El director artístico del Festival de Cannes, el encuentro anual francés que mueve el amperímetro cinematográfico como ningún otro, está en Buenos Aires. No es la primera vez: Thierry Frémaux es un visitante asiduo de la ciudad de Buenos Aires, y su presencia es usual en estas épocas del año. Es que a finales de noviembre y comienzos de diciembre se lleva a cabo el encuentro para profesionales del medio conocido como Ventana Sur y, al mismo tiempo, el cine Gaumont suele abrirle las puertas a un puñado de películas exhibidas en el prestigioso festival bajo el nombre “Semana de Cine del Festival de Cannes en Buenos Aires” (la Semana de Cannes a secas, para los habitués). Precisamente este lunes 28 arranca la Semana con la proyección del último largometraje del polaco Jerzy Skolimowski, EO, suerte de relectura de ese auténtico clásico del cine francés, Al azar Baltasar, de Robert Bresson, mientras en el área de Puerto Madero los concurrentes al 14° Ventana Sur se reunirán a puertas cerradas para acceder a films latinoamericanos aún inéditos y mantener reuniones de negocios.

La Semana de Cannes ofrecerá también otros títulos muy esperados por la cinefilia local como Triangle of Sadness, del sueco Ruben Östlund, ganador de la Palma de Oro 2022, Decision to Leave, del realizador surcoreano Park Chan-wook, y Tori & Lokita, de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, entre otros. Además de las funciones tradicionales, el Festival de Cannes invitó al reconocido actor galo Vincent Lindon, que este año ofició de presidente del Jurado de la Competencia Oficial, para que brinde una clase magistral sobre su oficio, actividad que tendrá lugar el martes 29 a las 18 horas, también en la sala principal del Cine Gaumont. Frémaux acaba de llegar a Buenos Aires y recibe, uno por uno, a un grupo de periodistas locales, dispuesto a responder preguntas puntuales sobre la programación de este año y otras más generales, de fondo, sobre el presente y el futuro de los festivales de cine en la era de las plataformas de streaming.

EO, último largometraje del polaco Jerzy Skolimowski, se verá este lunes.

“Por supuesto que hay cambios, pero hay ciertas cosas que siguen siendo iguales”. El visitante, que permanece en su cargo de délégué général del Festival de Cannes desde 2007, reflexiona y pronuncia las respuestas a las preguntas de Página/12 en perfecto español, con acento francés pero inflexión porteña, reflejo de su contacto de larga data con nuestro país. “Hay un futuro, pero también, desde luego, una historia. Lo que no cambia es el arte del cine. Por supuesto, las películas hoy no son las mismas que en 1946, primer año en el que se llevó a cabo la competencia de Cannes. Pero la obligación del festival sigue siendo demostrar qué es el cine, hacer una foto de la creación cinematográfica anual. No sólo del cine francés, europeo y de los Estados Unidos, sino de todo el mundo. Eso sigue siendo un deber muy importante, porque este tipo de películas están vivas, son fuertes, y el público necesita saber de su existencia. No es lo mismo que las plataformas, que también tienen ahora un espacio muy importante, en el cual muchos directores consagrados están trabajando. En definitiva, es como se afirma en El gatopardo: cambiar todo para que nada cambie. Es difícil pensar una teoría porque la realización de Cannes año a año es algo muy pragmático. ¿Cuál es el paisaje de la creación cinematográfica? Mi naturaleza es ser optimista, y veo a muchos jóvenes que desean hacer películas. Cannes no es lo mismo hoy que hace veinte años, pero los cambios son pequeños y se dan edición tras edición, muchas veces de manera imperceptible.

-¿Cómo se logra mantener ese equilibrio delicado y complejo entre los nombres consagrados y la necesidad de la novedad y los riesgos creativos? Es un equilibrio que todos los años debe lograrse partiendo de un trabajo minucioso: el proceso de curaduría, la programación del festival.

-En realidad es muy simple. Siempre hay que tener grandes nombres, pero la condición es que las películas sean buenas. También es necesario darles lugar a los nuevos nombres, a las nuevas generaciones, pero con la misma idea: los films tienen que ser buenos. Un ejemplo reciente que me parece paradigmático es el del realizador belga Lukas Dhont, que comenzó su carrera en la residencia de Cannes con uno de sus cortometrajes, y luego presentó la ópera prima Girl (2018), que terminó ganando la Cámara de Oro al mejor debut. Ahora, su segunda película, Close, participó de la Competencia Oficial y ganó el Gran Premio del Jurado. Un camino impecable, que además se corona con el envío de Bélgica a los premios Oscar. Todo eso forma parte de nuestra obligación.

-Close forma parte de la Semana de Cannes en Buenos Aires de este año. ¿Qué puede decir del resto de la programación, integrada por seis largometrajes?

-Es una selección personal, pero implica conversar con los distribuidores internacionales y locales y tener en cuenta aquellos títulos que aún no pudieron verse en Argentina. También tiene que ver con la sensación que tengo respecto de lo que puede interesarle al público de acá, que conozco bien. Es apenas un puñado de películas y me parece notable como todos los años las entradas se agotan en pocas horas. Tendríamos que pensar en hacer más cosas, sumar películas de otras secciones como Un Certain Regard, que son más exigentes y marcan el futuro, demuestran que el cine se reinventa cada año.

