No debe sorprendernos el dolor de muchos argentinos por la muerte de la reina. Este es también el país que madrugó en masa para ver el casamiento de Lady Di y Carloncho. Supongo que en ese caso operaba, además, el morbo de ver cómo un tipo con esa cara de ganso podía casarse con esa mujer, linda y con pinta de buena piba. El fin, ya se sabe, la reina perdió el zapato, el príncipe no llegó para salvarla y la carroza no era la del cuento.

Adorar a las clases altas y a los ricos es una forma de aceptar el sueño postergado del éxito propio. Al identificarse con el éxito ajeno, se deja abierta la posibilidad de triunfar, ganando el Prode o casándose con un marqués o un rey, como le pasó a Máxima. Estos sueños se sueñan porque a veces, una vez en la historia, se cumplen. Entonces, no queda otra que soñar.

Es obvio que a mucha gente no le importa que el éxito de reyes y parásitos semejantes haya sido nacer (literalmente) en cuna de oro. Menos les importa que sea la reina del país que mató a primos y vecinos y que aún es invasor de nuestro país. Han olvidado otras muchas muertes y ofensas, por qué no iban a olvidar éstas.

En realidad, esto no es otra cosa que un capítulo más de “en otros países sí que hacen las cosas bien” o “en los países serios esto no pasa”. O una peor: “si en lugar de los españoles nos hubieran colonizado los ingleses, otra sería la historia”. Es decir, el tipo de ideas de los que no tienen ideas propias y repiten eslóganes creados por el alcahuete de turno.

Que la colonización haya adaptado otros muchos disfraces, no quiere decir que la colonización de siempre no siga operando. Existe en la medida en que hay gente que adora sentirse colonizada y llorar a la reina del enemigo.

Y no es que no podamos reconocer su capacidad, o el rol histórico que la reina cumplió. Al contrario. Siempre es interesante analizar los aspectos políticos que hacen que aún existan las monarquías. Dicho esto, los países con monarquía son los más atrasados del planeta. Japón, España o Inglaterra, son políticamente más pobres que Haití. Más ricos de dinero, eso sí, lo que complica todo análisis y que genera confusión en la gente que no lee libros ni diarios.

Como sea, a toda esta pompa vacía y apolillada, son sensibles muchos de nuestros argentinos con corazón de revista Para Ti. Que aceptan las reglas de las revistas Para Ti, pero descreen de las de la política, que, aunque debilitada, le puede dar algo de poder, algo de derechos, algo.

Sospecho que debe ser tentador dejar descansar el espíritu crítico que a muchos nos martiriza, y admirar abiertamente a estos payasos. Debe ser lindo bajar las banderas (todas) para disfrutar de sus ridículas levitas, sus trajes de soldados que nunca tuvieron que defender sus países y sus pelucas empolvadas.

En terreno gaucho, lo que se debate acá es algo más profundo. Es la “argentinidad” por un lado y un cosmopolitismo sobredimensionado por el otro. Nosotros seríamos los que queremos seguir “aislados del mundo”, y defendemos aún nuestros defectos, y ellos los que saben admirar la belleza de sus castillos y la tradición, aunque admirarían cualquier cosa que nos aparte de esa argentinidad tóxica con la que muchos nos identificamos.

Yo les admiro que no paguen impuestos como cualquier mortal, y que lo tengan todo sin hacer nada, eso sí. Los alcahuetes te dirán que las casas reales garantizan la estabilidad política que nosotros no tenemos por los setecientos años de peronismo. En busca de esa estabilidad fue que Belgrano propuso un rey de la Casa de los Incas, idea que respaldaban Güemes y San Martín. Sucedió hace doscientos años, así que las comparaciones no valen.

A propósito de que los reyes garantizan la estabilidad política, Inglaterra es la prueba de que no es así. Acaban de despedir a un primer ministro que estaba más para contar chistes en televisión que para otra cosa, y pusieron a una primera ministra que nadie sabe bien cómo llego ahí. Es decir, tercermundismo a pleno, pero real, eso sí.

Aunque es verdad que las monarquías europeas se han modernizado un poco y han sabido bajar algunas banderas para mantenerse en el poder, en una muestra de gatopardismo (cambiar para que nada cambie) real, parafraseando a Lampedusa. En principio, se deben bañar más seguido que sus antecesores. En algunos casos es verdad que se han vuelto una garantía de lo que deciden los mecanismos democráticos. Es decir, inútiles pero funcionales.

A manera de resumen, es obvio que no se puede hablar de igualdad, o al menos de un mundo más equilibrado, cuando hay gente que acepta que haya realeza que solo debe responder ante Dios y, en algunos casos, que desciende directamente de dioses. Pero bueno, la monarquía es fotogénica, está ahí casi desde siempre, y da para chismosear. ¿Amaba Lady Di a Carlos o se casó por él por su currículum? Qué dilema.

Esto es campo orégano para la gilada. Creen que la muerte de una viejita siempre es motivo de congoja, aunque sea una viejita que avaló cien guerras y sea cómplice de miles de muertes. Nunca les importa quién pone los muertos. No importa que los muertos los pongamos siempre nosotros, los pobres, los paganos, los tercermundistas, los negros. Como prefieran.

Es que además de ser una viejita parecida a la abuela de uno, era una viejita que criaba delfines, ballenas y treinta y dos mil cisnes que le legó al hijo. ¿Cómo eso no les ablanda el corazón, insensibles? Díganme si eso no es tierno, dijo el tipo al que no le alcanza para comprarle la comida al gato.

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