El nombre Epecuén quedó atado a la historia de la Provincia de Buenos Aires por las grandes inundaciones de 1985, cuando quedó bajo el agua la ciudad de Villa Lago Epecuén. Antes de eso, la zona era uno de los centros turísticos más importantes del país. Las inmensas piletas de agua dulce que atraían multitudes de turistas fueron su perdición: el terraplén de contención cedió, y el sueño llegó a su fin.

La inundación fue un golpe muy fuerte para los habitantes y para el lugar. Sin embargo, a 37 años de la inundación, Epecuén se resiste a pasar a la historia. Desde las ruinas, continúa poniéndose de pie para seguir generando recursos tanto económicos, como turísticos y naturales.

La protección de Villa Epecuén es un gran ejemplo de la conservación del lugar, siendo el gran lago la principal atracción. Y en estos días, las ruinas de Epecuén se llenaron de magia. Como todos los años, varias especies de aves llegan a la zona en su camino migratorio desde Canadá. El lago es el espacio que eligen los falaropos, o pollos de mar,  y los flamencos para alimentarse y descansar después del largo trayecto. Sin embargo, nunca llegaron tantos como en estos días. Este fin de semana, los falaropos brindaron un espectáculo como nunca antes, poblando el lago hasta teñirlo casi completamente de blanco. Buenos Aires/12 habló con los habitantes del lugar acerca del fenómeno que podría devolverle a la zona su identidad turística.

Daiana Castro, la autora de las fotos de esta nota, siempre está atenta a los conteos o salidas que organiza COA Epecuén, el Club de Observadores de Aves que fundó su madre Viviana Castro, gran personalidad de la zona. Su madre es guardaparque y protectora del lugar del que nunca se fue, ni aún con la inundación. La importancia por la naturaleza es algo que se trasmitió de generación en generación.

Antes de salir, nunca olvida llevar su cámara de fotos esperando poder capturar algún espectáculo de la naturaleza. Pero esta vez se sorprendió. “Nunca había visto tantos falaropos juntos en el mismo lugar. Siempre se ven en grandes bandadas, pero era incalculable la cantidad”. Si bien varias especies de aves llegan a las aguas de Epecuén, Daiana no encontró todavía espectáculo como el de los falaropos: “cuando emprenden vuelo y forman una especie de “ola” es maravilloso. Incluso si el ambiente es silencioso, como pasa en el lago, se puede escuchar el sonido similar al de una ola de mar”. A lo que se refiere Daiana es al comportamiento de estas aves, que suelen formar inmensas bandadas de vuelo sincrónico en forma de nubes u olas. Constantemente, se organizan avistajes de estas maravillosas aves para observar su curioso comportamiento.

Según Viviana, parte de su objetivo como guardaparques es intentar devolverle a los turistas y lugareños la confianza en Epecuén. Fundamentalmente, entiende que eso no sería así de no ser por los esfuerzos de conservación del espacio que continúan haciendo de Epecuén el mágico lugar que todavía puede ser.

La naturaleza de Epecuén tiene todas las de ganar para ser un ejemplo de aquello que sobrevive a pesar de los daños que pueda generar la mano humana. Los habitantes de Epecuén están demostrando ser un ejemplo de resiliencia para el resto de la provincia. Con prevención y educación ambiental, los lugareños aportan su granito de arena para que las futuras generaciones puedan disfrutar de la laguna y sus alrededores.