-Todos los años, además, las críticas sobre lo que pudo verse o no, sobre la selección de títulos, forman parte del folclore del festival. Esas películas divisorias de aguas.

-La verdad es que esas críticas no me importan. ¿Sabes que La dolce vita fue abucheada en su momento? Parte de la crítica es muy importante, pero siento que otra parte está matando al cine. Yo escribí un libro sobre mi amigo Bertrand Tavernier, y en cierto momento digo que la crítica perdió al público y la izquierda al pueblo. Es el mismo sistema. A mí, por ejemplo, me gusta mucho la película de Skolimowski y puedo entender que a otra gente no. Se puede hablar de esas cosas. Lo que no puedo entender es que alguien crea que eso no es cine. Es cine hecho por un gran director. Y es interesante porque en Francia EO es un éxito de público. A la gente, al público mainstream, le gusta mucho.

-Sin embargo, ¿no cree que hay un regreso general a las narraciones más convencionales, empujado en parte por el consumo de series en las plataformas?

-¿Has visto la película War Pony, que ganó la Cámara de Oro este año? Hay unas setenta películas en Cannes y es necesario ver todo para apreciar la diversidad. En un festival tiene que haber lugar para las celebraciones y el descubrimiento, las nuevas voces, cinematografías poco conocidas, como las de África del norte. Por eso todos los años sumamos películas de Irán, de Corea. Este año, el film de Ruben Östlund mostró una señal de que en Europa del norte también hay un movimiento muy importante.

-La relación de Cannes con las plataformas sigue siendo tirante. ¿Cómo ve la evolución de ese vínculo que parece ser cada vez más inevitable?

-No, no, no. No hay problemas entre Cannes y las plataformas. El tema es que en Francia hay unas “ventanas” entre la exhibición en salas de cine y plataformas muy firme. Amazon, Apple y otras plataformas respetan esa cronología, la necesidad de que los films estén en salas durante dieciocho meses antes de pasar al streaming. Netflix no desea respetar eso porque les parece demasiado, algo que puedo entender. Por supuesto que hay una forma de que se presenten películas de ellos: fuera de competencia. Lo mismo con los estudios. Este año Elvis y Top Gun: Maverick se dieron fuera de competencia. Pero por ejemplo Pinocho de Guillermo del Toro, en Francia solamente se podrá ver en Netflix y no tuvo estreno en salas, como acaba de ocurrir en Argentina.

-Además del presente y el futuro, es importante el pasado, y en el Festival de Cannes siempre hay lugar para los clásicos restaurados y también la recuperación de títulos no muy conocidos realizados en décadas anteriores. Por otro lado, usted dirige el Festival Lumière en Lyon, que todos los años ofrece copias nuevas de títulos de la historia del cine.

-Un festival de cine es un evento, y para que sea atractivo para el público, para que la gente salga de su casa, es necesario potenciar la idea de evento. Antes, en los años 30 o 50, salir a ver una película era un evento, pero hoy el evento está en todas partes, en la televisión o las plataformas. Hay que seguir defendiendo los festivales como experiencia humana, de presencia física, y también tener la certeza de que hay que proteger el cine de ayer y de hoy. Nuestra generación tiene la obligación de llevar a cabo esa defensa. El Festival Lumière incluye en su pedagogía, por llamarla de alguna manera, el concepto de que tenemos que volver a ver películas en la gran pantalla. Tiene que valer la pena ir al cine, y eso se liga a la calidad de las obras. Es algo que no se discute mucho, sobre todo en Francia. Este año vamos a tener trescientas películas francesas estrenadas en salas. Es mucho. Trescientas películas que merecen ir a la pantalla grande, pero hay que ver cuál es el futuro, porque la gente se queda en su casa. Yo no veo series, pero hay cosas muy fuertes en las plataformas, y la audiencia para todo eso es muy grande. El cine debe reinventarse, y la buena noticia es que esa reinvención va a llegar por el alto nivel de calidad de las películas.

Programación 

Del 28 de noviembre al 4 de diciembre en el Cine Gaumont (Av. Rivadavia 1635).

Lunes 28, 19.30 hs: Eo (Polonia). Dirección: Jerzy Skolimowski.

Martes 29, 20 hs: Triangle of sadness/El triángulo de la tristeza (Suecia). Dirección: Ruben Östlund

Miércoles, 20 hs: Close/Cerca (Bélgica, Francia, Países Bajos).

Dirección: Lukas Dhont.

Jueves, 20 hs: Decision to leave/Decisión de partir (Corea del Sur).

Dirección: Park Chan-wook.

Viernes, 20 hs: Boy from heaven/Conspiración divina (Suecia, Francia, Finlandia, Dinamarca). Dirección: Tarik Saleh.

Sábado, 20 hs: Tori & Lokita (Bélgica/Francia). Dirección: Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne.

Domingo, 20 hs: Triangle of sadness/El triángulo de la tristeza (Suecia). Dirección: Ruben Östlund.