Volvió Gran Hermano y estalló la obsesión por seguir a un grupo humano del que hay que diferenciar caras y perfiles porque al principio todos y todas se parecen. En ese sentido, bendecido el Alfa que con sus bandanas y looks intervenidos por la bandera norteamericana porque hace a su individualidad, aunque no sea para mucho más que para tenerle lástima o bronca. ¿Qué se ve y qué se esconde en la casa más famosa del mundo?, al decir del conductor de esta edición, Santiago del Moro, en un deja vu mortal con su pasaje por Much Music a finales de los 90.  En primer lugar, la particularidad de que muchos de los y las participantes hayan nacido en el mismo año en que Gastón y Eleonora estaban jugando a que se casaban en vivo mientras se dejaban mensajes cifrados en el freezer. Luego, de que lo políticamente correcto incluye a las diversidades de un modo más natural pero no por eso desapareció la homofobia, la discriminación y el odio a la desobediencia sexual. 

El primer eliminado, Tomás Holder, nació en el 2000, su papá se presentó varias veces al casting del formato pero nunca quedó (y le quiso dar consejos a su hijo para entrar al programa pero él no los aceptó) y el único GH que vio por tv es el de 2015. La de ahora es una generación de pibes que crecieron con las herramientas que las redes y los nuevos formatos tecnológicos ofrecen para comunicarse, de manera que el avatar, la foto de perfil, los memes y las fake news parecen formar parte de su modo de entender que administrar lo que se dice y lo que se muestra es posible aún cuando hay cámaras las 24 horas. También entra en el combo de esta constelación: que se instale que se dijo algo que no se dijo pero que el público presume que se podría haber dicho, como cuando horas antes de ser eliminado, se dijo en Twitter que Holder quería cagar a trompadas a un puto para descargar su bronca. No se expresó de ese modo, la madre del chico dijo de él que era un amor y que el personaje no reflejaba sus pensamientos, pero el modo patotero anabolizado en plan "siempre remera blanca" y los modos horribles de Holder dejaron flotando en el aire esa sensación de pibe que apoya a Milei (o que comparte sus ideas) y es capaz de golpear y despreciar para mostrar su poder. No lo dijo de esa manera pero las coordenadas que usó para desfilar su mandíbula por la casa, así lo demostraron. 

Holder dijo que no saldría con una chica que viajara en colectivo. 

Hay cosas que no cambian: las interacciones humanas son siempre complicadas, las personas suelen prejuzgar y quienes nunca pensaban que terminarían aliados, se tejen en alianzas extrañas o convenientes. Pero más que ese momento de trenzarse en las relaciones que definen los destinos de los que serán o no famosos, Gran Hermano empieza a tener una historicidad que habilita a pensar en la tele como un espejo de los cambios sociales. 

Está el participante que sabe el reglamento de memoria, la que se casó con la ex del entrenador de fútbol (y sabe que es su anécdota fuerte, por eso la cuenta para presentarse), la que odia la bisexualidad (una rara exhibición de discriminación para desmarcarse de cualquier forma de lesbianismo), el que viene de un entorno muy humilde, el aspiracional, el cheto y ahora también, el señor que se auto denominó "patriarca" y al que bajaron de un hondazo más por viejo que por machirulo o intolerante. Y después las personas, en su intimidad sin tiempo y sometida a la luz artificial, que termina demostrando que más que "valores" o "ser ellos mismos", las personas tienen motivos mucho más simples para unirse: sentirse protegidos, queridos, avalados. Y si eso implica juntarse con quien tiene un discurso de mierda o quien no se juntarían afuera de la casa, lo hacen. Esa es la idea de la maquinaria que juega con el "¿qué pasaría si te quedaras en una isla desierta?".    

El folclore de la casa se diseminó por todos lados como buena antesala del mundial de Catar (donde todavía cabe preguntarse cómo vamos a alentar a un equipo que jugará en un país que persigue, hostiga y aprieta a miles de personas que se salen de sus normas heterocentristas), con su dosis de "argentinidad" necesaria, el mismo espíritu federalista de otros realitys como La voz donde se escuchan los acentos más variados del país y esas anécdotas que buscan llenar huecos en una conversación que se extiende por 24 horas y que la mayoría del tiempo es aburrida pero que atre como un imán por su costado crudo y vano, ridículo y sensual. Un par ya tuvieron sexo (algo que en otras ediciones llevaba meses de preparación), dos varones se toquetean como si fueran a besarse pronto y las chicas muestran lo suyo y también se toquetean un montón: es lindo verlxs y pensar cuánto nos representan (mucho, poquito, nada) pero sobre todo qué están dispuestos a hacer para ser amadxs por la mayoría.