Es que es de manual, una vez más. Comienza con la demonización, una y mil veces, en tándem, entre grupos de comunicación, un grupo político sumado a un puñado de hombres “del derecho” dispuesto a hacer de verdugos. 

Cierran filas, orgullosos de su estrategia y de su maldad, orgullosos de hacer desde el poder lo que no pueden lograr en las urnas. Decía hace pocos días Baltazar Garzón que el derecho existe para llevar armonía y paz social. Para solucionar conflictos a partir de PRUEBAS, tangibles sin que haya lugar a dudas y, desde ahí, en la resolución a la armonía de nuestra comunidad.

¿Qué pasa si eso no sucede? ¿Qué pasa si se utiliza ese poder para hacer todo lo contrario? ¿Quien entonces genera violencia?

Sumemos a eso expresiones como las de López Murphy: “son ellos o nosotros”. Expresiones que recuerdan a spots de dirigentes de Juntos por el Cambio que en Ushuaia plantearon alguna vez que se elegían en las elecciones “la moral y la ética de nosotros o La Cámpora”, metodología recurrente para intentar demonizar a un adversario político. 

No es nuevo ni es solo argentino: civilización o barbarie es parte de un manual gringo que algunos toman aquí como palabra santa.

Entonces, ¿quién instala la violencia? ¿Empezó el sábado pasado la violencia?

16 de junio de 1955, la aviación naval de nuestro propio país bombardea la Plaza de Mayo bajo la consigna “Cristo Vence”, con un saldo de 500 muertos. Meses después, el presidente electo democráticamente es derrocado. Se proscribe a Perón y se prohíbe nombrarlo, hacer referencia a cualquier cosa que tenga que ver con el peronismo. La historia la conocemos: proscripción, exilio, los fusilamientos de José León Suárez.

Entonces, ¿quién instala la violencia? Un diputado de Juntos por el Cambio pide la pena de muerte para Cristina Fernández de Kirchner. Vemos en planos cortos de algunos canales de televisión horcas, antorchas que replican ese mensaje. El presidente de un Concejo Deliberante - también de Juntos por el Cambio, obvio - desea a viva voz que entierren a Cristina viva. 

Mientras, en paralelo, durante los últimos días presenciamos los gritos eufóricos de un fiscal que intenta tapar, subiendo el volumen de la voz, lo que no puede demostrar con pruebas. Para terminar esa farsa con un pedido de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos a la actual vicepresidenta y líder popular Cristina Kirchner. 

Entonces, ¿quién instala la violencia? Durante años trabajando sobre suposiciones, sobre mentiras, con un aparato de comunicación que no se limita a los medios tradicionales sino que se expande a través de herramientas que todos conocemos: redes sociales coordinadas desde lo más alto de la jefatura política de Juntos por el Cambio (que, por cierto, nunca se sabe cómo ni a quién le pagan).

Una maquinaria destinada a perseguir a Cristina Kirchner pero también a su familia. Una maquinaria que persiguió a su hija desde los doce años de edad, acusándola de formar parte de una asociación ilícita: insisto, a los doce años. Porque no hay ningún límite. Nada importa para tratar de sacar de la memoria popular a su figura, para intentar quebrarla. No importa si tiene derecho a la defensa, al debido proceso, a ejercer cargos públicos para los cuales fue electa en elecciones libres, limpias y democráticas. Nada importa. No importa que la Policía de la Ciudad de Buenos Aires diga que el gobernador de la provincia de Buenos Aires “es un manifestante más”. No importa que digan que el ministro de Desarrollo Social “no tiene fueros”. No importa que la Policía de Horacio Rodríguez Larreta - policía que financiamos el resto de las provincias con el regalo por coparticipación que le hizo Macri - le impida al diputado nacional Máximo Kirchner llegar a la casa de su madre, al grito desaforado de: “la concha de tu madre vas a pasar, Máximo”. ¿Eso no es violencia? 

¿No es violencia contra los millones de votantes de cada uno de ellos? El manual no es argentino: es el mismo que en Brasil le tocó a Lula, en Ecuador a Correa, en Bolivia a Evo. Es un manual que se repite siempre contra los mismos: contra los que se animan a representar otros intereses. ¿Y nos quieren convencer de que el pueblo cuando comienza a salir a la calles es violento? Manifestarse con cantos, con marchas, con sentadas, ¿eso es violencia? El pueblo se defiende en la calle porque fueron ellos los que secuestraron las instituciones, como el Poder Judicial, para la defensa de sus intereses.

El pueblo se manifiesta pacíficamente al ver que el poder económico de la Argentina secuestró las instituciones que deberían llevar armonía y paz social. Acaso deberían aprender más sobre el pacifismo de nuestro pueblo. Somos una sociedad con altísima y ejemplar experiencia en defender nuestros derechos humanos. Un pueblo solidario, empático, y con memoria, en el que viven millones de hombres y mujeres trabajadores y populares, organizados en espacios sociales, políticos y culturales.

Tienen que aprender a convivir con la idea de que el peronismo existe, que es parte de ese pueblo, que es un hecho maldito que nace en la resistencia a gobiernos y poderes económicos que le negaron durante años los derechos a los trabajadores. El movimiento político que más alegrías trajo a la clase trabajadora. En este pueblo reside una juventud, una juventud maravillosa que salió y va a seguir saliendo a la calle para defenderse. Mordisquito, ese personaje de Santos Discépolo, decía que él no creó a Perón, ni a los peronistas, ni a Eva Perón: “ellos nacieron como reacción a tus malos gobiernos”. El peronismo no existiría si no fuese por ellos, si no fuese por un pueblo que decidió defenderse. Entonces, ¿quién genera la violencia?

No somos los dirigentes que acompañamos a Cristina los que sacamos a la gente a la calle. No se confundan. Son los mismos odiadores de siempre que están sacando a la gente a la calle, una vez más. La gente está en la calle por las mismas razones que ellos la atacan. Por los actos de injusticia que llevan al país al deterioro institucional, político y democrático, esas instituciones que ellos solo consideran defendidas cuando logran secuestrarlas para uso personal. Más o menos organizados. En plazas, en calles, en parques, el pueblo se va a seguir movilizando y no habrá vallas que lo puedan frenar. Lo vamos a hacer con las únicas armas que conocemos: la alegría que nos genera luchar por una causa justa. Y, como dijo Cristina Fernández de Kirchner, “por este indestructible amor a la Patria que nos une”. Ahí nos vemos.