Desde Barcelona

UNO Afuera, noche del 30 de diciembre, ruido no blanco sino de todos los colores. Los mismos petardos de siempre que no esperan las campanadas del 31/1 para resonar y que seguirán oyéndose al día siguiente y más o menos hasta el 2/3 de enero, hasta agotar existencias explosivas y paciencias reflexivas.

Adentro, Rodríguez está en Netflix viendo White Noise: película de Noah Baumbach a partir de novela que Don DeLillo publicó en 1985, le valió National Book Award y lo consagró --sobre Burroughs y Ballard y Dick-- como "shamán jefe de la escuela paranoide de la ficción". De pronto, DeLillo (con todos los riesgos/contras que eso implica, porque el tiempo y lo nuestro es pasar entre cantares) como perfecta antena sintonizando la estática distorsionada de aquellos días para primero decodificarla y darle forma de novelas que, a veces, puede parecer que transcurren ahora mismo.

DOS Y, antes de White Noise (traducida Ruido de fondo), DeLillo ya había escuchado ese pulso-sonido sin silencio. Allí estaba su debut de 1971, Americana, y su protagonista: David Bell, joven y exitoso ejecutivo televisivo a la caza de filmar el latido rojo de ese "motel que hay en el corazón de todo hombre". Después, más hitos para mejor audición de ese susurro entropista. Los jugadores de fútbol americano en trance de Fin de campo; el pseudo-Dylan recluso de La calle great Jones; los matemáticos inexactos de La estrella de Ratner; los fuera-de-ley recreacionales de Jugadores; los perseguidores de película porno con Adolf H. en Fascinación; y los espías/analistas tras la pista de culto mortal antiguo y lingüístico en Los nombres (en tándem con esa rareza bajo seudónimo femenino que es Amazons: falsa memoir de jugadora de hockey). Y entonces, sí, Ruido blanco: novela de campus/familia y cuasi-pandémico "Airborne Toxic Event" con modales de (a) sátira o (b) pesadilla o (c) ambas. Rodríguez marca que la respuesta correcta es (c) y piensa que se parece tanto a mucho de lo que viene pasando desde el 2020. Y aquí viene y va el profesor de college y hitlerólogo y un tanto vonnegutiano Jack Gladney con su familia a la que entiende como "cuna de la desinformación del mundo". Mientras --más obsesionado más el morir que con la muerte-- todo parece bailar y derrumbarse a su alrededor incluyendo, aunque no sea lo más importante porque nunca lo es, al resto del planeta.

TRES Después de White Noise, Don DeLillo (recién elevado en vida a los altares de la Library of America) es uno de los grandes. Y se dedicó a lo grande: viajó al fondo de Lee Harvey Oswald en Libra; exploró el vínculo entre literatura y terrorismo en Mao II; y apostó todas sus fichas (¿hizo saltar la banca, salió o perdió un poco) a la Very Great American Novel con Submundo. Luego de esto y de ese tan inequívocamente delilliano y también airborne toxic event del 11 de septiembre de 2001, DeLillo pareció cambiar de ritmo. Desde entonces lo suyo han sido pequeñas partes/variaciones en torno al aria secreta de gran novela fantasma: Body Art, Cosmópolis, El hombre del salto, Punto Omega, los cuentos recopilados en El ángel Esmeralda, Cero K... Y Rodríguez los leyó a todos con una mezcla de desconcierto y maravilla y algo de decepción. El tipo de sensación que se tiene frente a un mago que alguna vez hizo desaparecer un elefante y ahora quiere convencerte de que no hay nada más asombroso que sacar un conejo de una galera. Entonces, Rodríguez se da cuenta de que ese conejo sabe escribir...

