En estos días y hasta el 22 de julio el Espacio de Arte de la Fundación OSDE presenta una muestra antológica de la obra de Matilde Marín (Buenos Aires, 1948), en la que se exhibe mayoritariamente fotografías y videos, realizados desde los años noventa hasta la actualidad.

La artista se dedicó casi exclusivamente al grabado hasta fines de los años noventa y desde entonces se concentró en la fotografía y el video. 

–¿Por qué cambió el grabado por la fotografía?

–A mediados de los años noventa tuve un accidente en Chile: montando una muestra, levanté un gran peso y esto hizo que los tendones de mis muñecas se retrajeran. Me realizaron una cirugía de la que me recuperé pero perdí fuerza para levantar los grandes rodillos de grabado con los que solía trabajar. Lentamente, pensando cómo seguir, recordé mis estudios en los años setenta en el Foto Club de la Ciudad de Buenos Aires y comencé a pensar que la obra que tenia pensado desarrollar Juego de Manos, se podría producir en fotografía. Volver a trabajar la fotografía ya de manera profesional y no como estudiante, agilizó mucho mi mente y también me facilitó la distancia entre generar una obra y realizarla. También la rehabilitación me permitió unir lo que había sucedido con la obra. Lo que se ve en Juego de Manos formó parte de los ejercicios que realicé para rehabilitarme. Esta fue una serie que marcaría el futuro de mi obra, en la que experimentó todo con lo que luego seguiría trabajando. Serigrafía, fotografía, video y objetos y poder desarrollar un tema de manera muy directa.

En ese paso de lo artesanal a lo tecnológico (o a la “baja” tecnología) hay un corte en su carrera, a partir del cual considera al artista como testigo de su época.

La fotografía y el video son artes portátiles, y la condición viajera pasó a formar parte de su vida y su trabajo: arte y traslado tenían que volverse compatibles, junto con el deseo testimonial (de un testimonio estetizado). “Actualmente –dice Marín en el recorrido autobiográfico que traza en el catálogo en preparación que se publicará el mes próximo– mi producción está focalizada en el rol del artista como “testigo” y parada en ese punto, registro a través de la fotografía y los videos relatos del mundo que habitamos.”

En este punto se ubica la obra Bricolage contemporáneo (2001-2005) que, según cuenta la artista en el recorrido autobiográfico citado: “…está ligada al quiebre que vivimos los argentinos en el año 2001. Caminar por las calles y ver el desmoronamiento del país y sus habitantes fue algo difícil de olvidar. ¿Qué puede hacer el artista…? Trabajar con lo que ve y con lo que siente; el artista sabe que el mundo no cambiará, pero sabe que puede dejar una huella de registro y esa huella es válida”.

–¿Cómo surgió esa necesidad de ser testigo desde la propia estética, incluyendo su imagen, su cuerpo (y la sombra de su cuerpo) en las fotos?

–Cuando comencé a trabajar de manera profesional a inicios de los ochenta mi preocupación era la memoria del hombre, cómo se reflejaba en lo contemporáneo lo sucedido en la historia. Estaba muy surcada por todo lo que había vivido en los años setenta y por mi largo viaje por América latina. Lo etnográfico estaba muy presente en mi. Al abrir mi trabajo a la fotografía comencé a trabajar los temas que me interesaban dando paso a otra necesidad. El mundo había cambiado y sentí que el artista ya no era un recolector de antiguas situaciones que venían describiendo al mundo, sino que el artista debía tener un compromiso diferente. El rol de testigo desembarcó en mi trabajo.  Mi presencia como artista dentro de la obra fue como resultado de la conexión directa con lo que quería mostrar. No quise hacerlo con modelos porque me di cuenta de que no lograban la tensión en la obra que yo necesitaba. De modo que fui introduciéndome en ella, organizando la puesta en escena y siendo yo la que sostenía todo lo que quería ir diciendo y mostrando. Al principio no me di cuenta que ejecutaba fotoperformances, luego se me fue aclarando y me di cuenta que estaba trabajando y generando registros en algunos casos algo documentales.

–En la exposición, entre frases poéticas y sobre el arte, tomadas de Shakespeare, Pessoa, Kavafis, Virginia Woolf y Malevich, aparece una frase suya: “Todo me ha sido dado en los viajes”.

–El viaje, trasladarse y ver el mundo fue vital para mi desde siempre. Comencé a viajar a los 25 años sin propósitos determinados, pero aprendiendo mucho. Demoré el inicio de mi trabajo como artista por viajar muchos años sin rumbo definido. A medida que le fui dando forma a mi trabajo seguí viajando, pero ya como artista. Hoy el trabajo puede llevarte a muchos lugares. Ahí en la soledad de la llegada, mientras hay que conocer las nuevas costumbres de la tierra donde se va a exhibir o dar un seminario, en esa espera fui imaginando algo que me acompañara y esto fue mi trabajo. A partir del año 97 o 98 comencé a desarrollar obra durante mis viajes. Obra que muchas veces no tenía idea cómo se organizaría posteriormente, pero la sensación de que era obra en gestación estuvo presente en casi todos los últimos viajes realizados. El viaje me abre siempre la imaginación y, como soy muy curiosa, busco literatura, es decir: conexiones con lo que voy viendo. Descubro Malevich en distintos países o la palabra Arte en muros diferentes. Cada vez más voy ligando mi vida y mi obra a los viajes.

Los temas que elige Marín van de lo urbano a la naturaleza, y de allí a la amplitud del horizonte. La naturaleza es un núcleo importante, especialmente en la relación compleja entre naturaleza y cultura.

En su obra la naturaleza entra como algo mayor, que debe ser respetado en su armonía. Entra como equilibrio e infinitud. La naturaleza se erige como modelo de vida subsumiendo todo lo demás. En ese contexto la obra asigna a las crisis humanas un carácter político.

“Actualmente -escribe la artista en el texto autobiográfico mencionado- la fotografía se ha instalado muy fuertemente en mi producción, pero esta vuelve a hacer un giro hacia el papel. Con esta técnica he construido series de obras, como El viaje imaginario de Kazimir Malevich, La persistencia del arte y Cuando divise el humo azul de Ítaca. Hace varios años, Fabián Lebenglik, al hablar de mi obra, dijo algo que valoré mucho: ‘Al incluir la fotografía en su producción, el mundo entró de otro modo en su obra’, y veo que es así, ya que la fotografía me facilitó el registro social y la posibilidad de documentar la naturaleza y editarla, buscando tonos intensos que antes eran registros gráficos y ahora son fotográficos”.

Si la fotografía apareció en Marín como resultado de su condición viajera y a causa de una urgencia (una intervención quirúrgica) en términos objetivos, también puede decirse que se transformó en una urgencia en términos subjetivos y artísticos. Pero una urgencia paradójica, hecha con tiempo, con delicadeza y a partir de la coyuntura, pero más allá de ella.

* Hasta el 22 de julio en el Espacio de Arte de la Fundación OSDE, en Suipacha 658, 1er piso. De lunes a sábado, de 12 a 20. Domingos y feriados, cerrado. Entrada libre y gratuita. 

La tierra prometida; papel y fuego, de Matilde Marín.