Una alegría “compartida y merecida”, dicen eufóricos, los jóvenes que salen del predio de Palermo donde acaban de ver el partido de la selección ante México, en pantalla gigante. En esta calurosa tarde de sábado, en la Plaza Seeber –en Avenida Libertador y Avenida Sarmiento--, donde el Gobierno de la Ciudad instaló una pantalla gigante, el partido se vivió con “sufrimiento y expectativa”, con “amor a la camiseta y esperanza por la copa”, cuentan, se superponen para hablar, exultantes. “¡Vamos Argentina!”, repiten los padres y los hijos, las amigas, las comadres, los vendedores ambulantes. Incluso dos enfermeros, al minuto final, bajaron de la ambulancia para presenciar, desde la vereda del predio, este momento “con gusto a final”, dijo Omar a Página/12, antes de volver a la ambulancia, con su compañero, saltando. Minutos después, el fervor público en la Ciudad de Buenos Aires se trasladaría al espacio celebratorio por excelencia, el obelisco, y se repetiría en los centros neurálgicos de las principales ciudades del país. 

En una jornada que se parecía mucho a una situación de cancha y “con espíritu de una final”, muchos de los asistentes a esta plaza de Palermo son extranjeros. Turistas o residentes de la ciudad –venezolanos, colombianos, rusos--, que convivieron hoy con los fieritas que ya a las 4 y media de la tarde se tiraban agua “de la embotellada” en la cabeza para “un refrescón”. Con las amigas que llegaban desde Lomas de Zamora. Con Virginia que vino de Jujuy, a acompañar a sus hijas “que viven en Capital”. Con Chloé y con Timothé, franceses, hinchas de Maradona y apasionados del "aguante" argento.

Desde el mediodía, cuando la gente comenzó a llegar, se percibía en esta plaza la tensa calma que atravesaba a todos y todas en las horas previas al partido. Afuera, en caminatas silenciosas, en las paradas de colectivo, en las esquinas donde cruza en bici la muchacha del Rappi --camiseta, moño y gafas de Argentina--, la expectativa está a flor de piel. Otro ciclista por la bicisenda lleva un perro salchicha amarrado a su espalda, casaca argentina el salchicha, se ve entre el chaleco que lo amarra. Natalia apura el carrito de su bebé cuando el partido comienza, a las 16. Viene de Parque Avellaneda para encontrarse con amigas. Esteban viene de Lomas del Mirador, Carla de Flores.  

Adentro de la plaza --la única donde el Gobierno de CABA instaló una pantalla gigante, entre las actividades organizadas en treinta plazas porteñas por el mes del mundial--, las familias, la gente sola, los grupos de amigos, se juntan bajo la sombra de los árboles, o sacan gorros y sombrillas para protegerse del sol. Un joven con casaca mexicana le explica a la poli --que le pide se cambie la remera--, que él “quiere comprobar que se puede convivir entre distintos equipos”. Es el youtuber mexicano Diego Saúl Reyna.

La organización esperaba a unas 20.000 personas, pero “todo colapsó, vino mucha gente”, explica una de las agentes de CABA que ayuda en el ingreso al predio. Camila es ecuatoriana, y el partido anterior lo vio en un bar. “No me lo quería perder, por apoyar a Argentina”, dice mientras en la pantalla, los pases no son gol. Junto a ella, Ronald, que es colombiano, suma: “Soy fanático de Argentina, y de Messi”. También vinieron “a apoyar” Catiusca, que hace cinco años vive aquí, junto a su hijo y a Nelson, su marido. Son venezolanos. Nelson toma mate. Catiusca pide: “Ojalá que ganen”.

“Se sufrió mucho este primer tiempo”, dice Carlos, guatemalteco con dos años de residencia porteña. “Quería vivir un mundial en Argentina, y es increíble”, se entusiasma. Aun con “el sufrir del juego”, como dice. Elsy es norteamericana, habla castellano porque sus padres son salvadoreños, también quiso “vivir la experiencia” y no le importa el calor. “Es parte --dice-- como sufrir todos juntos, es puro entusiasmo”.

Vivir la experiencia de ver el juego en pantalla gigante –por la transmisión de DirecTV y no la nacional, de la TV Pública--, convocó a quienes querían “compartirlo”. Diana vino con sus dos hijas. Se abrazan y aplauden cuando el partido empieza a ponerse picante, en el segundo tiempo. Y allí, frente a esa pantalla de 10 por 18 metros, la tensión se va rompiendo y deja paso al goce expectante, a puro grito, aplausos y saltos, cuando Messi hace el primer gol. Y al grito feliz con el de Enzo Fernández. 

El ánimo ya es otro. Chloé y Timothé son turistas. Ella toma notas, mientras él mira atento la pantalla. Es fanático de Argentina y vinieron a "ver el match, y el aguante de Argentina". Su jugador preferido es "el flaco Di María". Y entre Messi y Maradona: "Maradona cien por ciento, por su carisma, y por lo grande que fue al exterior del fútbol, por eso voy a Nápoles, más que a Barcelona o a París", explica cómplice. 

Al caer la tarde, grandes y chicos se trasladan desde distintos barrios al centro de la ciudad, muchos desde los autos, concretan el ritual de rodear al obelisco de cantos y banderas. Y como en muchas ciudades del país, donde los fans salieron de sus casas para compartir, en el espacio de las plazas públicas, el fervor mundialista borda el final de una jornada intensa con alegría colectiva.