Trenque Lauquen (2022), de Laura Citarella

“Un policial botánico”. “Cartas secretas en una biblioteca”. “La dama desaparece”. Todas esas definiciones y títulos podrían resultar alguna pista para abordar el enigma de Trenque Lauquen, la última película de Laura Citarella que finalmente se estrena en Museo Malba y Sala Lugones luego de un exitoso periplo por festivales y premiaciones. Primero recibida en la alfombra roja de Venecia, luego en San Sebastián y Nueva York, también premiada en la Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Mar del Plata y esperada con ansias en las salas argentinas. Rigurosa, fascinante, arriesgada, llena de hallazgos y pequeñas conquistas de la ficción, la película es la historia de Laura (Laura Paredes) y su viaje por la geografía de la ciudad que la cobija y la une a la virtuosa circularidad de su laguna, la envuelve con sus historias y su mitología, desplegando en esa odisea todos los trucos y pases de magia, todos los recorridos posibles y jamás imaginados.

Trenque Lauquen es la segunda película en solitario de Citarella, luego de su ópera prima Ostende (2011). Tiempo después llegó La mujer de los perros (2015), codirigida con la actriz y protagonista Verónica Llinás. Y antes estuvo su extenso trabajo como productora en El Pampero, los cortos para Historias breves, el documental Las poetas visitan a Juana Bignozzi (2019) en colaboración con Mercedes Halfon, sus apariciones como actriz, guionista y compositora. Un largo camino que recoge en esta película, quizás su proyecto más ambicioso, coescrito con su protagonista Laura Paredes, deudor de sus inicios, de esa ciudad familiar y misteriosa, de la fascinación por los relatos y los secretos, de destellos literarios, voces encontradas, viajes sin destino. Trenque Lauquen dura poco más de cuatro horas, está dividida en dos partes, cada una de ellas con varios capítulos, filmada durante varios años y en cuyo recorrido se combinan sucesivas voces como piezas de un rompecabezas que aloja en su centro el camino de una mujer, el destino de otras, la travesía por la geografía bonaerense como el resultado de ese singular encuentro.

Citarella y Paredes (Foto: Nora Lezano)

DE OSTENDE A TRENQUE LAUQUEN

“La idea original fue continuar con la saga que arranca en Ostende. Un personaje, en alguna localidad bonaerense, observando y transformando todo lo que la rodea, sumergida en un enorme despliegue de ficción”, cuenta Citarella. “Esta vez en Trenque Lauquen, que dicho sea de paso es la ciudad de donde viene mi familia, donde he pasado los veranos de mi infancia y donde me gusta estar. Por eso supongo que surge la idea de filmar una película ahí, donde no se narra nada que tenga que ver con lo autóctono, pero sí participa la geografía del lugar, muchos de sus habitantes y también muchas de sus costumbres”.

En Ostende descubríamos a Laura cuando se bajaba del micro entre el viento y la arena de la costa argentina. Solo sabíamos que había ganado un concurso radial, que el premio era una breve estadía en un hotel de Ostende, que estaba sola y esperaba la llegada de su novio hacia el fin de semana. Laura conversaba con el mozo de un parador sobre una película inconclusa, pasaba las horas en una reposera al borde de la pileta o comiendo una hamburguesa entre el bullicio de los turistas, leía a John Le Carré en la quietud de su habitación. Y casi al pasar descubría una pequeña pesquisa, un hombre y dos mujeres que se cambiaban de habitación, peleaban en un arenero, cruzaban miradas y compartían secretos. Como en La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, Laura pasaba de testigo a detective, imbuida de sus conclusiones, sumergida en el mar abierto de la invención.

