“¡Treinta mil compañeros detenidos desparecidos!

¡Presentes!

¡Ahora!

¡Y siempre!

¡Ahora!

¡Y siempre!

¡Ahora!

¡Y siempre!”

La clásica consigna, coreada a voz en cuello, fue la más repetida ayer… como antes y siempre. Flamea en columnas frondosas, de banderías políticas surtidas. La vocean millares de personas de a pie que llegan “sueltas”, no encuadradas. En grupos familiares, amicales, de laburo que cuentan con la ayuda de WhatsApp para encontrarse y re-juntarse. El recuerdo emocionado y la reivindicación de “los treinta mil” es común denominador en medio del pluralismo.

La expresión “presencialidad” se puso en vigencia desde la pandemia. El distanciamiento dolió, descalabró la vida cotidiana y la cultura común… todavía no entendemos cuánto. Este 24 marzo se recobró la presencialidad, la potencia de los cuerpos, el modo insuperable de movilizarse.

Dos años atrás, justito cuando comenzó la cuarentena, las Madres y las Abuelas anunciaron su enésimo ejemplo a la sociedad. Jamás habían vaciado las Plazas: ni en dictadura ni mediando represión o vallas en democracia. Ante la peste, por solidaridad y cuidado, se suspendieron los actos del 24.

El de ayer se recordará como ese reencuentro general tras dos años de sabia privación. Una pregunta de época acompañó la euforia de volver a verse. Millares de personas emocionadas la pronunciaron: “¿Cómo nos saludamos?” ¿Los puños entrechocados? ¿abrazos sin tocar la cara? Ni ahí. Los protocolos resignaron terreno ante la emoción promoviendo un avance de la nueva normalidad. Aún con profusión de barbijos, según la observación a ojímetro de este cronista, los abrazos y los besos coparon la parada. Los argentinidad al palo es abrazadora y besuqueira. Ahora y siempre.

**

Esta crónica se refiere al acto o a la seguidilla de actos en la Plaza de Mayo. El escenario principal aunque para nada el único. Las marchas se congregan en todo el territorio de la Patria federal y pluralista. Cada vez en más lugares porque la memoria avanza, se expande. Va llegando, año tras año, a otras ciudades o pueblos, barriadas, clubes, escuelas, facultades, reparticiones públicas. Las comunidades se animan, las investigaciones ayudan.

Un ejercicio interesante para un día de estos: repasar cuantas celebraciones hubo décadas atrás y cuántas ahora mismo. Ojalá el crecimiento económico fuera parecido. Cada vez más autoconciencia, cada vez más ejemplos retomados, cada vez más baldosas, más Sitios de la Memoria.

Quienes porfían en que todo está contenido en el “Nunca Más” o en el Juicio a las Juntas exageran el formidable valor de esos precedentes. Los aportes aluvionales de nuevas generaciones, las investigaciones, los libros, las películas, los nietos recuperados (entre otros hitos de la democracia) resignifican la efemérides y amplían los márgenes.

**

El cronista llega en subte a la Plaza, sube las escaleras y lo asalta un primer síntoma de presencialidad: el aroma de las parrillas que impregna el ambiente. Cuando llega a la vereda observa un grafiti que interpela “¿Dónde está Tehuel?”, interrogante actual, lleno de temor y de justas acusaciones. Afiches de La Poderosa combinan datos oficiales con denuncias flagrantes: en las villas se padece más, se viven menos años, los laburos son peor pagos. Fallutean, de nuevo, los repetidores del sambenito “reclaman por los derechos humanos del pasado”. Irreal al mango: las movilizaciones del 24 de marzo condensan todo tipo de demandas e identidades, la presencia de minorías o sectores discriminados que aprendieron a auto percibirse, organizarse, levantar la voz, hacerse sentir. Condensan el mapa de organizaciones, reclamos, conquistas, querellas, pertenencias.

Los manifestantes cantan, levantan pancartas o banderas. Para colmar la incomprensión de los negacionistas combinan la bronca con la alegría, la puteada con el baile. Siempre hay algo de felicidad en lo colectivo, en saberse multitud dotada de conciencia, en allanar el camino para otras movidas.

**

El politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre la Argentina manduca un choripán colmado de delicatesen; queso, morrones, “todo lo que cabe en el pan”. Su compañera, la pelirroja peronista tensionada, se clava una bondiola premium. El Decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo va por la segunda. Pregunta incrédulo, por qué el chori y la bondiola no están entre los siete cortes más populares que algunos vivancos se niegan a vender a Precios Cuidados. “El chori es achura, profesor” fanfarronea el politólogo y sanatea sobre la bondiola.

Del precio, de dorapa y en la calle, mejor no hablar. Sabor y humito: de exportación.

**

Se zarandeó al Fondo Monetario Internacional con distintos contextos: la izquierda emparentó macrismo y peronismo. La Cámpora marcó distancia con la Casa Rosada y mostró poder de convocatoria. Otros sectores del peronismo, más afines de Alberto Fernández se afincaron en la identidad. Estos encuentros siempre agregan el aditamento de la competencia democrática. Esta columna las conoce, deja su análisis para días sucesivos. Como suele hacer en cada 24 de marzo el firmante opta por centrar la mira en la continuidad, en la presencia de cuatro generaciones en el espacio público. En la inclaudicable y tierna fiereza de las Abuelas y las Madres. En la cantidad, insuficiente pero notable, de procesos y condenas a represores, anche algunos responsables civiles. En el clímax de conciencia que significó el 2x1, un revés callejero a la Corte Suprema macrista quizá subestimado. Una prueba de la expandida vigencia de los Derechos Humanos, un revival fabuloso del “Nunca Más”. La democracia exige (más que admite) la ocupación del espacio público.

La inclaudicable lucha por los Derechos humanos es una virtud argentina. Sus logros ranquean alto en la comparación internacional. Es frecuente menospreciarlos o denigrarlos en esta etapa cruel y derechosa de la globalización. Y sin embargo, la conciencia sigue ahí. Ayer recuperó territorio, jugó de local, honró a los pañuelos blancos y a sus nobles portadoras. Todas las luchas continúan, el común denominador sigue enhiesto, fuerte con las Madres y las Abuelas como emblema, como ejemplo de pacifismo, de templanza, de democracia vivaz.

[email protected]

Seguí leyendo