Munich, Baviera, 5 de septiembre de 1972. Llegan malas noticias desde la Villa Olímpica. Un comando de Septiembre Negro toma rehenes entre la delegación de deportistas de Israel. Exige la liberación de 234 prisioneros palestinos y de dos militantes alemanes: Andreas Baader y Ulrike Meinhoff, símbolos de la facción llamada Ejército Rojo. La vigésima edición de los Juegos está en pleno desarrollo. Un nadador estadounidense de origen judío arrasa el medallero: Mark Spitz. Abandonaría su disciplina al poco tiempo, con apenas 22 años. 

El desenlace fatal del operativo de rescate se veía venir. Porque los ocho secuestradores se sabían rodeados, pedían un avión para viajar hacia Egipto y enfrente se habían improvisado fuerzas de seguridad con escasa experiencia. La TV filmó sin interrupción la operación para liberar a los prisioneros. El gobierno de la primera ministra Golda Meir no negoció con el grupo vinculado a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). El del presidente alemán Gustav Heinemann pretendía dejar atrás otros Juegos, los del nazismo y que 36 años después, aquella imagen de oprobio con Hitler en el palco fuera una mancha borroneada del movimiento olímpico. No pudo.

Este lunes se cumple el 50° aniversario de la mayor tragedia de la historia ocurrida en los Juegos con once atletas y entrenadores israelíes literalmente fusilados. El eco de aquellos crímenes llega hasta la actualidad en un conflicto interminable donde la barbarie continúa en Gaza y Cisjordania con otros victimarios. Los palestinos viven bajo un régimen muy parecido al Apartheid.

El Comité Olímpico Internacional (COI) que presidía el estadounidense Avery Brundage en el ’72 decidió que los Juegos debían continuar con la argucia de que no podía condicionarlos el terrorismo. No le importó el saldo de muertes que superó, incluso, al de los deportistas que representaban a Israel. Cayeron abatidos cinco integrantes del comando y un policía alemán. El COI también ignoró la seguridad laxa, casi de puertas abiertas, que permitió el acceso de Septiembre Negro a las instalaciones de la Villa Olímpica. A las 4.40 de la madrugada y con todas las delegaciones durmiendo.

Palestina había sido rechazada por la organización cuando quiso participar de los Juegos en Munich. Recién sería aceptada por primera vez 24 años después en Atlanta ’96. Desde entonces intervino en siete ediciones consecutivas. Pero aquella no era exactamente la reivindicación del comando que inició el operativo. Pedía la liberación de los presos políticos en las cárceles de Israel. El gobierno de la desaparecida Alemania Federal montó un cerco con demasiadas fisuras que dejó expuesta a la delegación que perdió a sus dos primeros deportistas dentro de la Villa. El entrenador de lucha libre Moshe Weinberg y el luchador Yosef Romano fueron asesinados al resistir el asalto a sus habitaciones.

Todavía quedaban en manos de los captores los pesistas Ze’ev Friedman y David Berger; los luchadores Eliezer Halfin y Mark Slavin y varios entrenadores: el de tiro Kehat Shorr, el de atletismo Amitzur Shapira y el de esgrima Andre Spitzer, más el juez de pesas Yakov Springer y el árbitro de lucha libre Yossef Guttfreund. Tres días antes de la irrupción de Septiembre Negro -el sábado 2-, el mejor remero argentino de la historia, Alberto Demiddi, ganaría la medalla de plata en el single scull. Había sido campeón mundial en 1970 pero se frustró porque perdió el oro con el ruso Yuri Malishev. Era muy autoexigente.

El operativo de seguridad había entrado en trance el martes 5. Estaba a cargo de la policía de Munich porque el ejército alemán no podía actuar en tiempos de paz a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. El intento de rescate fue fatal. Primero en la evaluación de los atacantes: pensaron que había la mitad de los que realmente eran. Se pidieron refuerzos que llegaron tarde por problemas de tránsito. Los francotiradores ubicados en la base aérea de Fürstenfeldbruck –donde se había pactado la entrega de los rehenes– o se destacaban por aquella condición. Y los pasos previos que desencadenaron la masacre sobre la pista de aterrizaje dejaron en evidencia que el comando estaba mejor informado que la Policía. En la Villa Olímpica, sus integrantes habían seguido lo que pasaba en el exterior desde los televisores ubicados en las habitaciones de la delegación israelí.

Después de los asesinatos de Weinberg y Romano, sus compañeros fueron conducidos en dos helicópteros hacia Fürstenfeldbruck. Estaban atados y todavía en manos de sus captores. Todos murieron cuando se inició la represión casi sobre la medianoche. Cayeron por las balas del comando palestino y según reconocieron después las propias autoridades, también en algún caso por la falta de puntería de los tiradores alemanes. Habían pasado casi veinte horas. El COI solo suspendió la jornada deportiva del día 5, pero al siguiente los Juegos siguieron con un funeral público en el estadio Olímpico.

Israel emprendió una operación de represalia que denominó Cólera de Dios y que en siete años terminó con la vida de varios integrantes de Septiembre Negro, incluidos algunos de sus jefes. Solo se salvó del planificado escarmiento, Abu Daoud, el cerebro del ataque, quien murió en Damasco en 2010. Steven Spielberg filmó Munich estrenada en 2005. Cuenta la historia de esa persecución del Mossad a lo largo de Europa y Medio Oriente. La comunidad judía estadounidense lo criticó, basándose en una presunta condescendencia con el grupo terrorista al que habría tratado con tolerancia en su película.

Israel y Alemania llegaron este año a un compromiso para investigar los hechos que quedaron en un limbo y el pago de indemnizaciones. “Acogemos con beneplácito el hecho de que poco antes del quincuagésimo aniversario de la masacre de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich, se haya llegado a un acuerdo para una investigación histórica, la asunción de responsabilidades y una compensación adecuada para las familias de las víctimas”, informaron en un comunicado los presidentes de ambas naciones, Isaac Herzog y Frank-Walter Steinmeier, respectivamente.

Pero esa solución negociada no colmaba inicialmente las expectativas de los familiares de los deportistas que habían decidido no asistir a los actos previstos este lunes por el 50° aniversario. El diario Bild y la televisión pública alemana ARD señalaron que los parientes de las víctimas le enviaron una carta al primer ministro bávaro, Markus Söder, en la que denuncian “50 años de mentiras y encubrimientos”. No se salvó ni el gobierno germano, ni el estado de Baviera. El boicot inicial se frenó cuando llegó una contrapropuesta más cercana a los 33 millones de euros que exigían como indemnización.

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