Trenque Lauquen encuentra a Laura años después, en el final de su viaje a otra ciudad bonaerense, ahora casi en la frontera con La Pampa. Laura estudia especies de la flora local y destinó sus últimos meses en la región a buscar “el pendiente”, un extraño eslabón perdido de su clasificación. Cuando empieza la película Laura ha desaparecido. Rafael (Rafael Spregelburd), su novio y compañero de cátedra en la universidad, ha llegado a Trenque Lauquen a buscarla. Lo acompaña Ezequiel (Ezequiel Pierri), empleado de la municipalidad y ocasional chofer de Laura en sus excursiones por la zona. Con él Laura compartía secretos que ahora guarda celosamente, miradas cómplices, la pasión por los relatos y quizás un incipiente enamoramiento. Al irse Laura solo ha dejado un enigmático mensaje, un pequeño poema de despedida: “Adiós, adiós / Me voy, me voy”. Nada más. ¿O sí? ¿O hay algo oculto entre los últimos vestigios de su presencia? A partir de ese misterio inicial, la historia se despliega en distintas voces, la de Ezequiel, la de Rafael, la de Juliana (Juliana Muras), conductora de un programa de radio en el que Laura conversaba sobre las “Mujeres que hicieron Historia”, hasta llegar quizás a la voz propia, al cierre de ese círculo que bordea la laguna de la ciudad como una vuelta al origen.

Laura Paredes en Trenque Lauquen

Tenía ganas de trabajar con Laura y que esta vez el personaje no fuera solamente un observador de aquello que sucede a la distancia, sino que tuviera que involucrarse y transformarse. Quería trasladar el cuerpo al centro de la acción, cosa que en Ostende apenas sucedía en una secuencia de búsqueda. Involucrar al personaje físicamente con las situaciones produce una nueva forma del peligro pero también permite expandir el film hacia todos lados, de manera imparable”. A diferencia de Ostende, definida por la mirada y la consiguiente interpretación de lo visto, Trenque Lauquen apela al movimiento, al caminar. Como presa de un impulso borgeano, Laura se interna en el laberinto del tiempo y la primera pista la lleva al pasado, a través de unas cartas eróticas alojadas en un libro de la biblioteca, Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada, escrito por Alexandra Kollantai, una de esas mujeres que hicieron historia. Las cartas fueron escritas por el amante de Carmen Zuna, misteriosa destinataria cuyo amor secreto se alberga en las anaqueles de una biblioteca pública. Entonces primero fue el libro, luego las cartas, en ellas la pasión, y de allí otro nombre de mujer que conduce a un nuevo viaje, a un nuevo movimiento.

“La película está colmada de viajes”, continúa Citarella. “Está el viaje inicial de Laura a Trenque Lauquen; el viaje de Rafael por las pampas, con un objetivo más de espionaje; están los viajes que recurrentemente hace Laura con Ezequiel, quizá más románticos; el viaje de Carmen Zuna, con cierto destino salvaje; y el viaje propio de Laura, más profundo, que desemboca en el final. Aunque todos los personajes están un poco extraviados, diría que el extravío más claro es el de ella. Como si rompiera un hechizo, una lógica propia del comportamiento y, al irse del lugar, al perderse, al ‘largarse a caminar’, produjera cierto contagio a todos los que la rodean. Mueve las aguas y todo el mundo abandona su vida para entrar en un juego que no tiene explicaciones ni reglas”. Agrega la directora que de repente en la película los personajes pasan a estar vivos, son parte de una aventura, de una trama detectivesca, de una historia de amor. De repente sus vidas, burocráticas, de baja intensidad, se activan. “Como si Laura despertara algo”, dice. “Eso es lo que desorienta a los personajes masculinos. La idea de perderse geográficamente no es lo mismo que perderse en el mundo y moverse por la intuición. Y la idea de una mujer caminando sin rumbo por el campo siempre va a ser una imagen contemplada como una imagen de la locura. Lo que tratan de hacer muchos personajes es atrapar las razones, la lógica de por qué se fue. Como si todo eso tuviera una única respuesta, como si fuera tan fácil desentrañar ese enigma”.

