Pasó un nuevo aniversario de la época negra de la Argentina y sus familiares recuerdan a quienes sufrieron en el cuerpo los horrores de la dictadura, para que la memoria no sea nunca una forma del olvido. Catamarca en la Memoria, cuenta en esta entrega la historia de Eduardo Porta, en el recuerdo de Cecilia, su hermana y custodia de su memoria. Eduardo tuvo su vida de estudiante y militancia en Córdoba, pero nació en Tinogasta, Catamarca, el 20 de enero de 1954.

Eduardo Juan Daniel Porta, fue preso político desde 1976 hasta 1984. Estuvo desaparecido largos períodos en La Perla, y blanqueado en 1979 cuando desembarcó en Argentina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Fue torturado casi hasta morir”, según consta en los testimonios de los testigos que declararon en la Megacausa de La Perla: "Con Porta se ensañaron, permanentemente lo trasladaban…", detallan.

“A Eduardo lo trasladan del penal de Córdoba a principios del '78 que lo buscamos en todas las cárceles y comisarías con mi madre. Estuvo en el campo de la Ribera y en La Perla. Lo retornaron al penal cuando vino la CIDH (Comisión Interamericana de DD.HH)”, relata Cecilia. “Luego lo trasladaron a Villa Devoto, Rawson, nuevamente Villa Devoto y los últimos años nuevamente en Córdoba. Fue un largo periplo. Inimaginable. Con mi madre quedamos solas para lidiar con este horror”, recuerda.

Eduardo fue testigo en el Juicio a las Juntas en Junio de 1985. Cecilia comparte con Catamarca/12 extractos de textos, memoria y recuerdos de su hermano, y transcribe un artículo del periodista español radicado en nuestro país, Carlos Cabeza Miñarro, quien describió en un artículo la jornada en la que Eduardo declaró. Miñarro titula el escrito como “La historia de un condenado a muerte”:

“El martes 18 de junio hubo un testigo clave: el cordobés Eduardo Porta. Habló de La Perla y de La Ribera. Del día que Menéndez dio la baja a un teniente coronel, al que acusó de traidor por negarse a ratificar con su firma una pena capital. Entró a la sala con firmeza y desde su largo metro ochenta de estatura miró a su derecha, a los abogados defensores de los comandantes, con un gesto de curiosidad que no pudo ocultar su poblada y negra barba”, describe.

“Se llama Eduardo Juan Porta, es cordobés, tiene 31 años y fue condenado a muerte en tres oportunidades, según narró con voz segura, aunque un tanto monótona. No dramatizó, apenas si adjetivó. Habló de picana, de golpes, de incomunicación, de soledad, de muertos a su lado o en los brazos, de amigas con los pechos quemados, del sadismo, de otro detenido que fue quebrado por no poder resistir lo que resistió, de interminables interrogatorios, de constantes amenazas. Y todo ello llamando a las cosas por su nombre, pero sin describir el dolor”.

“¿Para qué? No hacía falta. El dolor lo sentimos quienes escuchamos su testimonio, pese a que los muchos días de audiencias y constantes relatos de terror hicieron que un callo cubriese, en parte, nuestra insensibilidad. El de Porta fue sin duda uno de los más duros testimonios que hasta ahora se han escuchado. También uno de los más esclarecedores sobre lo que ocurrió en Córdoba durante los años del cainismo represor”.

“Cuando terminó de declarar, salió al gran hall del Palacio de Justicia, donde permaneció en silencio durante no poco tiempo, cual si toda su elocuencia hubiese concluido con su última palabra, frente al Juez Andrés D' Alessio: - Ya lo dije todo, me comentó... ¿para qué más?”.

Para Cecilia Porta recuperar su legado, las piezas que conforman su historia de dolor, es casi un deber: “A 38 años de aquella pesadilla, y transcurridos ya 29 años de su testimonio, recuperar estas piezas documentales y compartirlas, es lo menos que mi corazón siente para rendirle un homenaje a mi hermano; y en él a todas y todos los que dieron su vida y libertad por sus ideales”, afirma. 

Eduardo murió en libertad a los 36 años de un infarto súbito: “Antes de morir pudo casarse con quien siento como a una hermana y parir una bella, adorable y querible hija a la que amó desde el instante que la concibió y disfrutó 45 días”.


La Perla

El lugar en donde Eduardo pasó gran parte de su secuestro, es hoy un Espacio de la Memoria: “Fui recién en el 2018, porque antes no tenía las agallas. Sé que allí cuando no lo torturaban hasta masacrarlo, estaba engrillado, esposado y vendado. Así estuvo más de 9 meses”, dice.

Para Cecilia conocer el ex Centro Clandestino de Detención fue trascendente: “Convirtieron ese lugar de infierno en un ámbito de visita, de reflexión, como la ESMA, al que acuden alumnos, estudiantes universitarios, delegaciones de todos lados del mundo”, explica.

“Cuando los sobrevivientes volvieron y la convirtieron en un Espacio de la Memoria, indicaron el lugar de los que recordaban habían estado secuestrados, y allí apuntaron un espacio con su nombre”, cuenta. “El lugar está reformado, puede apreciarse que tiene mosaicos. Cuando estuvieron secuestrados el lugar era tal como está dibujado”, Cecilia se refiere a los dibujos del artesano y dibujante Gustavo Contepomi, que reprodujo los espacios del lugar con claridad: el mismo estuvo secuestrado allí, y conoció sus propios horrores.

