Condición de buenos nadadores es un relato de Camila Fabbri incluido en su primer y único libro, Los accidentes. Y es, además, una obra de teatro con un escenario muy particular: la pileta climatizada del Club Vasco Argentino Gure Echea. La historia transcurre en Lisboa. Es un encuentro entre un padre y un hijo que se ven una vez por año. Entre ellos hay una “batalla tácita”, en palabras de la autora y directora. El hijo tiene problemas cardíacos y no habla. El padre reta, castiga, obliga a nadar en distintos estilos; y a su vez ofrece revelaciones. Unos pocos espectadores –no más de 30– son “espías” al borde de la pileta, frente a 300 mil litros de agua, en un ambiente caluroso y con olor a cloro.
  En el rol del padre y del hijo respectivamente, actúan Mauricio Minetti y Facundo Livio Mejías. Hay un tercer personaje que interpreta el músico Néstor Conte: un hombre que realiza tareas en el natatorio; que aparece cada tanto para abrir ventanas o limpiar la pileta. “Esta es una obra en proceso de búsqueda, porque el espacio es completamente nuevo para todos los que estamos en el proyecto”, cuenta la autora, que a fin de mes viajará a la Feria del Libro de Guadalajara, invitada por Los accidentes. “Ensayamos durante tres años por las cuestiones técnicas, el sonido y las luces. El margen de error es mucho más grande que en una sala. Y a veces, la tensión que debería estar puesta en lo escénico está en lo técnico. Hay que ir equilibrando esos factores”, concluye la joven de 27 años.
  A Condición… le quedan cuatro funciones este año (domingos de noviembre, a las 19 y a las 20.30 en Perón 2143). Volverá en abril, porque es una obra “de media estación”.  “Lo positivo es que hay algo que nos da el espacio que no nos podría dar ninguna sala en ningún lugar del mundo. Un nivel de verdad. Y todos los sentidos se abren. El natatorio vacío genera desolación. La sensación no sería la misma en una sala”, define Fabbri, que ha dirigido, antes, Brick y Mi primer Hiroshima. En cine actúo en Dos disparos, de Martín Rejtman. “A los señores del club les costó entender por qué queríamos hacer algo así. Hubo un año de reuniones, muestras y relatos alrededor de la obra. Ahora están bastante contentos con que esté yendo gente a conocer ese espacio tan extraño en medio de la ciudad”, dice la directora.
–¿Cuál es el origen de Condición… como relato?
–Es curioso: nunca fui a Portugal. Lo conozco por referencias cinematográficas o literarias. Fuera de mi país no conozco casi nada; está todo en mi imaginación. Puede que sea una necesidad mía de empezar a poner las historias lejos. El padre es argentino y visita a su hijo una vez al año. Hay un juego en la obra, una metáfora, que tiene que ver con los animales, los depredadores. Con la relación entre el cocodrilo y el tiburón de agua salada, que se encuentran una vez al año en el océano y uno se come al otro. Aunque en la obra no hay una pelea, hay una batalla tácita. El hijo no responde, pero el silencio es mucho más letal que si fuera una discusión. 
–¿Cómo trabajó el pasaje del relato al teatro?
–Condición… surgió más como obra que como cuento. Cuando lo escribí, estudiando dramaturgia en la EMAD, sabía que quería montarlo. La tarea era escribir un monólogo que no fuera a público. Podía ser un personaje hablando a otro que no respondiera o a un objeto. Esta es una búsqueda que ya hice en Mi primer Hiroshima. Me gusta que haya en escena alguien que no habla. Teóricamente es un monólogo, pero acá hay tres intérpretes. En ese entonces estaba fascinada con el cine portugués. Voy a empezar a estudiar portugués… evidentemente algo de eso me llama mucho la atención. La película Morir como un hombre, de João Pedro Rodrigues, me quedó latente y empecé a escribir esto. El natatorio apareció como un espacio vacío y grande.
–¿Por qué decidió montar Condición… en este escenario?
–No digo que una sala le hubiera quitado verdad, pero esta obra sigue una búsqueda que empezó en Brick: una historia sobre tres hombres en una obra en construcción en medio de la nada. Quise seguir indagando en una tríada de hombres en un espacio enorme en un lugar del mundo. El natatorio vacío de noche genera la sensación de algo desolado. Estoy acostumbrada a ir a piletas llenas de gente. Es bastante atípico estar solos de noche en un lugar así. Me parecía difícil recrear esta situación en una sala. No era sólo recrear la pileta. En vez de espectador, el que mira es una suerte de espía: una situación está ocurriendo y uno casualmente entró, la vio, espió y se fue.
–¿Cómo evalúa la experiencia de correr al teatro de la sala?
–Sobre todo por las cuestiones técnicas, varias veces estuve a punto de decir “esto no es posible”. Pensé en volver a la sala, en contar otra historia. Pero me hubiera quedado con la sensación de que hubo algo que no hice. Todo el trabajo valió la pena.