LA ESTRATEGIA DE LA ARAÑA

Una idea que plantea Trenque Lauquen en su forma de hacer cine y de hacer ficción es el interrogante por la historia. ¿Cuál es la verdadera historia? ¿La de Laura? ¿La de Carmen Zuna y su pasión prohibida? ¿La de Rafael y su búsqueda racional y frustrada? ¿La de Ezequiel y ese amor adolescente y aventurero? ¿O son todas ellas? Citarella vuelve a tejer los materiales de su obra anterior, expandiendo el camino de ese personaje pionero pero al mismo tiempo revelando una forma de autoría que consiste en construir estilo más allá de cualquier historia que se pueda abordar. Un juego circular que manipula lo visto para darle muchos sentidos, algunos sugeridos, intuidos, otros que revelan la cara oculta de la misma premisa, o quizás su contradicción. “Una de las preguntas que siempre me había dado vueltas en la cabeza tenía que ver con cuántas veces se podía filmar una misma película. O, en realidad, si la vida de alguien que hace películas se trata de estar filmando todo el tiempo lo mismo. La idea de la saga nace ahí: en querer seguir haciendo Ostende, y también otras películas, pero algunos años después. Hacerse las mismas preguntas pero en otro momento y en otra circunstancia”.

Así como Jean-Luc Godard aseguraba que toda película era el documental de su rodaje, uno podría pensar a Trenque Lauquen como el registro de un proceso que llevó muchos años, que se inició con el final de Ostende y siguió el hilo invisible de la vida de Laura, en esa ficción que dejan todos personajes tan solo con su existencia. Laura Citarella siguió pensando en su camino en paralelo al propio con los años; Laura Paredes fue dando vida a esas Lauras de ficción que habitaron en la imaginación de ambas. “Casi todos los elementos del guión inicial permanecen en la estructura final de Trenque Lauquen, pero ordenados de diferente manera de cómo la concebí al principio. Lo que cambió radicalmente la manera de pensar la estructura fue la idea de las versiones, de los distintos puntos de vista”, dice, refiriéndose a Laura, Rafael, Ezequiel o Juliana. “De cómo suceden las diferentes cosas según quien las esté mirando. Y de cómo un elemento que puede tener determinado interés para un personaje, pierde su valor cuando otro personaje lo recoge. La estructura no admite que haya una última palabra sobre nada”. La comparación con la experiencia de leer una novela asoma en la reflexión de Citarella y en esta idea de diferentes versiones de la misma historia, como en un juego de prismas que permiten ver lo mismo con un color diferente, la película es una y muchas a la vez.

Película mutante. Mutante entre diferentes géneros, del policial detectivesco a la ciencia ficción acuática. Mutante entre diferentes voces, algunas esquivas, otras francas, muchas contradictorias. Mutante como parte de la geografía, de la pampa y sus lagunas a las costas italianas donde un amante abandonado llora una pena de amor, o a un laboratorio secreto de flores amarillas y nutritivas. “Creo que esa idea de la mutación está muy ligada a cierta estructura de la naturaleza, que es misteriosa y confusa. Que a veces se vuelve inclasificable, que no se puede determinar. La transformación como un orden, el desgobierno. En ese sentido, el elemento fantástico es lo que desborda la narración, lo que establece hasta dónde puede llegar esa mutación. Y es también aquello por lo que el personaje de Laura se va y empieza a peregrinar. Después de todo el derrotero, ¿qué va a hacer? ¿Va a volver a esa vida que tenía? ¿Cómo podría llevarla? Casi como si la película estableciera que después de la ciencia ficción no hay vuelta atrás. Hay que desarmar cualquier género posible y la película tiene que llegar a su final”.

