El oficialismo cavila sobre qué hacer con el proyecto de ley de Emergencia Social, que cuenta con media sanción del Senado. La prioridad es cajonearlo o “dormirlo” en Diputados  para que pierda estado parlamentario. El second best (por usar una licencia poética) es el veto del presidente Mauricio Macri si la Cámara Baja consigue  sancionar la norma. El minué repite lo sucedido con la “ley anti despidos”, mucho menos ambiciosa en su contenido ya que se trataba solo de una “tregua social”. Ninguna tregua hay, ni la habrá mientras Cambiemos tenga oxígeno para tratar de seguir avanzando en pos de su proyecto de país contra una protesta social creciente.
Los indicadores económicos y sociales del macrismo siguen siendo deplorables en las vísperas del primer cumpleaños. Los voceros oficiales bucean en datos absurdos, entre ellos el aumento de las exportaciones de arándanos o las promesas de inversiones no natas, o el fantaseado “rebote” de la economía brasileña tras el derrocamiento de Dilma Rousseff. Todos los presagios son desmentidos ipso facto mientras las propias corporaciones empresarias se muestran preocupadas porque “esto no arranca”.
Un cineasta simplista pero no mendaz podría contraponer imágenes de las multitudes en las calles contra las de cónclaves empresarios. Se amuchan para dialogar solos (el oxímoron no es culpa del cronista) o para escuchar la honda prédica del periodista Jorge Lanata con cubierto a 2600 pesos por barba. El panfleto acecha, es bueno tratar de evitarlo… a veces se hace cuesta arriba.



Pobreza de miras: El macrismo archivó la promesa de “pobreza cero” sin retractar su visión ideológica. Aunque se enfade cuando se le señala lo evidente, este es un gobierno para los ricos. Se puntualiza menos, porque la alusión a las clases sociales pasó de moda en las universidades privadas (fuentes de toda razón), pero es también un gobierno de patrones. De “empleadores” si usted prefiere la corrección académica.
El modelo macrista, claman sus cultores, no cierra sin una mejora de la “competitividad”, cuya clave es reducir el “costo laboral”, un modo piadoso de hablar de las cargas sociales y los sueldos. Esto es, el ingreso directo y la protección a los laburantes.
Los despidos y las suspensiones que preanuncian una nueva oleada son herramientas, clásicas, para aumentar la masa de desocupados. En ese rubro el macrismo es exitoso, triunfo que camufla con gesto compungido. La reducción del valor adquisitivo de los salarios o prestaciones sociales redondea el objetivo. Pero no alcanza: es necesario desbaratar o minimizar el conjunto de derechos y conquistas de los trabajadores, ocupados o no. 
Las diferencias entre la época de la dictadura, la del neo conservadorismo y la actual son siderales en muchos aspectos, que sería necio ignorar o subestimar. Pero hay denominadores comunes: hay que “flexibilizar”, hay que domesticar los reclamos sociales, hay que reformar a la baja los derechos laborales.
La crítica del ex ministro y candidato presidencial Roberto Lavagna a la política macrista no se centró solo en ese aspecto pero dio con una “línea de tiempo” de parentescos entre etapas. Dio penita la defensa del ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat Gay, paupérrima. Homologó a Lavagna con Hebe de Bonafini y habló de las promesas mentidas del gobierno y no de sus resultados tangibles. Se limitó a discutir sobre cuestiones financieras sin mentar siquiera las alusiones de Lavagna a “la masa salarial y los despidos”. A un año del debate presidencial puede apelarse a una paráfrasis del libreto de Macri: “Alfonso: parecés un panelista de 8, 7, 6”.  Fiel a sus orígenes, el ministro es un protagonista forjado en el colegio Cardenal Newman y en la Universidad Católica que se hizo hombre en Wall Street. La sangre es más espesa que el agua, siempre.



La pequeña diferencia: En 2005, el sociólogo Denis Merklen publicó el libro “Pobres ciudadanos”, que inspira el título de esta columna. Merklen registraba que desde en las décadas del 80 y 90 se produjo un desplazamiento de las luchas sociales. “En un primer momento las demandas se dirigían a la restauración de las conquistas sociales perdidas o bajo amenaza” con los sindicatos como actor protagónico aunque “en una estrategia de repliegue”. En un segundo tramo “las luchas populares se dirigieron a la adquisición de prestaciones sociales ligadas a la asistencia”. Merklen fue discípulo del gran sociólogo francés Robert Castel quien enseñó, pensando en otras realidades, que “la lucha contra la pobreza” tiende a reemplazar las luchas por promover los derechos del trabajo. Esa cuesta abajo no impacta de lleno en la totalidad de la clase trabajadora argentina, ciertamente fragmentada.
La propuesta de emergencia social es un híbrido de reclamos para quienes no trabajan en relación de dependencia. Los dirigentes que la impulsan representan a conjuntos disímiles de trabajadores.
La movilización de anteayer se suma a la apreciable cantidad acumulada desde el otoño. Varían un poco los convocantes, las consignas, la lista de oradores, las adhesiones fervorosas, tímidas o formales. El potente común denominador es la presencia de trabajadores, cuya desigualdad es una de las claves del siglo. Esta vez confluyeron trabajadores con y sin empleo formal, una gama vasta que pinta la condición actual de la clase.
Es grata novedad que la Confederación General del Trabajo (CGT) reunificada haya ampliado su pliego de los años recientes, muy centrado en el “impuesto al trabajo” a los trabajadores formales de pasables o medianos ingresos. Y haya recalculado, así sea aportando algo de número y el orador del cierre a la movida del viernes. No porta grandes pergaminos previos en defensa de esas demandas y deberá construir legitimidad.
El triunviro cegetista Juan Carlos Schmid (el de mayor calibre y piné)  navegó en un discurso que, a los ojos de este cronista, “emparejó” en demasía a todos los gobiernos que se sucedieron desde 1983. Así dicho, es un favor al actual oficialismo que en la versión de Schmid sería más una continuidad (o un calco) que un cambio a derecha. Es un punto de vista difícil de compartir. Un sesgo anti político se mezcló con una ristra de alusiones apologéticas a la Jerarquía de la Iglesia Católica, la única institución (amén de la CGT, claro) que alabó el disertante. Las alabanzas no quedaron “reducidas” al Papa Francisco, también se expandieron al conservador Paulo VI. 