CUATRO ...y publica --en 2020, tantos años después de Ruido de fondo-- su contraparte y complemento: El silencio. Muy breve casi piloto de serie tipo Black Mirror o introducción a voluminoso Stephen King pero como abducido por Beckett & Malick insistiendo en la naturaleza de la catástrofe como disparador y meta. Y DeLillo de nuevo como Maestro no del Juicio Final pero sí de las cataclísmicas Anormales Nuevas Normalidades. Y, en El silencio, la atronadora respuesta a una pregunta que ya se hizo alguien en Ruido de fondo: si todo lo tecnológico que no tenemos la menor idea de cómo funciona dejase de funcionar: ¿cómo salir de esa nueva prehistoria en la que, tan evolucionados, estaremos menos preparados para la supervivencia que un cavernícola? En El silencio, de pronto, apagón mundial y todos unplugged. ¿Atentado mundial? ¿Erupciones solares? ¿"Energía oscura y ondas fantasmas"? No importa demasiado (tampoco importa que esta premisa ya fuese abordada por otros). Lo que sí importa es la prosa cromada y elegante y por momentos perturbadoramente autoparódica de DeLillo surcando páginas en líneas como cables de altísima tensión. Y que todo sea difuso y teorizable y contradictorio cuando "la vida de pronto se vuelve tan interesante que hasta nos olvidamos de sentir miedo".

Y DeLillo --con Thomas Pynchon-- es acaso el último titán vivo de su generación y probablemente no reciba Nobel. Aunque no estaría mal próxima nouvelle delilloana transcurriendo en bunker hermético y deliberativo de la Academia Sueca cuando de pronto...

Mientras tanto, en El silencio todos hablan, nadie escucha y alguien pregunta: "¿Deberíamos tener miedo?" Y --entre el ser y el no ser-- el resto es, sí, silencio.

CINCO ¿Y la película de White Noise? Lo de Baumbach (lo siguiente suyo será sobre otra toxicidad: la co-autoría del guion para Barbie, dirigida y escrita por Greta Gerwig, su pareja y también actriz en White Noise) no está nada mal. No era fácil, hace décadas que se intentaba adaptarla y Baumbach lo hace con fidelidad y respeto más allá de algunos cambios. Y, sí, los solemnes zombi-diálogos mantra-slogan marca registrada de DeLillo (a Rodríguez ya le cansa un poco Adam Driver, aunque suspire muy bien ese: "¿Es que nadie presta atención a lo que está pasando?") no son fáciles de interpretar y decir. Y la influencia Jonze/Kaufman/Gondry/Anderson (Wes) no es de las más buenas/sanas y, sí, es de las más malas/intoxicantes. Y de acuerdo, Anderson (Paul Thomas) y Tarantino y los Coen (o Godard & Tati) tal vez lo hubiesen hecho mejor. Y, claro, seguro que Kubrick habría conseguido otra obra maestra de las suyas y Altman una casi obra maestra de las suyas. Aun así, Rodríguez agradece la nueva canción de LCD Soundsystem; aunque esta "New Body Rhumba" se deje oír en ese consumido y consumado final (in)feliz de consumista flashmob en super-market un poco demasiado Talking Heads circa True Stories pero, claro, White Noise transcurre por entonces, por ahora.

Así, mejor, Rodríguez vuelve a la novela y hojea al azar: "Todas las tramas tienden hacia la muerte. Esta es la naturaleza de las tramas"; "Tenemos estos miedos profundos, terribles y persistentes sobre nosotros mismos y las personas que amamos. Sin embargo, caminamos, hablamos con la gente, comemos y bebemos. Conseguimos funcionar. Los sentimientos son profundos y reales. ¿No deberían paralizarnos?"; "Sólo una catástrofe llama nuestra atención"; "Era la época del año, la hora del día, para que una pequeña tristeza insistente pasase a la textura de las cosas" y "Debido a una sensación persistente de ruina a gran escala, seguimos inventando la esperanza".

Afuera, lo único que sigue es el ruido de petardos Made in China como anunciando el inminente y resonante estreno de Nunca Me Fui Pero Aquí Vuelvo.

 

Feliz --ojalá, ¿sí?-- cumpleaños nuevo, viejo mundo.