Foto de rodaje de Trenque Lauquen

MUTACIONES Y LEYENDAS

La elección de la ciudad de Trenque Lauquen no es fortuita. Hay algo en su diagrama circular que empuja la historia a regresar sobre sus pasos, a encontrar en cada bifurcación del relato una nueva entrada a la aventura. “Bienvenidos a Trenque Lauquen” se lee una y otra vez en el cartel de entrada a la ciudad, como en cada página de esa novela imaginaria. Pero además en ella gravita la historia de los Citarella, los antepasados italianos que llegaron desde los alrededores de Turín a comienzos del siglo XX y que según la leyenda caminaron 500 kilómetros desde Buenos Aires para afincarse en ese paraje bonaerense. Y con ellos la condición de origen elegido, no aquel que toca por nacimiento.

Citarella dibuja en Trenque Lauquen el hábitat de sus personajes pero también una memoria propia, forjada al nutrir su ficción de esas casas y caras conocidas. “Tenía muchas ganas de filmar en Trenque Lauquen porque me gusta la ciudad y quizás sea también una forma de retrato. Mucha de la gente que aparece es amiga o familiar. Aparece mi abuela, mi madre, mi tío Rolo en la radio, mi primo Rufo. Muchos de los lugares que aparecen en la película ya desaparecieron, o quizás vayan a desaparecer. En los cincos años de rodaje nos la pasamos queriendo atrapar esas cosas antes de que ya no estuvieran más. El edificio de la Radio LU11, que habíamos filmado en 2017, fue desalojado durante la pandemia y ahora es sitio de otro emprendimiento. Para filmar nuevas escenas, tuvimos que armar un set de filmación en nuestra oficina y reconstruir la radio, exactamente igual a aquella que habíamos filmado en 2017”.

Trenque Lauquen asume así su pulso de documento, de registro de esa geografía que cambia, que muta, al mismo tiempo que reinventa desde la ficción ese pasado que se escurre, del que solo quedan los recuerdos o las leyendas. En el camino del personaje de Laura también se cruzan los testimonios y las leyendas, ofreciendo un nuevo desvío para su travesía. En sus visitas a la flora de la zona, Laura descubre a Elisa (Elisa Carricajo), una científica que investiga la aparición de una misteriosa criatura en la laguna. El hallazgo llega a los diarios junto al rostro preocupado de Elisa, abocada a definir la condición de ese espécimen, sea animal o humano, responsable de morbosa curiosidad o genuina fascinación ¿Cuál de las dos sensaciones invade a Laura? “En el camino de Laura aparece un diorama, ese espacio que arman los personajes de Elisa y Romina [Verónica Llinás] para esta criatura misteriosa que apareció en la laguna. Se pensó como el espacio que confirma la existencia de este ser”, dice Citarella, que precisa que en realidad lo pensó Laura Caligiuri, la directora de arte. “Un espacio tropical dentro de una casa de campo y todo un despliegue científico alrededor de eso. Nada librado al azar. Un espacio como el encuentro de la ciencia y la naturaleza. Algo que está todo el tiempo presente en la película, ese lugar propio que todos los personajes necesitan encontrar. Esa relación con el espacio estaba también en La mujer de los perros, en esa casa, hecha a medida de la necesidad del personaje. Y también en Ostende, en un cuarto de hotel”.

