Para Antonio Seguí, el gran cordobés del mundo, París fue su hogar desde 1963. Y su casa parisina se transformó desde entonces en un lugar de encuentros, reuniones y refugio de amigos artistas y escritores argentinos, como una de las varias sedes del exilio durante la dictadura. A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida en Francia, Córdoba (su lugar de nacimiento) y la Argentina en su conjunto, seguían siendo, en buena medida, la fuente de sus imágenes, tanto en la pintura, como en los grabados y en toda su obra plástica.

Luego de estudiar un tiempo abogacía en Córdoba, allí comenzó su formación artística. A comienzos de los años cincuenta viajó a Europa, donde estudió también pintura y escultura, en Francia y España. Las primeras exhibiciones fueron en los salones oficiales y en muestras colectivas, a mediados de los años cincuenta, hasta que llegó su primera exposición personal en Córdoba, en 1957. A partir de 1958 vivió un tiempo en México y ya de vuelta, a fines de 1960, se incorporó al ambiente del arte de Buenos Aires, donde presentó su obra en dos galerías porteñas. Viajó a Lima para exponer en 1961 y ese mismo año participó de una muestra clave en la historia del arte contemporáneo local: Arte destructivo.

En sus búsquedas estéticas continuas, Seguí dio un giro hacia la figuración. Y tras su mudanza a París, expuso en Europa, América latina y Estados Unidos. Su obra comenzó a hacerse popular cuando empezó a poblar sus cuadros de personajes vestidos al modo de los años ¿20 del siglo pasado, en entornos urbanos. Y se volvió narrativa, con una mirada crítica, de la que dio cuenta en distintas series donde también incorporó elementos de la historieta.

Una de las muestras más recordadas fue la exposición de grabados que presentó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en 2011, con motivo de su generosa donación de más de trescientas obras para el patrimonio del Museo porteño. Si bien Seguí se inició en la gráfica en su adolescencia, fue en su estadía mexicana donde se especializó en el arte de la estampa.

Aquella exposición funcionaba como un recorrido por su obra, durante más de medio siglo. En términos de la estampa, también atravesaba distintas técnicas: monocopia, xilografía, aguafuerte, aguatinta, litografía, punta seca, fotolitografía, serigrafía, grabados al linóleo. En la gráfica el artista se movía libremente, sin ataduras y permitiéndose cruzar los géneros y registros de estilo porque el grabado era un campo de experimentación y un terreno privilegiado para condensar su mundo visual.

En aquella exposición podía verse todo Seguí, incluido el mundo de sus pinturas y dibujos, lo que daba por tierra con la supuesta condición “menor” del grabado. Desde aquel lugar en el que la técnica es un tema clave, Seguí expresaba sus fuentes múltiples y simultáneas. Como si desde el lugar de menor poder simbólico se pudiera actuar, expresarse y jugar con una libertad de amplio rango. En las estampas de Seguí hay menos control, más experimentación y quizá una visión más panorámica y "contaminada". El gran artista daba cabida también a la imagen de los medios: electrónicos y gráficos, tanto como a la imagen urbana.

El grabado pasaba a ser así a ser un registro, a modo de un diario visual, en el que, al mismo tiempo que el artista mostraba (muestra) su repertorio, su estilo, sus personajes, también evocaba (y evoca) el entorno, en un cruce donde se combina lo propiamente técnico, más lo pictórico y dibujístico, así como la opinión y una suerte de crónica y crítica del mundo, siempre con el tono zumbón, humorístico e irónico que lo caracterizaba.

Aquella exposición era una explosión de color, en la que resultaba además evidente la mutua contaminación entre la gráfica y el lenguaje publicitario, porque ambas comparten y se citan mutuamente, de una vereda a la otra. Allí también presentó sus series El teatro de la vida, Elefante en la pampa, Ciudadanos y Té para dos, entre otras.

La obra de Antonio Seguí despliega su poética al menos en dos sentidos: el que exhibe la poesía que hay en todo su trabajo, pero también sus principios de organización del espacio, las propias reglas de composición. Algunos de los motivos que obseden al artista son los paisajes y escenas urbanas, con los característicos y autorreferenciales peatones de sombrero, junto a animales, autos, edificios, que se yuxtaponen junto con otros elementos ciudadanos.

En la obra de Seguí se pone en juego el paradigma de la ciudad como gran máquina moderna y como símbolo de la sociedad de masas. El artista construyó un espacio marcado por el horror al vacío, con pocos blancos. Al encierro y la soledad entre multitudes se suma un mecanismo de repeticiones infinitas, de figuras y movimientos: procesos de múltiples sincronías, cortes transversales que marcan el pulso de la ciudad en un fragmento temporal y visual.

En relación con la incorporación de ciertos elementos de la historieta, es posible ver en gran cantidad de sus obras un tratamiento generalizado de carácter caricaturesco, distante y entrañable al mismo tiempo, donde se disimulan los componentes dramáticos más inmediatos.

El gran pintor, grabador y dibujante ganó, entre muchas otras distinciones, el Premio Bibliofilia, Office de Promotion de I'Edition Francaise, París (en 1978); la Medalla de Honor de la VIII Bienal de Grabado, Cracovia (en 1980); el Premio VII Bienal de San Juan, Puerto Rico (en 1986); el Premio Di Tella, Buenos Aires (en 1989) y el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires (en 1990). Seguí obtuvo varias veces el Premio Konex. En 1991 Seguí presentó una gran muestra retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes.

En la obra de Seguí hay un elemento fuertemente paródico y al mismo tiempo reflexivo, sobre el mundo contemporáneo, sin perder de vista que ese mundo consiste en la universalización de su Córdoba natal y de su entrañable Argentina.