Un adolescente de no más de dieciséis años corre desesperado por unas calles de tierra. Se escucha el rugido atronador de varios autos que lo persiguen. Un paisaje compuesto por casas humildes, pasadizos estrechos y terrazas desoladas se alterna con baldíos y descampados. El adolescente se escurre entre medianeras y patios traseros. Sabe que lo vienen a matar, le ha tocado ocupar un lugar inconveniente dentro de una guerra de poderes e intereses. Usado por uno de los bandos en disputa, ahora es prenda de una brutal revancha. Desde una ventana con vidrios enmohecidos se esconde para ver el mundo. Ese mismo donde el lugar para les jóvenes se angosta entre la confrontación de corporaciones legales e ilegales; los consumos aceptados y rechazados; los mandatos de buena conducta y los gendarmes de la represión.

La acción -que transcurre en la isla Maciel ubicada a metros de la capital de la Nación- pertenece al film El Suplente de Diego Lerman, pero el cuadro que pinta la escena constituye también una ajustada metáfora de la angustia a la que un sujeto se enfrenta durante ese caótico período dado en llamar adolescencia. En ese intervalo, que media entre la infancia que ya no es y la adultez que todavía no asoma, emerge la persona más vulnerable de la escala etaria humana. Cuerpos casi adultos pero sin embargo habitados por subjetividades incipientes cuyos códigos y recursos simbólicos ya no bastan para domeñar el rugido pulsional que los acorrala. Desde ya, la escena  descripta se compadece con lo que se suele llamar adolescencia vulnerable. Es decir: sujetos provenientes de sectores marginados, siempre en desventaja a la hora de protegerse de la violencia y el destrato del entorno. Sin embargo deberíamos cuidarnos de que la categoría “adolescente vulnerable” constituya un rótulo más –una suerte de objeto de estudio– tras el cual disimular la responsabilidad del conjunto social en la marginación y descuido de cualquier adolescente. No sólo se trata entonces del esfuerzo por entender “una moral distinta” u “horizontes de vida diferentes” sino de captar el hecho de que tales diferencias constituyen el lado oscuro de nuestra subjetividad normal y aceptada con la que todo adolescente, cualquiera sea su origen y posición social, desentona.

Se trata de una batalla en la que el mundo adulto no insinúa prestar hospitalidad, antes bien el sujeto adolescente es utilizado para imponer modas; hábitos de consumo y diversión que los mayores hoy se apuran a imitar en su lucha por presentarse siempre jóvenes, bellos y lozanos. La adolescencia es como el patio trasero de una subjetividad adulta que rechaza la finitud. Se suscita de esta manera un intrincado paisaje de recovecos subjetivos que desde la inhibición hasta la violencia, pasando por el aislamiento a veces y la exposición impudorosa en otras, configura la tormentosa experiencia que un joven suele atravesar en desesperada carrera por los baldíos de la existencia.

Es que en este escenario el operador psíquico de la identificación -decisivo para esta etapa de apertura al mundo y consecuente separación de los padres- no siempre encuentra los referentes adecuados si de colaborar con el desarrollo del sujeto se trata. Cuestión que explica, por ejemplo, el actual auge de los influencers cuya impronta, más allá de toda consideración, jamás puede reemplazar el contacto presencial. De allí que el título de El Suplente cobre en esta película un paradójico y revelador papel.

El valor de la docencia

Lucio (Juan Minujin) es un profesor de literatura en un colegio situado a pocos metros del Riachuelo. Llega para reemplazar a su padre –también profesor- que cayó enfermo. La experiencia docente de Lucio probará el valor que la institución escuela guarda para les jóvenes en tanto espacio imprescindible, no solo para incorporar conocimientos, sino también como privilegiado territorio donde animarse a desplegar la singularidad emergente entre pares. El profesor les pregunta sobre sus experiencias, sus frustraciones e ilusiones y luego les pide que vuelquen esos testimonios en un papel. A esos chicos y chicas que se presentan renuentes a leer o escribir, este joven de cuarenta y pico les transmite el valor de hacer lugar a la reflexión ética y estética de su propia experiencia. La institución escuela como lugar de encuentro más allá de la mera adaptación.

Entonces: ¿cuál es la clave, el secreto, que Lucio implementa para que sus propuestas terminen –entre no pocas idas y vueltas- por ser consideradas? Una breve escena ilustra el punto. En plena tarea de despertar a lxs chicxs del letargo al que las redes sociales o las obligaciones (hay quienes trabajan de noche) los conminan, uno de ellos lo rechaza improvisando un fantástico rap ante el cual el profe opta por tomar asiento mientras el performer ocupa su lugar al frente de la clase. Está funcionando eso que los psicoanalistas llamamos transferencia. Más allá de los dichos explícitos, la presencia de Lucio causa a sus alumnes. Es que este profe poeta y autor de una novela se presenta vacío. Esto es: puede proponer, hablar, imponer normas (como cerrar el celular en clase), corregir y evaluar pero antes que nada se muestra dispuesto a escuchar. Quiere saber. De hecho con la literatura que les comparte a sus alumnes en clase no hace más que buscar esas palabras capaces de abrir un sendero para el despliegue subjetivo. Para decirlo todo: El Suplente ubicado en ese lugar vacío sabe hablar la lengua del Otro. No solo por las palabras que pronuncia sino por el tono con que las dice, sus escansiones, silencios e insistencias y hasta el movimiento de su cuerpo. No se trata de imitar sino de resonar con la cuerda del sujeto.

Hay quienes relacionan el arte del docente con el del actor. Al respecto dice Lacan: “Si una pieza teatral nos emociona, no se debe a los esfuerzos difíciles que representa , ni a lo que sin saber un autor desliza en ella, sino – lo repito- al lugar que nos ofrece , por las dimensiones de su desarrollo , para alojar lo que en nosotros está escondido, a saber nuestra propia relación con nuestro deseo" (1).

Esto que le hace lugar a lo nuevo que les jóvenes traen consigo más allá de las imposiciones del mercado es lo que el neoliberalismo intenta eliminar con su destrato hacia la comunidad educativa (alumnes, familiares, docentes y no docentes), el cual no pocas veces asume la modalidad de estigmatizar la pobreza por medio de asociarla con el delito. En este sentido “El suplente” viene a recordarnos la responsabilidad que como adultos nos corresponde. Se trata de escuchar a les jóvenes y así dar lugar a las transferencias requeridas para que su naciente singularidad encuentre ámbitos, interlocutores y espacios por donde viabilizar la novedad con que su cuerpo hablante denuncia lo que de nosotros no funciona.

* Psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Profesor universitario. Ex docente de escuelas primarias y secundarias.

(1) Jacques Lacan ( 1958-1959): El Seminario. Libro 6 “El deseo y su interpretación”, Buenos Aires, Paidós, 2014, p. 305. 

* El Suplente se encuentra disponible en la plataforma Netflix.