Dos equipos de fútbol femenino con jugadoras de casi veinte países de los cinco continentes, entre ellas, la argentina Josefina Martorell,  lograron el Record Guinness de disputar un partido en la mayor altitud de la historia: a casi 6000 metros de altura, cerca de la cima del Kilimanjaro, el pico más alto de África, en el noroeste de Tanzania, para promover la equidad de género en el deporte y llamar la atención a nivel mundial sobre las dificultades que enfrentan las niñas y las mujeres a la hora de practicar fútbol. “Lo logramos. Record Guinness. Fue la experiencia más difícil y desafiante a nivel físico de mi vida”, contó ayer a PáginaI12 Martorell, todavía conmovida por la vivencia extrema que significó el proyecto, impulsado por el movimiento “EqualPlaying Field”. A dos años del Mundial de Futbol Femenino, Francia 2019, el objetivo fue también generar conciencia sobre las necesidades de financiación para el desarrollo del fútbol de mujeres.

“Esto quiere decir que las mujeres podemos hacer todo lo que nos proponemos y más”, destacó la joven economista, de 34 años, apasionada por el fútbol desde niña, y que dejó un puesto en la banca financiera para dedicarse al trabajo humanitario, primero en Médicos sin Frontera y luego en la Cruz Roja Internacional, –y tal como contó PáginaI12– en la última década participó en misiones en los territorios más calientes del planeta, arrasados por conflictos bélicos o grandes hambrunas, como Congo, Níger, República Centroafricana, Sudán del Sur y Afganistán, donde siguió jugando sus picaditos, a veces con la cabeza cubierta por un velo.

El ascenso a la cima del Kilimanjaro comenzó el 17 de junio. “No sé si lo volvería a hacer. Sacó todas mis energías”, reconoció Martorell desde Tanzania, todavía exhausta pero feliz por haber sido parte de semejante hito. Fueron siete días de ascenso, en condiciones climáticas muy hostiles. “Por momentos nos dolía la cabeza, o nos faltaba el oxígeno. Cada noche, nos controlaban el ritmo cardíaco y la saturación de oxígeno para ver si podíamos seguir al día siguiente”, contó la argentina. Además, a medida que ascendían, la temperatura bajaba considerablemente, al punto que el último día de ascenso casi se le congelan los pies. Participaron unas cuarenta jugadoras de Gran Bretaña, Tanzania, EEUU, Egipto, Nepal, Jordania, México, Francia, Alemania, Suecia, Tailandia, Líbano, Canadá, Afganistán y Bahrein, y arbitras de Suiza y Australia, entre otros países.  

La cancha la armaron con las medidas y los arcos reglamentarios en el cráter del volcán inactivo que alberga el Kilimanjaro, a cien metros de la cima, a 5.729 metros de altitud. Para lograr el Record Guinness tenían que jugar 90 minutos con al menos 8 jugadoras en la cancha: aunque cada tanto, algunas tenían que salir a recuperar oxígeno, consiguieron el cometido. Martorell se destacó porque jugó los dos tiempos, sin requerir de ayuda. El suelo de lava, como una arena negra, dificultó aún más las posibilidades de desplazarse. No hubo goles –”llegábamos tan cansadas al arco que el tiro era muy fácil que fuera atajado por la arquera”–, pero si la satisfacción del objetivo logrado con el trabajo en equipo. Después del partido, ascendieron dos horas más a paso muy lento, hasta alcanzar la punta de la montaña, a 5891 metros de altura. Al descender, la argentina se descompuso, tuvo nauseas, fiebre, frío, pero logró recuperarse. “Era agotamiento”, contó. 

Martorell es aficionada. Pero en los dos equipos había varias jugadoras destacadas a nivel mundial, algunas, ex seleccionadas, como Rachel Unitt, emblemática ídola inglesa, ya retirada del fútbol profesional, Sasha Andrews, que brilló en Canadá, Lori Lindsey, en EE.UU.,  y Yasmeen Shabsough, en Jordania. Martorell juega en la ciudad de  Buenos Aires varios torneos, y forma parte de Fútbol Militante, una agrupación que promueve el fútbol de mujeres. “Jugamos para divertirnos pero sobre todo para hacernos más fuertes y tratar de cambiar un poco el mundo heteronormativo y patriarcal”, dice. 

La gestora de esta iniciativa fue la inglesa Laura Youngson, quien llegó al futbol después de dedicarse al ballet, y terminó jugando en geografías tan disímiles como Brasil, Mozambique o Azerbaiyán. Youngson trabaja en el desarrollo de una Copa del Mundo infantil y en proyectos de igualdad para políticas gubernamentales.

-¿Qué buscaban con el partido en la cima del Kilimanjaro? –preguntó este diario a Martorell.

–Desafiar las normas para niñas y mujeres en el deporte, las oportunidades que existen actualmente y la aceptación y el respeto que se ganan como atletas y como personas. Es especialmente preocupante que globalmente la mayoría de las niñas deja los deportes cuando llegan a la adolescencia y generalmente esto ocurre por las presiones y expectativas que la sociedad tiene sobre ellas, o en algunos casos porque se les prohíbe específicamente seguir jugando. Además, reconocer la inequidad sistemática, estructural a la que las niñas y mujeres debemos hacer frente, no solamente en el deporte sino en la mayoría de los aspectos de nuestras vidas. 

Varias de las convocadas para buscar este Record Guinness tienen trayectorias en proyectos sociales o humanitarios, además de pasión por la Nº 5, igual que Martorell. Como la también británica Maggie Murphy, que jugó o entrenó en equipos de Tanzania, Ruanda, Guadalupe, Países Bajos, Alemania e Inglaterra. Y ahora se desempeña en la lucha contra la corrupción mundial y cuestiones de derechos humanos. O la estadounidense Erin Blankenship, que formó parte de equipos en Arabia Saudí, Reino Unido, Islandia, Estados Unidos, China y Afganistán. Y trabajó en zonas de conflicto y devastadas por la guerra y actualmente impulsa proyectos en Siria e Irak fomentando y apoyando el fútbol femenino.