El sueño está cada vez más cerca. La Araña fue uno de los mejores socios de La Pulga para llevar a la selección a la final del Mundial de Qatar. El futbolista del Manchester City arrancó como suplente en los dos primeros partidos de la fase de grupos, ante Arabia Saudita y México. Lionel Scaloni lo hizo entrar para jugar la última media hora en ambos partidos. El formidable rendimiento de Julián Álvarez logró el resto; el técnico argentino se dio cuenta de que lo tenía que poner desde el inicio. La Araña, que juega como si se le fuera la vida en cada pelota que toca o que va a buscar, aprovechó la oportunidad y frente a Polonia anotó su primer gol (el segundo del partido). Atento al error del arquero Mathew Ryan forzado por la presión de Rodrigo De Paul, recogió la pelota y convirtió su segundo gol frente a Australia.

Messi pateó con maestría el penal que le hicieron a La Araña y superó a Gabriel Batistuta como máximo goleador argentino en la historia de los Mundiales. ¿Acaso no provoca una inmensa felicidad imaginar cómo el pelotón de fusilamiento de los antimessis se atragantaron con los “pecho frío”, “que nunca ganó nada”, “que no canta el himno”, que es “un jugador muy europeo” y otros bocados venenosos por el estilo? ¿Se convertirán los antimessis en lo que fueron los avergonzados votantes menemistas, negadores sistemáticos del voto al expresidente riojano? Desde media cancha y al mejor estilo maradoniano, La Araña avanzó como un caballo sobre la defensa croata y convirtió un golazo, el segundo de un partido que hasta entonces estaba trabado en la mitad de la cancha.

El miedo a que se repitiera el “no hay felicidad sin sufrimiento”, especie de lema del infartante partido contra Países Bajos, quedó atrás cuando Messi, en una jugada sensacional, a puro amague y gambeta a un lateral croata, le sirvió el pase a Álvarez, que selló el 3 a 0 a favor del seleccionado argentino. La Araña de Calchín, el jugador argentino que más goles convirtió después de La Pulga, puso de pie a su pueblo natal y a todo el país. Los hinchas de River lo vimos crecer, meter goles, asistir y participar del juego colectivo hasta mediados de este año. Pero Argentina no llegó a la final del Mundial solo por dos jugadores extraordinarios como Messi y Álvarez. La selección es finalista porque tiene un equipo luchador y empecinado en escribir cada página de esta historia de menor a mayor. Las primeras líneas resultaron inciertas y emergieron los fantasmas del pasado; la derrota inicial ante Arabia Saudita, ahora lo sabemos, fue la prueba “necesaria”, el obstáculo anímico que había que superar para llegar hasta acá.

Miles de argentinos, ataviados con remeras de la selección, vuvuzelas y banderas, celebraron la victoria frente al Obelisco con una canción de La Mosca que a esta altura se transformó en un himno: “Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar, quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial... Y al Diego en el cielo lo podemos ver con don Diego y con La Tota alentándolo a Lionel”. El Gobierno de la Ciudad, tan refractario a las manifestaciones populares, a la celebración colectiva, montó dos vallados perimetrales, uno entre la calle Libertad y Cerrito y otro similar entre Roque Sáenz Peña y Lavalle, que impedían el acceso a algunas calles circundantes al centro porteño. La Policía de la Ciudad, que depende del Ministerio de Seguridad, a cargo de Marcelo D’Alessandro, quien fue señalado en los chats del lawfare por el viaje a la estancia de Lago Escondido, tiró gases lacrimógenos y reprimió a los hinchas. “Pedimos al jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta que la policía de la ciudad de Buenos Aires deje de reprimir y provocar a las y los argentinos que fueron en familia a celebrar en el obelisco el triunfo de Argentina”, manifestó el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti. “Festejar un triunfo deportivo de la selección también es un derecho de todos y todas. Haremos presentaciones judiciales para garantizar el festejo y dar con los responsables de la violencia policial que lleva adelante la policía de la ciudad”, agregó Pietragalla.

No hay vallado que pueda eclipsar la alegría de volvernos a ilusionar.