La sombra de Saúl: Schmid evocó la figura de Saúl Ubaldini, líder genuino de la CGT en los finales de la dictadura cívico militar y los primeros años de la recuperación democrática. Desde la calle, vivado por humildes de toda laya, se enfrentó al presidente Raúl Alfonsín. Fueron, vistos en perspectiva, dos adversarios que se estimaban como amigos. 
La dialéctica de la historia es, a veces, cruel. La síntesis entre ambos, el vencedor de la pugna, no fue uno de ellos ni un hipotético demócrata social sino el ex presidente Carlos Menem que relegó a los dos adversarios, en aras de un modelo neoconservador que hoy reflota, claro que sin repetirse como calco.
Ubaldini era mucho más frontal en su discurso que la actual cúpula cegetista. Lo adornaba con nombre y apellidos de la dirigencia gobernante de entonces.
Los líderes sociales y gremiales que hablaron el viernes son contertulios habituales del oficialismo, lo que no es un reproche sino apenas una precisión. Negociar es parte de su actividad. En la semana que viene la CGT se sentará en la mesa del Diálogo Social a la que no acceden ni las organizaciones sociales ni las CTA. 
El acto en Congreso fue opositor sin ambages pero las convocatorias (y el elenco de oradores en particular) dejaron afuera a los partidos o representaciones más antagónicos con el gobierno. Las dos CTA, en el conjunto sindical. El kirchnerismo y el Frente de Izquierda y Los Trabajadores (FIT) entre las fuerzas políticas. 
Las bases, como es regla en las movilizaciones de 2016, fueron más hondamente representativas que los palcos. Los argentinos que reclaman en número creciente son el cimiento de una oposición que no encuentra (aún) su unidad o su conducción política.



La economía y las leyes: La economía política M viene cumpliendo su labor. Se redistribuyó regresivamente el ingreso, bajó el consumo popular, la estabilidad de los laburantes está en vilo tras doce años sin despidos masivos. Pero la refundación neoconservadora necesita forjar su propia legalidad, que implica derogar o limar las conquistas de doce años de avances, tan innegables como insuficientes.
La reforma del régimen de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART) y el traspaso de la Justicia nacional laboral a la Ciudad Autónoma son dos señales potentes del avance regresivo (ver nota aparte). Conjugan con el ideario macrista sin terminar de redondearlo. Las reformas laborales están en la caja de herramientas, a la espera del momento propicio.
Los sindicalistas, los líderes de los movimientos sociales tienen, lo impone su rol, que negociar cotidianamente con el gobierno. Enfrascarse en el presente continuo puede llevarlos a un tacticismo permanente sin estrategia. Schmid advirtió sobre ese riesgo, hay que ver como consiguen conjurarlo. 
Un post colectivo del blog Artepolítica titulado “Dominación” sugiere la magnitud de los desafíos. Expresa en sus líneas finales: Cambiemos no quiere ser un gobierno más, sino que su intención es reinscribir la historia del país en clave refundacional. Se abre el interrogante de las posibilidades de éxito de este ambicioso proyecto. ¿Cuál es la base social con la que cuenta para su concreción? (…) ¿Se dan cuenta los sindicatos que no funciona el plan económico de Cambiemos sin –como lo han dicho los empresarios en todos los foros empresarios– “reducir el costo laboral”? ¿Se dan cuenta los movimientos sociales que no entran en el esquema de Cambiemos como “movimientos” sino apenas como gestores “clase B” no ya de “lo social” sino de “los pobres”?
Este cronista sería menos genérico al hablar de “los sindicatos” y “los movimientos sociales”. Son variopintos en representatividad y combatividad: no le parece aconsejable unificarlos en la descripción. Fuera de ese apunte, no menor, el interrogante signará el año que viene. Las elecciones y el discurrir de la economía real ayudarán a develarlo. Nunca del todo, desde ya, porque la historia tiene la costumbre de fluir sin detenerse nunca.

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