Eduardo escribía. En 1982, privado de su libertad, escribió una historia que forma parte de una selección de escritos compilados por sus compañeros de militancia después de su muerte, en Agosto de 1990.

La maternidad de Lila

Por Eduardo Porta

"Para los días del Mundial 78 estábamos en un galpón de unos 20 Mts de largo por 8 de ancho más o menos, el número de inquilinos era muy variable y las condiciones generales muy duras, sobre todo en materia de alimentación, fue una de las veces en estos años que realmente pasé hambre.

En algún momento comenzó a frecuentar la habitación una enorme perra de raza "dogo argentino", no muy pura en árbol genealógico pero hermosa. Era una jovencita juguetona y algo tonta que jamás comprendió del todo que hacían esos barbudos tendidos todo el día en una colchoneta de paja, con los ojos vendados y el corazón apretado de angustia. La perra que se llamaba Lila (de acuerdo a los guardianes) era de propiedad de algún funcionario, había recibido un disparo en la cadera y tenía una chapa de platino mal colocada, que le asomaba sobre el cuero en una llaga horrible, rengueaba penosamente pero eso no disminuía su entusiasmo. Muchas noches frías nos despertábamos con sus lengüetazos en la cara, y era cuestión de correrse y hacerle lugar en la colchoneta porque si no gruñía y no era el caso de ponerse a discutir con ella con las manos esposadas. Nos hicimos muy amigos de la Lila, le dejábamos algo de comida (que no nos sobraba) y esperábamos con ansiedad sus visitas.

Y vino la primavera, Lila desapareció, se lanzó por los callejones del pecado y el amor, jadeante y con los ojos húmedos enloqueció a todo el perraje de los contornos, cuyos furores y peleas llegaban hacia nosotros a toda hora.

Seducida y abandonada volvió un día con la cola entre las piernas, las tetas hinchadas y la panza por el suelo. Por noviembre vimos que era cuestión de días el parto y empezamos a prepararnos. Conseguimos una manta y un rincón, ya solo quedábamos dos inquilinos en el galpón, y hasta logramos hacernos de una bolsa grande de leche en polvo, un poco pasada, para afrontar los requerimientos proteicos de la futura prole.

Y llegó nomás, una mañana entró la Lila con un gesto de dolor inconfundible, estaba verdaderamente asustada, gemía, se apretaba contra mi costado, echaba las orejas hacia atrás y abría la boca como para aullar. Era madre primeriza la pobre! Nosotros, yo en particular, estaba más asustado que ella, ya no sabía si darle agua, leche, carne; si acostarla o dejarla que camine. Recordemos que era inválida, cada vez que tenía que levantarse era un drama.

En un momento empezó a gritar como un chico y vi que algo le asomaba por detrás y no salía...no aguanté más y metí la mano, venía de cola el primero, por eso no pasaba; no sé cómo hice pero pude agarrarlo y tiré despacito y salió. Jamás había visto un parto, ni humano, ni animal, es increíble. A partir de allí, Lila se hizo cargo de todo, romper la placenta, cortar el cordón, comerse la placenta y lamer el cachorro hasta que empezó a gritar, lo acomodó a duras penas cerca de las tetas y comenzó a esperar otro.

Salieron 9! 9 pedacitos de carne gritones, ciegos, parecían renacuajos arrastrándose con movimientos espasmódicos hacia las tetas. Yo me limitaba a ayudarla a levantarse cuando quería hacerlo y a ponerle los cachorros en camino del pezón.

Esa noche se cortó la luz, era un griterío tan espantoso que me di cuenta que se le habían desparramado los perritos y en la oscuridad no podía recuperarlos, había tormenta y llovía más adentro que afuera.

Los guardias barrían la cuadra con las linternas, un poco nerviosos también. Se me ocurrió arrastrarme hasta donde estaba la perra para juntarle la cría. Que locura, me podrían haber dejado seco de un tiro, pero estaba definitivamente posesionado de mi rol de padre adoptivo y en ese momento no me importaba nada.

Uno de los cachorros murió enseguida, era raquítico y los otros más fuertes lo corrían de la teta. Me sorprendí de las enormes diferencias de color y tamaño entre los pequeños. Había sido que las perras pueden quedar preñadas de varios papás. Los fuimos bautizando, había 6 machitos y 2 hembritas; uno de ellos, mi preferido, era de color café con manchas blancas y negras que le daban un aspecto payasesco. Y así fueron creciendo Antifaz (el primero que saqué yo), Jackaroe, Nippur, Rita, Napoleón, Chocolate, y los demás que ya no me recuerdo. Se los fueron llevando los guardias, y la Lila murió atropellada una mañana cuando cruzaba la ruta para buscar la comida en La Perla como hacía todos los días.

Posiblemente todo esto que en cualquier circunstancia hubiera sido solo una anécdota agradable pero trivial; fue para mí, por aquellos días, algo muy importante. Era un motivo para vivir, era alguien a quien querer y proteger, era el misterio de la vida renovándose en el centro mismo del reino de la muerte. Yo amaba a esos cachorros y a esa perra inválida y me hubiera hecho matar por cuidarlos, de hecho muchas veces partimos el rancho en dos para hacerle parte a ella. Hoy ha quedado como un recuerdo cálido y tierno de una época que no fue abundante en ternezas."