Argentina?

--Quiero hacer Lengua Madre en Argentina, sería un sueño. Tuvimos algunas conversaciones con el Teatro San Martín. Pero también hay circunstancias, tiempos y posibilidades que no siempre lo conducen.

¿Estás pensando en llevar a cabo un largometraje con vidas de mujeres y diversidades que estuvieron privadas de su libertad?

--Estamos en proceso de producción. Todo empezó antes de la pandemia llevando a cabo un taller de cine y teatro en la Unidad 31 de Ezeiza. Fue muy poderoso y lindo. Reconstruimos, les incentivamos a que canten y bailen para que puedan salir un poco de ese control que se ejercen sobre sus cuerpos en un contexto de encierro. Este proceso fue junto a Letizia Mazur, coreógrafa. Intentamos que esos cuerpos contenidos y controlados puedan expandirse. Se cristalizó la idea de hacer una película, que ahora se está pensando, contar algunas de esas vidas a partir de que salen del encierro, porque también, algunas de elles, con las que estuvimos trabajando ya están en libertad. Este año vamos hacer algunos talleres y encuentros en Buenos Aires y ojalá podamos filmar durante el 2023. Los procesos van cambiando y continuamente vamos reflexionando sobre esos cambios.

Campo Minado Teatro San Martín, Buenos Aires, Argentina, estreno 17 de marzo.

Lengua Madre  Teatro Valle-Inclán | Sala Valle-Inclán, 11 de marzo, Madrid, España


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