Los cuerpos hablan. La afirmación, propia de la ciencia forense, no deja de tener asidero en cualquier ámbito. Nadie puede negar que los cuerpos comunican mucho más de lo que se cree. Uno se expresa a través de ellos, manifestando acciones, pero también estados de ánimo, procesos mentales y reacciones incontrolables. “Nadie sabe lo que un cuerpo es capaz”, subrayó Spinoza, con un sentido político y ético tan potente que vuelve vacua cualquier explicación. En La fragilidad de los cuerpos (miércoles a las 22.30, por El Trece), la serie televisiva basada en la novela de Sergio Olguín, todos los personajes expresan sus dolencias, necesidades, tensiones, carencias, pesares, y hasta incluso sus condiciones sociales y hasta sus aspiraciones económicas por medio de sus físicos. Reflejos de sus sentimientos, los cuerpos son en la miniserie de ocho capítulos que emiten El Trece, TNT y Cablevisión Flow la expresión consciente e inconsciente de cada personaje. Una serie en la que el misterio alrededor de un suicidio destapa una trama oculta que ilumina con crudeza el siempre extraño mundo ferroviario, sin evitar detenerse en los traumas psíquicos que invaden a los maquinistas, protagonistas involuntarios de una profesión atravesada por la fatalidad.

La novela policial negra es un género largamente transitado por la literatura argentina. La fragilidad de los cuerpos se inscribe dentro de esa tradición, con algunas interesantes vueltas de tuerca que le imprimió su autor: se trata de un policial que no busca un asesino, ya que su trama parte de un maquinista de trenes que tomó la decisión de quitarse la vida. Hay un cuerpo, pero el misterio primario pasa por encontrar los motivos que llevaron a ese hombre a suicidarse en el mismo edificio al que concurría a tratarse con el psiquiatra laboral. Otro aspecto que vuelve particular ese texto, y que probablemente haya influido en la idea de Pol-Ka de trasladar la obra a la pantalla chica, es que la que se pone detrás de la investigación es Verónica Rosenthal, una joven periodista con más entusiasmo que conocimiento, dueña de una sensualidad “abrepuertas” que sabe utilizar en su provecho. No hay en La fragilidad… un detective con experiencia y sigiloso, con una inteligencia por encima de la del resto de los mortales. Nada de eso. Apenas una joven de carácter que se tropieza –tal vez sin imaginar– con un caso de implicancias políticas, empresariales y policiales que la sobrepasan.

La traslación televisiva de la historia protagonizada por Rosenthal (personaje presente en otros dos libros del autor, Las extranjeras y No hay amores felices) recrea el espíritu de la novela de Olguín sin pretensión de fidelidad. En la adaptación de Marcos Osorio Vidal para la pantalla chica, la atmósfera de tensión permanente de la original se mantiene, con recursos técnicos, narrativos y artísticos que construyen una imagen propia a la obra literaria. La elección de la estética audiovisual de La fragilidad... parece ser uno de los principales aciertos de la adaptación. La suciedad y desprolijidad de la imagen se convierte en un elemento tan atractivo como funcional a una historia oscura, que transcurre a la vera de las vías del tren. La cámara en movimiento, al hombro, con la que se filma absolutamente toda la serie potencia la fuerza narrativa de un relato que no da respiro. 

La factura visual de la miniserie (que también se puede ver semanalmente los jueves por TNT e íntegramente en la plataforma Cablevisión Flow, donde están on line todos los capítulos) cuenta, además, con interpretaciones a la altura de lo que propone una trama cargada de misterio, sexo y violencia. Eva de Dominici le pone sensualidad y actitud a Rosenthal, construyendo una periodista junior obstinada, que se involucra emocionalmente con un caso que le genera conflictos con su familia, especialmente con su padre, un prestigioso abogado (Gustavo Garzón) que parece esconder más de lo que muestra. Germán Palacios le impregna una gélida y contenida angustia a su Lucio Valrossa, un huraño maquinista que ayudará a Rosenthal a adentrarse en el mundo ferroviario. Los fantasmas, tormentos y pesadillas que invaden la psiquis de Lucio, manifestándose en su vida cotidiana a partir de la aparición de imágenes que sólo él percibe, le aportan al relato cierto surrealismo tenebroso. Opuestos y distantes, Verónica y Lucio se enredan en una relación sexual –no necesariamente amorosa– a través de la que parecen canalizar todas esas tensiones acumuladas.

El suicidio del maquinista es apenas la punta del ovillo de una trama oculta y espesa en la que se libra un peligroso juego de apuestas clandestinas con niños de por medio. La investigación de Rosenthal descubrirá paulatinamente la competencia de chicos de no más de 11 años que se paran en las vías y esperan hasta último momento a que llegue el tren para ver quién aguanta más. Un juego siniestro en el que los niños de bajos recursos exponen sus cuerpos, su propia vida, para ganarse unos pesos que les permita escapar a su destino. Sin subrayados innecesarios, pero haciéndolo visible, la miniserie coloca a esos pibes y a los trabajadores maquinistas como víctimas de un sistema corrupto, al que la política, los empresarios y la burocracia sindical alimentan. Ellos, los más desprotegidos, sólo se valen de sus cuerpos para sobrevivir a un mundo que los descarta con triste indolencia.