“La mezcla de sacrificio heroico, conciencia de época, franquicias encastradas, problemas internos emocionales de los personajes, canchereada y CGI usado a troche y moche para recrear imágenes realistas llegó a su punto fuera de control en esa hipérbole que es Los Vengadores”, dice Juan Manuel Domínguez en un pasaje de su libro Súper Hollywood, recientemente publicado en la colección Cine Pop, de Paidós. Durante casi 200 páginas, el periodista da cuenta de cómo los superhéroes coparon Hollywood –y lo salvaron económicamente a partir de las franquicias y el merchandising–; revisa a sus personajes, los involucra con la realidad social y hasta señala a Deadpool como el superhéroe nihilista y cínico de la era Twitter.

Y deja una inquietud latente: si muchas veces se pensó al cine –a esa entelequia llamada Hollywood– como un modo de infiltrar valores y modos culturales predominantes (caso Rocky en el ocaso de la Guerra Fría), incita a una visión un tanto más compleja. Quizás las películas y series que vemos sean, a la vez, constitutivas de nuestros modos y reflejos de lo que somos y creemos ser.

Si nos subimos a ese tren, lo primero que nos cabe es la neurosis. Deadpool es cínico, pero Capitán América, Batman y ni hablar el Hombre Araña son expresiones –al menos sus últimas versiones cinematográficas– de individuos que deben vivir en un mundo donde el peligro ya no está solo fuera de casa. La caída de las Torres Gemelas surtió su efecto sobre el superhéroe, y la modernidad sin relato único también. Esta en una época cínica pero con una dosis de honestidad: si todos somos vulnerables, nos sentimos quebrados o vaciados de sentido, nuestros reflejos en la pantalla también.

¿Qué dicen sobre nosotros, entonces, las series y películas que miramos? En tiempos de Netflix, Amazon TV o cualquier otro de los sistemas on demand que parecen haber colapsado el modo en que se consume televisión, los reflejos de la taquilla siguen marcando algo. Los súper conflictuados son la punta de lanza pero también emergen otros arquetipos: un buen ejemplo es la rubia-que-pierde-la-inocencia en Orange Is The New Black, la serie más vista de 2016, que recuerda que los white people problems existen y que aún el más acomodado pierde el horizonte. O lo encuentra en otro lado.

Si los héroes y heroínas modernos han perdido poderes, se han hecho más “humanos”, sus amores también sufren el impacto. La vieja fórmula –que bien repasan Natalia Trzenko y Fernanda Mugica en su libro Amar como en el cine, también de la colección Cine Pop– se mantiene efectiva: chica conoce chico y se enamora, pero algo impide el vínculo hasta que se unen en el amor. O no. Las comedias románticas también cambiaron y el ejemplo más a mano es Love, la serie de Netflix en la que dos antihéroes padecen su vínculo acomplejados por los modos en los que, se supone, deben vincularse. Y pasan del porro y el alcohol a la adicción por el otro como un método –silencioso y evidente– de buscar, en algo externo al propio cuerpo, un sentido a la existencia.