Laura Citarella en el rodaje de su película

VOCES Y SONIDOS DE EL PAMPERO

Un lugar propio, como El Pampero para la propia Laura Citarella, ese hábitat del que se desprenden todas sus películas, en las que colaboran sus amigos, en las que el cine adquiere una forma colectiva y dialogada. Trenque Lauquen expone una forma de producción doméstica que termina impregnando la película. Con Laura [Paredes] escribíamos juntas, leíamos en voz alta. Lo mismo sucedió con casi todos los actores. Ezequiel Pierri no es actor, o no lo era: es productor de la película y es mi marido. Cuando llegábamos a casa probábamos los textos, los ensayábamos, y eso hizo que pudiéramos encontrarnos con un lenguaje compartido. Todos los involucrados tenían varios roles: Ingrid Pokropek de producción, los tres fotógrafos: Yarará Rodríguez en los primeros tiempos, Agustín Mendilaharzu e Inés Duacastella después. Mis socios Mariano Llinás, Alejo Moguillansky y nuevamente Agustín Mendilaharzu, el resto de los actores como Vero Llinás, Elisa Carricajo o Rafa Spregelburd, todos estaban constantemente participando de la creación de la película. Hay una idea detrás de todo eso que tiene que ver con esta forma de hacer cine: juntarse, hablar, contarse anécdotas, tener aventuras, incluso trabajar, son todas grandes posibilidades de amor, de amistad. Los rodajes tienen eso. Hacer películas tiene eso”.

Ese mundo se arremolina alrededor de las dos Lauras, Citarella y Paredes; las Lauras dentro y fuera de la ficción. Un mundo de sonidos propios, conocidos, sugerencias de amigos pero también ecos citadinos, recuerdos de infancia, trozos de leyendas. Sobre esa materia se conforma Trenque Lauquen, con los bulevares de esa ciudad, su laguna redonda, sus pueblos aledaños y una mujer que camina por sus senderos, por la pampa agreste, por el borde fangoso entre lo que vive y lo que escucha. El sonido de la película se impregna de sus pasos, de los ecos animales que la rodean, el viento que agita la vegetación, la espera inmersa en ese silencio. “El sonido lo trabajamos en montaje con Miguel de Zuviría y Alejo Moguillansky durante los primeros tres de los cinco años de rodaje, y luego ese trabajo se completó con la llegada del sonidista Marcos Canosa para conformar un camino hacia lo salvaje. El sonido se terminó en tiempo récord, una semana antes de su proyección en Venecia. Y se combinó con la música, por un lado la que compuso Gabriel Chwojnik, que tiene dos sistemas completamente diferentes (uno para cada parte), orquestada de maneras diversas (usando sintetizadores para toda la línea narrativa de la criatura), y por otro lado, todas las músicas originales, los hits que hicieron Lautaro Barceló y Ramiro García Morete para el retrato de la radio local y los temas que se repiten constantemente, casi a modo de leitmotiv”. Originalmente incluida en el disco del mismo nombre, editado en 2010 y firmado por Miro y Su Fabulosa Orquesta de Juguete (el grupo que entonces tenía Ramiro, hoy al frente de Las Armas Bs. As.), “Los Caminos” es la canción que recorre toda la película, que marca la mirada de Ezequiel sobre la pesquisa de Rafael, que evoca el recuerdo de Laura, que entrelaza su experiencia silenciosa como enamorado y confidente, involuntario narrador de todo el desconcierto.

Trenque Lauquen nos invita a una caminata, eco de la travesía de sus personajes, algunos siguiendo la lógica de la búsqueda, otros la intuición del hallazgo. Su terreno es un amplio ecosistema, una ficción que se bifurca, que se adentra en lo imprevisible, que pone el cuerpo a lo inesperado. Y también que entrelaza ciencia e historia, la pasión por las narraciones orales y el peso de los recuerdos. Ciudad y campo, lo humano y lo salvaje. Laura Citarella regresa al origen de su cine, a la ciudad de su familia, al principio de toda historia. Desde allí solo queda seguir caminando. “Convocar esa pertenencia que una siente cuando está en la naturaleza y cómo la caminata sin rumbo, tan difícil de lograr, genera un ritmo, una respiración que puede acercarte a una experiencia salvaje. Extraviarse un poco de la vida social. No creo que sea algo tan fácil de hacer en la vida cotidiana pero sí creo que se lo podemos pedir al cine”.

Trenque Lauquen se exhibirá todos los sábados de febrero en el Malba, a partir del sábado 4, a las 20. Y desde el viernes 10 se podría ver también en la sala Leopoldo Lugones, los viernes y domingo, a las 18.